sábado, 8 de agosto de 2009

Brindisi, el embarque

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Después de dos mil quinientos kilómetros de aburridas carreteras, después de pasar doscientos túneles y similar número de puentes, tras numerosos peajes y repostajes bajo el húmedo calor mediterráneo, henos aquí, al fin, ante esta fea y sucia ciudad portuaria, ante la inexistente reliquia de lo que fue la vieja Brindisium, ante la puerta de acceso a Oriente, a Grecia, al exotismo, a la cultura y al arte...

El Saturnos, un viejo y oxidado ferry de bandera griega, un tanto humillado entre sus modernos vecinos más grandes y más rápidos, parece, entre la melancolía de su casco amarillento, añorar el auténtico nombre del dios a quien recuerda: Kronos. Pero los viajeros, típicos latinos que se agitan, vociferan y bracean de forma exagerada bajo el aplastante calor de Agosto, le dan ese ambiente de eterna feria capaz de revivir a un muerto.

- ¡Pero, a quién leches se le ocurre...!
- ¡Italianos tenían que ser...!
- Si son griegos...
- Peor me lo pones. ¿Cómo quieren que suba por esa rampa? ¿Y marcha atrás? ¡Éste está loco! ¡Oiga!, ¿qué se cree que es esto, un seiscientos...?
- ¡Ela!, ¡ela!, ¡ela!.. ¡Ela!, ¡ela!, ¡ela!...
- ¡Avanti, avanti...! ¡Stop! ¡Sinistra, sinistra..., avanti...!
- ¡Right, right..., straight on!
- ¡Ela!, ¡ela!, ¡ela!...

Nadie hace caso a nadie. Todo el mundo grita, en griego, en italiano, en inglés... (¿en inglés?). Huele quién sabe a qué, a demonios tal vez, o a embrague quemado... La rampa que sube al puente superior es estrecha, no más de dos metros y medio, y la pendiente, ¡qué pendiente!, no exagero si digo que sobrepasa el treinta por ciento, ¿o será el cuarenta? Y, por si fuera poco, con una autocaravana, ¡y marcha atrás...!

- ¡Ela!, ¡ela!, ¡ela!...
- ¡Cállate ya, joder...
- ¡Ela!, ¡ela!, ¡ela!...
- ¡Stop, stop!
- ¡O. K.! ¡Vale!

¡Por fin ya estamos a bordo...! Desde nuestros asientos, por las ventanillas, contemplamos el trajín de gente, de hombres y mujeres que vienen y van con sus niños y sus enseres hacia no se sabe donde, que caminan con dificultad sobre un suelo sucio y cubierto de aceite, entre unos vehículos aparcados como se aparcan las sardinas en una lata de conservas. Calor, humedad, sudor a mares; un respiro de paz en medio del griterío exterior.

Mariló me mira pensativa, y dice:
- ¿Sabes?, creo que Virgilio y Augusto y todos aquellos romanos acomodados viajaban más confortablemente que nosotros...
- Seguro; al menos, ellos podrían respirar -contesto anhelando un aire puro.

Luego, tras un corto esperar, el ruido de los motores se acrecienta y aumenta el olor a gasoil quemado; el barco se mece suavemente y una ligera brisa acaricia nuestros rostros: salimos. A la izquierda vamos dejando el viejo bastión portuario de piedra apolillada por el tiempo para, tras virar a babor y poner rumbo Este, surcar las onduladas aguas que unen Adriático y Mediterráneo. Allá enfrente, perdida en la distancia, Albania y sus problemas; y un poco más al Sur, como escudo de la Grecia continental, la turística isla de Kérkira/Corfú. Serán sólo ocho horas de travesía, sólo ocho horas para recordar, para retroceder en el tiempo un par de milenios e imaginar este breve corredor, este puente entre el Este y el Oeste, surcado por flota numerosa, por rápidas trirremes.
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Así, pensando en épocas imperiales, cargados con algunos trastos prescindibles y una Eneida desgastada por el uso, abandonamos nuestra pequeña casa y nos dirigimos a una de las salas del barco donde, sentados, con la mirada perdida en el inmenso azul que nos precede, soñamos con un fresco que refresque, con unos tiempos que se fueron... Y luego, cuando la esperada brisa nos alivia del calor y de la asfixia, abrimos el viejo libro del poeta universal, de aquel Homero redivivo (1), y comenzamos su lectura pausada.

Dadme lirios a manos llenas,
dejadme que esparza sobre él purpúreas flores... (2)

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Virgilio, quien gracias a Cayo Mecenas disfrutaba de una cómoda situación económica, consagró los últimos once años de su vida a complacer a su amigo Augusto escribiendo la Eneida, la grandiosa epopeya sobre los orígenes de Roma. La obra, que entronca a las principales familias romanas con los mismos dioses, además de satisfacer el ego de Augusto, se convirtió en una de las obras magnas de la literatura de todos los tiempos. Seguimos leyendo:


Musa, recuérdame por qué causa,
dime por cuál numen agraviado, por cuál ofensa,
la reina de los dioses impulsó a un varón insigne por su piedad
a arrostrar tantas aventuras, a pasar tantos afanes.


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Eneas, hijo de Anquises y de la diosa Afrodita, había luchado esforzadamente en la defensa de su querida ciudad de Ilión, pero, después de que...


Tres veces hubiera Aquiles arrastrado a Héctor
alrededor de los muros de Troya,
y vendiera por oro el exánime cuerpo



...comprendió que todo estaba perdido. Troya cayó víctima de las indecorosas estratagemas del malvado Odiseo, y él, llevando a hombros a su anciano padre Anquises y de la mano a su joven hijo Ascanio, con lágrimas en los ojos y el corazón roto, abandona Ilión poniéndose en manos del destino. Después de mil peripecias, entre las que destaca su encuentro con Dido, reina de Cartago, y su bajada al Erebo para visitar a su padre muerto, llega por fin al Lacio, donde se casa con Lavinia y funda una ciudad destinada a gobernar el mundo durante mil años.


Levantamos la vista y todo sigue azul, azul el mar, azul el cielo. A nuestro lado, gente adormilada, bebedores de cerveza, lectores de novelas desconocidas. Unos niños corretean por la cubierta persiguiéndose y empujándose mutuamente; otro, aún bebé, observa con envidia a los primeros mientras, cogido de la mano de su madre, mordisquea distraídamente un muñeco de plástico. Una gaviota blanca y grande sobrevuela el barco en una pasada de cortesía, luego parece detenerse en el vacío hasta que retorna al grupo que nos sigue (¡felices ellas que son libres, dueñas del tiempo y del espacio!). Pero, retornemos a la Eneida y a Virgilio.


La grandiosa epopeya estaba llamada a ocupar un puesto señero entre las obras de la literatura universal. Sin embargo, Virgilio no había quedado totalmente satisfecho con el resultado obtenido, por lo que, a pesar de estar ya entrado en años (3), decidió embarcarse para Grecia con el propósito de aumentar in situ sus conocimientos sobre el tema y realizar una corrección general de la obra.


La salud no le acompañó. Estando en Atenas se sintió indispuesto y hubo de regresar a Italia, en el barco del propio Augusto, su buen amigo. Aquí, en Brindisium, fue llevado a tierra, y presintiendo el final, trasmitió al césar su último deseo: destruir la obra que ya no podría corregir adecuadamente. Confiando en la promesa de su amigo, el 21 de Septiembre del año 19 a.C., el poeta bajó al Averno, a ese lugar que tan bien había descrito en su poema. Claro que, en cuanto murió, a Augusto le faltó tiempo para poner a buen recaudo la grandiosa epopeya. No hizo caso de la petición de su amigo, pero nunca agradeceremos bastante su falta de palabra.


Mientras corran los ríos hacia el mar,
mientras las sombras cubran los huecos de los montes,
mientras el polo apaciente estrellas,
permanecerán por siempre inmutables tu gloria y tu nombre...
...
Y vivo mantendré yo tu recuerdo
allí a donde quieran llevarme los hados.


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(1) Nunca cruzará Brindisi nadie que comprenda la literatura griega tan bien como Virgilio: Atlas Culturales del Mundo. Ediciones del Prado.
(2) La Eneida, de Virgilio Maro.
(3) Virgilio tenía entonces cincuenta y un años.


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