domingo, 17 de abril de 2011

El palacio de Néstor Nelida en Pilos

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Reconstrucción gráfica del megaron, en el palacio de Néstor

Aparcamos raudos en la amplia y solitaria explanada que antecede al palacio y, sin entretenernos, nos acercamos al acceso a las ruinas: mala suerte, ya está cerrado. Nuestras caras reflejan la decepción. No podemos saltarnos el mítico palacio y, sin embargo, nos asusta un poco quedarnos a pasar la noche aquí en un lugar tan aislado. Podríamos ir a Pilos, pero hay unos veinte kilómetros, que al ser ida y vuelta, se convertirían en cuarenta... ¡demasiados kilómetros para tal carretera! Al final, mirándonos unos a otros, tomamos la decisión: dormiremos aquí.

Olivos, pinos y algún eucalipto cubren esta redondeada colina que se asoma al mar como invadiéndolo, como dominándolo. No es un mal lugar para hacer un palacio, pensamos. Y la noche, la negra noche, cae sobre nosotros. Todavía no hay luna, pero la habrá, pues en Olimpia lucía en toda su grandeza. Sobre la tierra, ni una luz; en el cielo miríadas de estrellas lo adornan todo. ¡Qué silencio! Un cierto nerviosismo nos encoge el corazón... ¿Dormiremos bien?, nos preguntamos. Y luego, por fin, la inmensa luna aparece sobre las vagas formas de los olivos y de los pinos. Se hace la luz y parece día. Sentados sobre un muro medio derruido, al lado de una fuente de blanca caliza que el musgo ha pintado de verde, charlamos bajito, como si la inmensidad del espacio fuera a molestarse por nuestras palabras, por nuestros susurros. Y hablamos, hablamos de aquellos tiempos y de aquellos mitos.

Tiro, la hija de Salmoneo y de Alcídide, se quedó huérfana muy pronto, y fue criada por su madrastra Sidero, que la maltrataba. Huyendo de su desventura, siempre se refugiaba, solitaria, a orillas del río Enipeo (un tributario del Alfeo, el río de Olimpia) del cual acabó enamorándose sin que éste le prestara especial atención. Ante esta situación, el dios Poseidón decidió hacer algo, así que le infundió un dulce sueño y se unió con ella. De aquella unión clandestina nacieron a Tiro dos mellizos: Pelias y Neleo. Con el tiempo, Pelias conquistó Yolco (destronando a su hermanastro Esón, padre de Jasón el Argonauta) mientras que Neleo, con un ejército de aqueos y eolios, se apoderó de Pilos, y la hizo tan famosa que ahora se lo considera su fundador.

Neleo tuvo doce hijos y todos lucharon valientemente contra las tropas de Heracles cuando éste, irritado por la ayuda que los nelidas habían prestado a Elide, invadió Pilos. A su lado combatieron Poseidón, Hera, Hades y Ares, pero, enfrente, junto a Heracles, estaba la invicta Atenea por lo que el combate fue reñido. Ares fue herido por la espada de Heracles y hubo de correr raudo hasta el Olimpo donde, sin embargo, Apolo lo curó en menos de una hora. También Hera, la de níveos brazos, fue herida en un pecho, y el violento Ares, que había vuelto a la lucha, cayó de nuevo atravesado por una flecha que, ahora sí, le hizo abandonar definitivamente el combate. Periclímeno, hijo mayor de Neleo y famoso por haber sido uno de los argonautas, usó su enorme fuerza y su capacidad de metamorfosearse para luchar contra Heracles pero, finalmente, cuando volaba convertido en feroz águila, fue traspasado por una flecha y murió. También Heracles y Poseidón se vieron frente a frente y el segundo tuvo que retroceder, pero sin que hubiera victoria de ninguno de ellos.

Sin embargo, muertos todos los hijos de Neleo salvo Néstor, la victoria final de los heráclidas fue inevitable, y el mismo Heracles decidió entregar la ciudad a Néstor, pues éste era el único nelida que no se había enfrentado a él en Elide. Luego, Néstor Nelida (o Néstor Gerenio, como le llama Homero en la Ilíada, por haberse criado en Gerenia, cerca del Istmo) se haría famoso dando consejos en el sitio de Ilión, donde fue el mayor de los combatientes.

La bahía de Navarino

Muy temprano todavía, cuando la dorada luz del Sol alcanzaba solamente los picos de las montañas y extendía la sombra de éstas muy lejos sobre el calmado Ionio Pelagos, nos levantamos y nos dispusimos a desayunar. Sólo el rumor de la fuente llegaba monótono hasta nosotros y nuestras palabras parecían amplificadas en aquella soledad matinal. Amplitud inmensa bajo un cielo azul, particular, ajeno. ¿Solos nosotros en el mundo? Ni los pájaros cantaban sus canciones como de costumbre. Y cuando alguno se atrevía a elevarse por los aires, lo hacía en la distancia, también solitario, perdido... Luego el Sol se fue elevando y los valles, ya iluminados, parecieron cobrar vida. Un conejo solitario nos miró sorprendido durante unos segundos antes de continuar su camino y, más tarde, apareció un vulgar gorrión, y luego otros. Aunque el día prometía ser caluroso, a esas horas de la mañana el aire aún era fresco, agradable, tonificante: ¡oh tiempo maravilloso en que nos fundimos con el universo para formar un solo cuerpo, un solo espíritu,...! Momentos de placidez, de paz, de sentir el mundo contigo y en ti...

Pero llegó el primer coche. Y luego otros, y otros más. La solitaria explanada se convirtió de pronto en un aparcamiento, como otros muchos. Miramos decepcionados al cielo y pensamos que ya sería hora de acercarnos al palacio. Recorrimos silenciosos los escasos cincuenta metros que nos separaban de la entrada, abonamos nuestros billetes, y henos ya aquí en el mismo sitio en que, según Homero, se hallaba Telémaco hace algo más de tres mil años.

Un pequeño pórtico con el sitio de los guardianes, una precámara, el gran patio o megaron, las habitaciones, el megaron de la reina... y la bañera. Más allá, ya sobre la ladera que mira al mar, almacenes, tinajas de aceite, depósitos de tablillas de arcilla donde se llevaban las cuentas del palacio, paredes derruidas... Este es el palacio en que mejor se puede comprender como era un palacio micénico, dicen las guías, y debe ser verdad. Todo está aquí claro, todo fue excavado con cuidado y sabiduría. Y si no impresionan más estos restos valiosísimos será porque ya no quedan frescos, ni techos, ni arquitrabes, porque todo se ve muerto... salvo que la imaginación venga en su rescate.

Muchos años habían pasado ya desde de la caída de Troya y Odiseo no regresaba. Penélope se desesperaba viendo como la economía de la casa se derrumbaba a causa de aquellos pretendientes insufribles. ¿Debía aceptar la muerte de Odiseo y, haciendo caso a las presiones generales, tomar como nuevo marido a uno de los presentes? ¿Y si, realmente, su auténtico marido no había muerto? Quedaban pocas esperanzas pero bueno sería hacer el último esfuerzo.

Ante tal incertidumbre, cansada ya de tejer y destejer la misma tela cada noche, Penélope accede a que su joven hijo Telémaco vaya a Pilos (a la arenosa Pilos de Homero, que no a la entonces inexistente ciudad actual) en busca de alguna nueva sobre el paradero de su padre. Así, después de cruzar el mar desde Ítaca, Telémaco y los suyos llegaron a Pilos, la bien construida ciudad de Neleo

Emprenden luego la trabajosa ascensión hacia el palacio, pero antes de llegar encuentran a Néstor con quinientos de sus hombres ofreciendo sacrificios a Poseidón: Y apenas vieron a los huéspedes, adelantáronse todos juntos, los saludaron con las manos y les invitaron a sentarse.

Juntos caminan hasta el grandioso palacio donde los visitantes son agasajados y donde Policastaña, la hija menor de Néstor, baña y unge a Telémaco hasta dejarlo "parecido a los inmortales". Te diré, hijo mío, la verdad entera... Pero de Odiseo no sabe nada... El apenado Telémaco decide continuar hasta Esparta por ver si Menelao supiera algo y, dado que había llegado hasta Pilos en barco y no tenía carro, Néstor le ofrece una carroza con la que poder cruzar el imponente Taigeto y llegar hasta el palacio de Menelao, a orillas del Eurotas:

- ¡Ea!, hijos míos, aparejad caballos de hermosas crines y uncidlos al carro, para que Telémaco pueda llevar a término su viaje...

Y habiendo llegado a una llanura, que era trigal, enseguida terminaron el viaje, ¡con tal rapidez los condujeron los briosos caballos! Y el Sol se puso y las tinieblas ocuparon todos los caminos. Pero, mala suerte, tampoco allí sabían nada.

La batalla de Navarino, por Iván Aivazovski

Sin duda, la vista sobre la bahía de Navarino que se tiene desde el altozano en que se asienta el palacio de Néstor es una de las más bellas de toda Grecia, extendiéndose a sus pies la espléndida ensenada como un tranquilo mar que la isla de Sfactiria cierra por el exterior y convierte casi en un lago. Estos eran los dominios de Néstor, hijo de Neleo, hijo de Tiro, hija de Salmoneo, hijo de Eolo, hijo de Heleno, hijo de Deucalión, a su vez hijo de Prometeo y éste del titán Jápeto, a todos los cuales ya hemos mencionado; éstos eran los dominios de aquel valiente guerrero que luchó contra los centauros, participó en la caza del jabalí de Calidón, viajó con el Argos hasta Cólquide y, finalmente, ya entrado en años, todavía tuvo fuerzas para acompañar a sus soldados hasta la vasta Troya. Néstor, el sabio consejero, tenía además un gusto excelente que la ubicación de su palacio corrobora de inmediato.
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