domingo, 11 de abril de 2010

El jabalí de Calidón

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La caza del jabalí. Sarcófago romano.

De las ciudades míticas, Calidón fue una de las más conocidas e importantes. Pero hoy, de Calidón no queda nada, sólo un nombre perdido, entre otros miles, en los mapas de carreteras detallados; en los otros, ni eso. Y si embargo, por aquí pasaron muchos, muchos héroes helenos.

Calidón, la famosa ciudad etolia, debe su nombre a Calidón, el hijo de Etolo, quien había conquistado estas tierras al vencer a los brutales dorios. Entre sus descendientes se encuentra Eneo quien se hizo tristemente famoso al olvidarse de hacer los sacrificios debidos a la diosa Artemisa y enviar ésta, como castigo, un terrible jabalí que arrasaba las tierras y diezmaba los rebaños. La situación se hizo insostenible por lo que Eneo despachó heraldos a todas las partes de Grecia para que invitaran a lo guerreros más valientes a una cacería singular que pudiera librarles del gigantesco animal.


Entre los héroes que respondieron a la invitación destacaban los hermanos Cástor y Polideuces de Esparta; Teseo de Atenas; Jasón el Argonauta de Yolco; Néstor Nelida de Pilos; Ificles, el hermano de Heracles, de Tebas; Peleo, el padre de Aquiles, de Ftia; Anfiarao de Argos; Telamón, padre de Ayax el grande, de Salamina; Ceneo de Magnesia; los hermanos Idas y Linceo de Mesenia y Anceo de Arcadia. A ellos se les sumó la casta Atalanta, la de los pies rápidos, criada por una osa en un monte próximo a Calidón, y Meleagro, hijo del propio Eneo. La caza prometía ser difícil y reñida dadas las rivalidades existentes entre los distintos participantes y el descontento de los hombres por tener que competir con una mujer, y así fue.

El jabalí apareció de improviso y, sin tiempo para reaccionar, mató a dos de los cazadores y arremetió tan fuerte contra los demás que el valiente Néstor hubo de huir cobardemente subiéndose a un árbol. Los cazadores fueron arrojando sus lanzas sin éxito salvo Ificles que, al menos, consiguió rozar a la fiera. Tuvo que ser Atalanta, para disgusto de los varones, la que hiriera al animal con una flecha certera... pero éstos despreciaron la acción por considerar el uso del arco como propio de cobardes. Sin embargo, como la fiera ya estaba herida, Meleagro consiguió traspasarla con su lanza llevándose todos los honores...

Pero lo cierto era que, durante la cacería, Meleagro se había enamorado de Atalanta por lo que desolló el jabalí y le ofreció la piel a ella diciendo: tú ya habías herido al animal y si lo hubiéramos dejado solo pronto habría muerto. Esto irritó a los presentes y especialmente a dos de sus tíos, hermanos de su madre, quienes, al renunciar Meleagro, se creían con derecho a los honores. La confrontación fue inevitable y, tras una cruenta batalla entre los partidarios de uno y otros, los hermanos de Altea (la madre de Meleagro) cayeron muertos por la espada de su sobrino.

              Meleagro
Tiempo atrás, cuando Meleagro era aún pequeño, las Parcas se aparecieron a su madre Altea, la hermana de Leda, y le informaron que su hijo sólo viviría hasta que acabara de consumirse el último de los tizones que ardían en su hogar. En cuanto supo esto, tomó el mayor de los tizones, lo apagó con agua y lo ocultó para que, al no poder consumirse, la vida de su hijo no corriera peligro. Pero, ahora, después de la muerte de sus dos hermanos, Altea estaba furiosa y, aconsejada por las Furias, tomó el tizón que mantenía escondido y lo arrojó al fuego para que acabara de consumirse. Cuando esto hubo ocurrido, Meleagro sintió que se le quemaban las entrañas y se quedó sin fuerzas, de modo que sus enemigos lo vencieron fácilmente y lo mataron. Su madre, avergonzada por lo que había hecho, se ahorcó, y Atalanta, vuelta a su casa, hubo de enfrentarse con las pretensiones de su padre Yaso para que tomara marido...

Yaso había abandonado a su hija Atalanta, nada más nacer ésta, en un monte próximo, con la pretensión de que muriera, pues él deseaba fervientemente tener un varón. Pero Artemisa protegió a la pequeña y envió una osa que la amamantó y cuidó. Ahora Atalanta regresaba a la casa paterna con la esperanza de reconciliarse, mas su padre, en cuanto la reconoció, se dirigió a ella y le exigió que tomara marido a lo que Atalanta se opuso por fidelidad a Artemisa. Ante la insistencia de su padre, y deseando no enemistarse más con él, decidió aceptar la propuesta con la condición de que todo pretendiente se enfrentara previamente con ella en una carrera pedestre y caso de vencer, ella aceptaría tomarlo como marido, pero, si vencía ella, él debería morir para pagar su osadía. Yaso aceptó la condición impuesta por su hija, y muchos fueron los adalides que pagaron con sus vidas el atrevimiento de enfrentarse a la de los pies ligeros, tantos que la noticia alcanzó los lugares más recónditos de Grecia llegando, incluso, a la remota Arcadia.

El arcadio Melanión, hijo de Anfidamante, pretendía también a la veloz hija de Yaso, mas, informado de la suerte de los que le habían precedido, decidió encomendarse a Afrodita, diosa a la que solía molestar la insolencia de quienes renunciaban voluntariamente al matrimonio. Y acertó, pues la diosa le escuchó con muestras de reprobar la negativa de Atalanta a tomar marido y, cuando él hubo terminado de hablar, ella tomó tres manzanas de oro y le dijo:

- Toma, y acepta el desafío. Luego, durante la carrera, deja caer una tras otra las manzanas porque Atalanta, mujer al fin, no podrá resistirse a su belleza y se detendrá a recogerlas. Esa es tu oportunidad para vencer.

Atalanta recogiendo las manzanas

Así lo hizo Melanión y, con tal estratagema, alcanzó la victoria. Pero la boda no les proporcionó la felicidad pues Artemisa, dolida por la infidelidad de Atalanta, les indujo a acostarse en el recinto de un templo dedicado al padre Zeus y éste, iracundo por tal profanación, convirtió a ambos en una pareja de leones.

El puente Rio Antirrio

El repaso a los héroes calidonianos hizo que el recorrido hasta Antirrío se nos hiciera corto, muy corto. Así que el pequeño puerto del que parten los ferrys que hacen el transbordo hasta el Peloponeso se apareció ante nosotros por sorpresa y, sin darnos siquiera cuenta, estábamos inmersos en la enorme marabunta que se forma en Grecia a la hora de subir a cualquier barco. De todas partes llegaban vehículos que, al tener que ponerse en una sola fila, organizaban el correspondiente desorden. Por si fuera poco, mientras unos intentaban dar la vuelta a sus coches, para, entrando marcha atrás, poder luego salir con facilidad, otros avanzaba ansiosos impidiendo a los primeros completar su tarea. Es necesaria una buena dosis de paciencia para conseguir embarcar aunque, después de los numerosos insultos, todo el mundo sonríe de forma relajada. Y si el agua de las discusiones no llega al río, digamos que nosotros sí, nosotros en un santiamén pasamos de Antirrío a Río y, con bastante menos follón que al embarque, tomamos tierra en el Peloponeso.

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