viernes, 2 de marzo de 2012

Minos, el Minotauro y el Laberinto cretense

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Hace ya horas que el carro del Sol ha sobrepasado el cénit de la bóveda celeste y ahora, cuesta abajo, parece acelerar hacia sus dominios occidentales. Aquí en la playa, unos pocos bañistas sufrimos inmóviles el cálido picor de sus rayos mientras las olas, ajenas a todo, mueren rítmicamente, una y otra vez, sobre la blanca arena. Fernando me mira sudoroso, y pregunta:

- ¿Qué hay hacia allá?
- ¿Hacia ahí? Nada, nada; y después, el mar azul; y más allá, más mar; y luego, Creta.

Pero Creta no es una isla más, Creta es el origen de la gran civilización Minoica, madre, por derecho propio, de la civilización Micénica y, por tanto, abuela de toda la cultura clásica. Sí, allá lejos estará Creta, nuestra ilustre antepasada...

Los cretenses eran, no podía ser de otra manera dada su insularidad, un pueblo marinero; y como buen pueblo marinero daban preeminencia entre los dioses a Poseidón. No es, pues, extraño que su rey Minos, hermano de Radamanto y de Sarpedón, todos ellos hijos Zeus con la raptada Europa, se hubiera comprometido a sacrificar anualmente el toro más hermoso de entre sus ganados al poderoso dios de los mares. Y así lo hizo durante muchos años. Pero aquel año, aquel toro... tenía algo especial, blanco y poderoso como era, y Minos pensó en hacer una pequeña trampa: "si sustituyo al que sin duda es el mejor ejemplar por el que le sigue en excelencia no pasará nada", se dijo. Y lo sustituyó. Pero, ¡poco conocía Minos a los dioses, a pesar de ser hijo del más poderoso de todos ellos! Así, el iracundo Poseidón, sin esperar lo más mínimo, decidió vengarse de la afrenta, y no se le ocurrió mejor idea que la de hacer que Pasifae, la joven y bella esposa de Minos, se enamorara apasionadamente del hermoso toro blanco.

Dado que aquella pasión antinatural  no parecía fácil de cumplir, Pasifae hubo de recurrir a la ayuda del más genial de los inventores de entonces, al sin par artífice Dédalo, aquel que, con su hijo Icaro, tendría luego que huir volando hacia Sicilia. Su fama ya era conocida en Atenas, de donde, por cierto, también había tenido que huir(1), y se incrementó al llegar a Creta gracias a unas muñecas articuladas, hechas de madera, que hacían las delicias de la casa real. Pero el reto que ahora le presentaba su reina le pareció bastante más difícil. No obstante, se puso a la tarea, y pensó durante mucho tiempo, y después de tanto cavilar concluyó que lo mejor sería hacer una hermosa vaca de madera, recubierta de piel, con grandes cuernos y que pudiera atraer engañosamente al deseado animal. Y poniendo el máximo esmero en la tarea, como por otra parte hacía siempre con su trabajo, fabricó la artesanal vaca de modo que era casi indistinguible de las de verdad, salvo, claro está, por las necesarias y bien disimuladas portezuelas que tuvo que dejar. Pasofae tuvo que entrenarse en el manejo de las trampillas, cosa no fácil de hacer desde dentro. Luego, llevaron el animal al campo y lo dejaron en la zona donde solía pastar la vacada. Dédalo ayudó a Pasifae a introducirse dentro del engaño y cerró las puertas; lo demás era cosa que su reina debía hacer a solas, y que hizo. Convenientemente colocada, con sus piernas introducidas en los cuartos traseros del animal, abrió la trampilla posterior y esperó. El toro blanco no tardó en acercarse y pronto se sintió atraído por el engaño.

Fruto de aquella pasión antinatural fue el famoso Minotauro al que, por consejo de un oráculo, Minos encerró en un laberinto(2) que previamente había encargado a Dédalo (quien, ciertamente, tanto servía para un roto como para un descosido). Con el extraño animal encerrado, Minos sintió una cierta tranquilidad, mas la vergüenza de lo ocurrido lo seguía torturando. Pasó algún tiempo y, después de muchas noches sin dormir, acabó convenciéndose de que debería eliminar al testigo de tamaña aberración, y decidió matar a Dédalo encerrándolo en el Laberinto, junto al antropófago animal. ¡Claro que no contaba con la astucia del ingeniero! Dédalo huyó del Laberinto volando con sus alas artificiales en un viaje de sobras conocido.

Y ésta es la historia. Lo demás, eso de que el mito indica un casamiento ritual entre la sacerdotisa de la Luna, disfrazada de vaca, y el rey, disfrazado de toro, es interpretación. Nosotros nos quedamos preocupados solamente por saber de qué se alimentaba aquel monstruoso animal de biforme aspecto, de toro y hombre con mezclados miembros.(3)

Pero de una cosa sí estamos seguros: si Pasifae puso los cuernos a Minos, y esto pocas veces se podrá decir con más propiedad, tampoco Minos se quedó atrás. Tanto fue así, que sus numerosas infidelidades acabaron por enfurecer a Pasifae, la cual, aprovechándose de sus conocimientos mágicos (era hermana de Circe y de Eetes, el padre de Medea), lanzó contra su marido un pérfido hechizo: cada vez que se acostaba con una mujer eyaculaba, no semen, sino una multitud de serpientes nocivas, escorpiones y ciempiés que hacían presa en los órganos genitales de ella.

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1.- Ver Atenas.

2.- El nombre de Laberinto deriva del labris, o hacha de doble cara, formada por una luna creciente y una menguante unidas por la espalda, y que era el emblema de la casa real cretense. En cuanto a su forma, puede que fuera sólo un palacio como muestran sus actuales ruinas, o puede que hubiera en el suelo, dibujado en mosaico, un auténtico laberinto cuya función sería la de permitir el baile ritual que Homero nos indica: "Dédalo ideó en Cnosos un suelo, en donde danzar pudiera la rubia Ariadna..."

3.- Eurípides sobre el Minotauro, citado por Plutarco.

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