domingo, 2 de mayo de 2010

Camino de Olimpia: Acaya

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Heracles y el jabalí del Erimantos

En cuanto nos alejamos unos kilómetros de Patras, la circulación disminuye y la carretera se aproxima hasta el borde del mar azul. A nuestra izquierda, las suaves montañas aqueas, unos picos arcaicos redondeados por la erosión, se cubren de una vegetación pobre de color verde aceituna, salpicada aquí y allá por bajos y rechonchos pinos y algún que otro plátano. Unas granjas agrícolas con aspecto empobrecido se asoman a la carretera mientras, por nuestra derecha, el mar carcome los pequeños acantilados sin formar siquiera una mínima playa. Un tanto desilusionados por la visión, tan alejada de la poesía publicitaria al uso, continuamos nuestra ruta hacia tierras más acogedoras.

La provincia de Acaya que recorremos, debe su nombre a Aqueo, un hijo de Lápato, rey peloponeso que repartió su reino entre los dos hijos que tenía. Tocóle a Aqueo esta parte Norte, mientras que a Lacón, el otro hijo, le correspondió la región Sur, región que tomó su nombre y pasó a llamarse Laconia.

 
Pasado Kato, la carretera se aleja de la costa dejando entremedias una pequeña y fértil llanura y se aproxima a la mítica cadena montañosa que lleva el nombre de Erimantos, el hijo de Apolo al que Afrodita había cegado por haberla sorprendido con Adonis en el baño. El paisaje sigue siendo monótono y el tráfico va disminuyendo. Es momento de recordar aquel famoso jabalí:

Como es sabido, Heracles había cometido un aborrecible asesinato por lo que recurrió al consejo del oráculo de Delfos en busca de la paz interior. Y por recomendación de éste, Heracles hubo de ponerse al servicio del rey Euristeo de Tirinto quien, pretendiendo deshacerse de él, le encargó doce difíciles trabajos. Uno de estos trabajos, probablemente el tercero, consistió en cazar un enorme jabalí que vivía en estas montañas del Erimanto y llevárselo vivo a Euristeo. El jabalí, dotado de unos inmensos colmillos, era sumamente peligroso por lo que Heracles, en vez de atacarlo directamente, lo persiguió durante días y días con el objetivo de agotarlo. En la larga persecución, lo empujó hacia las altas cumbres donde la nieve hacía más difícil la carrera y allí, ya totalmente debilitado, el héroe saltó sobre el lomo del animal, lo dominó y apresó. Heracles, después de atarlo con cadenas, partió hacia su tierra y llegó a Micenas con el jabalí a hombros: ¡había que ver a Euristeo asustado escondido en un caldero de bronce...!, tal era el terror que le producía el animal.

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