martes, 3 de noviembre de 2009

El mar Jónico

-


Siguiendo la costa epirota, hay un momento en que ésta forma una gran ensenada, como un mar interior, apenas comunicada con el exterior por el pequeño estrecho de Preveza: la carretera se interrumpe y se hacen necesarios los servicios del pequeño ferry que une las dos orillas. Después de la corta travesía aparece ante nosotros la provincia de Etolia, una comarca baja y fértil aunque con una agricultura no desarrollada en consonancia. La costa se vuelve más accidentada y las escarpadas islas Jónicas, los dominios de Odiseo, marcan el horizonte. En medio, un mar azul intenso cuyo nombre, Iónico o Jónico, deriva de Ío, la diosa-luna de Argos.


Zeus convierte a Ío en vaca...

Ío era hija del dios-río Inaco (y, por tanto, hermana de Foroneo, el primer hombre que fundó una ciudad), y fue una sacerdotisa de la diosa Hera argiva (Ver Argos). Su belleza era grande y Zeus, siempre débil ante los encantos femeninos, no tardó en enamorarse de ella. Pero la celosa Hera, ofendida como diosa y como esposa, vigilaba de tal forma a su sacerdotisa que Zeus, para poder engañarla, tuvo que convertir a Ío en vaca. Pero ni así, pues de inmediato, sospechando el engaño, Hera la tomó como suya y encargó a Argos, el perro de cien ojos que todo lo veía, la vigilancia del animal. Claro que, tratándose de asuntos amatorios, tampoco Zeus era de los que se rendían a las primeras de cambio. Llamó, pues, a Hermes, y le encargó la difícil misión de librarse del horrendo perro, cosa que Hermes, después de ayudarse con la flauta para dormir cada uno de los cien ojos del animal, lo consiguió aplastándole la cabeza con una piedra enorme. La muerte del fiel guardián que todo lo veía entristeció a Hera quien, como recuerdo, puso sus ojos en la cola del pavo real.
-

...Argos se queda dormido y...

...lo demás es historia.-----
Pero Hera no se entretuvo demasiado en llorar a su fiel perro sino que, con ánimo de venganza, envió rápidamente un terrible tábano para que persiguiera constantemente a Ío. La pobre sacerdotisa convertida en vaca, huyendo del tábano cruel, cruzó toda Grecia de este a oeste y llegó hasta Dodona, lugar en el que su amante tenía un santuario. Pero ni allí dejó de perseguirla el tábano. Desesperada, se dirigió al sur, hasta tropezar con este mar azul que hoy se llama Iónico en recuerdo suyo, y en el que se detuvo. Pero el tábano la siguió picando, e Ío tuvo que continuar un peregrinar que la llevó, por el Bósforo (que significa, precisamente, paso de la vaca), hasta Asia Menor y la lejana India. Luego regresaría, por Arabia, hasta Egipto donde, al parecer, habiendo despistado a Hera, se convirtió en Isis y encontró la paz. Más tarde Zeus le devolvería la figura humana y, como Zeus nunca daba puntada sin hilo, antes de abandonar a la atribulada muchacha la tocó provechosamente. Fruto de aquel toque mágico nació Épafo, el hijo de ambos, cuyo nombre significa precisamente eso: el toque.

La carretera es cada vez peor. En nuestro deseo de no alejarnos del mar hemos abandonado la carretera principal que desde Artá lleva a Naupatos (Lepanto) y Atenas, y hemos tomado este mal camino costero. Pero si la carretera es mala, las extraordinarias vista de las islas Jónicas compensan el esfuerzo. Allá, al fondo, entre brumas, está la gran Leukas y, más acá, como en su regazo, la pequeña Skorpios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario