sábado, 19 de septiembre de 2009

Cronos y su descendencia

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Rea y Cronos

Hades era el mayor de los hijos de Cronos, y nada más nacer, advertido su padre de que uno de sus hijos lo destronaría, lo devoró como si fuera una vulgar salchicha. Luego Cronos tuvo otros hijos a los que trató de igual manera, mas cuando nació Zeus, el último de ellos, Rea, su madre, cansada de tanto parir hijos para nada, decidió engañar a su voraz marido y envolviendo una piedra con los pañales del recién nacido se la presentó a Cronos como si fuera el bebé. Nada más ver el bulto, y sin sospechar lo más mínimo, Cronos se tragó el engaño, con pañales y todo, y el pequeño pudo ser conducido a Creta donde, escondido en la cueva Dictea y rodeado por los ruidosos Coribantes (encargados de impedir con su estruendo que los llantos del pequeño bebé lo delataran), pudo sobrevivir.
 Rea ofrece a Cronos la piedra envuelta en pañales--------
En cuanto Zeus creció lo suficiente se acordó del trono de su padre y de las meriendas que éste se había pegado a costa de sus hermanos mayores y, poseído de fraternal amor, se dirigió al Olimpo con la intención de arreglar el asunto. Como era de esperar, dada su afición a comer lo primero que se le presentaba, Cronos tenía unas digestiones francamente pesadas y sus siestas eran de las que, milenios más tarde, Cela calificaría como siestas de pijama y orinal. Así que, como era de esperar, Zeus encontró a su padre durmiendo, lo que aprovechó para administrarle un potente vomitivo que le hizo devolver sanos y salvos a todos sus hermanos mayores.

Cuando Cronos se despertó y descubrió el engaño de que había sido víctima entró en una cólera infinita y decidió que esta vez no, que esta vez ni uno solo de sus hijos escaparía con vida. Pero Rea, la preocupada madre, se movió con rapidez y llegó a tiempo de avisar a sus retoños de lo que ocurriría si no tomaban medidas de inmediato. Advertidos pues, los hermanos se enfrentaron a su padre, y mientras Hades, oculto bajo un maravilloso casco de piel de perro que le habían regalado los cíclopes y que le hacía invisible, pudo sujetar a Cronos, el pequeño Zeus lo derribó con un rayo. El viejo dios destronado supo aceptar su derrota y se retiró a Sicilia donde llevó una vida tranquila dedicado al cuidado de sus numerosos rebaños. Finalmente, sus hijos se acordaron de él y, dado su buen comportamiento, le encargaron que reinara sobre las almas afortunadas que habían sido enviadas a los Campos Elíseos.

Destronado Cronos, los bien avenidos hermanos decidieron repartirse el mundo, y mientras a Zeus le tocó el cielo y Poseidón fue nombrado dueño del mar, Hades, el mayor de ellos, se quedó con el mundo subterráneo. Nada se sabe de los otros hermanos y hermanas aunque, con posterioridad, se les encargarían algunas misiones que no dejaban de ser tareas secundarias.

El sombrío reino de Hades (un lugar tenebroso situado en el mundo subterráneo a tanta distancia de la tierra como ésta lo está del cielo, de tal forma que si un yunque cayera desde el cielo tardaría nueve días en llegar a la tierra y otros nueve en llegar desde la tierra al Tártaro, su parte más profunda) no parecía ser el mejor de los reinos, mas él lo aceptó sin protestar y allí se recluyó casi a perpetuidad. Sólo de tarde en tarde, cuando los olímpicos celebraban asamblea, se le llamaba para que asistiera, cosa que hacía sin entrometerse nunca en las cosas de los vivos. Pero, a pesar de su carácter solitario y retraído, la soledad acabó por hacérsele insoportable y, dado que en uno de sus viajes al Olimpo, había conocido a una hermosa joven, pensó que sería buena idea el tomar esposa. Pero no era sencillo porque, ¿quién querría compartir con él una vida tan monótona, enterrados ambos en las profundidades de la tierra?

La hermosa joven de la que se había enamorado era Kore, la hija única de su hermana Deméter quien, como madre, la amaba infinitamente. Y siendo Hades conocedor de ello sabía que su hermana nunca aceptaría separarse de su querida hija y dejar que se fuera con él al profundo Erebo. Decidió pues hablar con Zeus, hombre al fin, quien seguramente comprendería sus inquietudes. Pero Zeus, en el fondo diplomático frustrado, queriendo complacer a Hades pero temiendo al mismo tiempo la reacción de Deméter, no supo tomar partido. No quedaba pues otra solución que no fuera el rapto. Así que esperó la ocasión propicia, y cuando la joven salió a recoger flores a la fértil campiña siciliana, la tomó en sus robustos brazos y subiéndola a su hermoso carro de oro la condujo al rico, pero oscuro, palacio infernal.

La ira de Deméter fue tan grande y sus amenazas tantas (véase Eleusis) que fue necesario llegar a un arreglo: Kore pasaría una mitad del año con su madre en el reino de la luz y reservaría la otra mitad para, con el nombre de Perséfone, reinar en el mundo de los muertos. Allí, desde un suntuoso palacio hecho de oro y materiales preciosos (a Hades también le llamaban Plutón, es decir, el rico, pues era dueño de todas las riquezas que conserva el interior de la tierra), supervisaban el gobierno de su reino, gobierno que habían encargado a Éaco y a los hermanos Minos y Radamantos, los tres jueces sabios.

Más allá del Aqueronte: el reino de Hades

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Desde Parga retornamos a la carretera principal, que seguimos durante unos pocos kilómetros hasta ver el ansiado indicador. Luego, hacia la izquierda, una corta subida que no llega al kilómetro y el aparcamiento. En frente, en lo alto del otero, están ya los derruidos muros de lo que fue un templo infernal.



El Nekromanteion, un oráculo de los muertos, es uno de los escasos templos dedicados al dios de los infiernos que los griegos nos han dejado. Y no es de extrañar su escasez pues los antiguos griegos, como otros muchos pueblos, preferían pasar desapercibidos en asuntos relacionados con el más allá. Quizá por eso Hades, el mayor de los olímpicos, no era un dios especialmente popular.

Actualmente las ruinas del complejo se encuentran en una pequeña eminencia rodeada de tierras bajas y fértiles; pero parece que, en el pasado, las aguas del infernal Aqueronte rodeaban el altozano convirtiéndolo en un pequeño islote en la desembocadura del río. Desde lo alto de la muralla que rodea el recinto se puede contemplar como la verde costa del Epiro se recorta sobre las azules aguas del mar Jónico, salpicado de islotes y de las estelas de los numerosos barcos que lo surcan...

Las ruinas del Nekromanteion, rodeadas por una muralla cuadrangular bastante bien conservada, permiten hacerse una idea fidedigna de como debió ser el santuario en sus años de apogeo. A la derecha de la puerta principal, ocupando el flanco Oeste, estaban las habitaciones de los sacerdotes; y a la izquierda, en el lado Norte, quedan los restos de lo que fueron las despensas y las oscuras habitaciones destinadas a los consultantes. Más allá, un estrecho corredor sin ningún tipo de iluminación recorría la ladera Este para, después de girar hacia el Sur, convertirse en un auténtico laberinto. Luego, tras cruzar la pequeña habitación donde se depositaban las donaciones, se llega a la escalera que baja a la sala de la sacerdotisa...
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Comunicación con el Hades
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Hay que cerrar por un momento los ojos e imaginarse al ansioso consultante que, llegado por mar desde lejanas tierras, deseaba saber algo sobre sus antepasados. Los sacerdotes lo recibirían amablemente, le cobrarían lo estipulado y, tras hacerse cargo de los regalos que el forastero traería para facilitar las cosas, le conducirían a una de las habitaciones preparadas al efecto. En esta habitación sin ventanas, totalmente oscura, el peregrino esperaría los días necesarios para que la sacerdotisa pudiera recibirle y para preparar convenientemente su ánimo. Y luego, tras acompañarlo por el largo corredor, lóbrego y tenebroso, lo introducían en el complicado laberinto de donde saldría totalmente desorientado y espiritualmente predispuesto para los ritos siguientes. El correspondiente descenso hasta la gruta ocupada por la medium, supuestamente situada encima del infernal palacio de Hades y comunicada con él a través de una enorme grieta en el suelo, completaría el clímax...

Las inquietudes de los visitantes serían las normales para tales casos: saber si el alma de su antepasado muerto estaba bien, si había podido cruzar la odiada laguna Estigia, si podía ayudarle en algo, y viceversa. Y saldrían satisfechos. Sin duda, parece que aquí reinaba una gran profesionalidad...

lunes, 14 de septiembre de 2009

La playa de Lichnos

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Parga

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El corto desvío que conduce desde la carretera principal hasta Parga es, desde todos los puntos de vista, digno de ser recorrido. Un mar increíblemente azul bate los pies del alto acantilado dibujando pequeñas ensenadas sobre las que se forman estrechas playas de fina arena. Más allá de los promontorios rocosos, pequeños islotes en forma de "panes de azúcar" salpican la tranquilas aguas de cambiantes colores y dan al conjunto un aspecto de ensueño. Los pinos se cuelgan de las laderas de los farallones, y las flores, especialmente las buganvillas, salpican de verde y rojo las paredes encaladas de las casas. El sol, reverberando en las aguas que rodean los islotes, completa la magia del lugar.
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La turística ciudad de Parga, colocada en anfiteatro alrededor de su pequeño puerto, está separada de las bahías colindantes por dos escarpados promontorios. Tras éstos se extienden dos magníficas playas, una a cada lado, y a las que, por sólo quinientas dracmas, se puede llegar en las barcas que de continuo hacen el recorrido de ida y vuelta. En una de estas playas, la de Lichnos, hay un agradable cámping en el que nos instalamos. Por lo demás, Parga es una villa de calles empinadas y estrechas, arracimadas alrededor del puerto y llenas de tiendas de recuerdos. Numerosos turistas, especialmente alemanes, callejean despreocupados y regatean con cada uno de los vendedores con los que van encontrándose; luego, llegada una cierta hora, como de mutuo acuerdo, todos parecen encaminarse hacia el puerto en donde se agrupan las numerosas terrazas y tabernas de pescado. Comer allí es un auténtico placer (desde luego, más visual que gastronómico) y los precios son relativamente bajos.

Las playas de Parga están menos saturadas que, digamos, las españolas, y también están menos urbanizadas. Sin embargo, es posible disfrutar de numerosas atracciones y a precios muy asequibles. Practicar el esquí náutico o alquilar una moto acuática no suponen mucho dinero, y hacer un recorrido en cualquiera de los numerosos artefactos inflables y arrastrados a gran velocidad por potentes barcas, con las correspondientes caídas y chapuzones, tampoco arruinan a nadie. Es incluso posible tener un emocionante bautismo aéreo volando en un parapente que, arrastrado por una lancha motorizada, sube hasta las alturas para, de vez en cuando y a voluntad del piloto, descender y darnos el correspondiente remojón. Y, por supuesto, también están las actividades submarinas que permiten disfrutar de unas aguas limpias y unos fondos increíbles, iluminados por ondulantes pinceladas de luz.

Disfrutamos de la playa de Lichnos, de sus aguas y de sus atracciones, y disfrutamos también de alguna de sus inquietantes excursiones en barca a las fronteras del más allá, a ese punto donde las aguas del Aqueronte parecen brotar del mismo infierno (Dice Jenofonte: y llegamos a orillas del Aqueronte, por donde, según se dice, bajó Heracles contra el perro Cerbero por un antro que todavía se muestra allí y que tiene más de dos estadios de profundidad...); y llegado el momento de irnos, abandonamos Parga con tristeza. Quizá desde España, a la hora de planificar el viaje, no supimos valorar su encanto y ahora lamentamos no disponer de más tiempo. Pensamos volver algún día, claro, aunque, al recordar la distancia que nos separa, nos invade el pesimismo. Sea como sea, Parga quedará en nuestra memoria como un lejano rincón feliz en el que aún perdura la magia y el misterio.

Cronos devorando a sus hijos

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Las razas de Hesíodo


Como ya hemos visto, hubo una primera raza de hombres que vivían y morían felices sin sentir ningún tipo de preocupación; eran los súbditos de Cronos, una raza preagrícola y prediluviana a la que Hesíodo llamó raza de oro. Pero cuando Cronos, perdido el poder ante sus hijos, hubo de retirarse derrotado a Sicilia, esta raza desapareció de la tierra por extrañas razones, aunque de forma no violenta, como quedándose eternamente dormidos en algún lugar desconocido.

A ésta siguió una raza de plata, una raza de hombres comedores de pan, que estaban completamente sometidos a sus madres y que no se atrevían a desobedecerlas jamás. Eran pendencieros e ignorantes y nunca ofrecían los debidos sacrificios a los dioses, pero al menos no se hacían la guerra mutuamente. También por ocultas razones, Zeus destruyó a esta raza de plata, agrícola y matriarcal.

Los hombres de la raza de bronce cayeron como fruto de los fresnos y estaban armados con armas de bronce. Comían carne y pan, y les complacía la guerra, pues eran insolentes y crueles. La negra peste acabó con esta raza de pastores(1).
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La cuarta raza de hombres era también de bronce, pero más noble y generosa que la anterior pues los dioses los engendraron en mortales. Participaron en la expedición de los argonautas a la Cólquide y en la guerra de Troya y, al morir, se convirtieron en héroes.

La raza actual, la quinta, es la raza de hierro, una indigna descendencia de la cuarta, una raza formada por hombres degenerados, crueles, injustos, maliciosos, libidinosos, malos hijos y traicioneros...(2)

Mariló me mira sorprendida y comenta:

- ¿Y esos, se supone que somos nosotros, claro?
- Por supuesto. Al menos así es como Hesíodo veía a sus contemporáneos...
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1.- ¿Se refiere, Hesíodo, a los helenos primitivos?
2.- Si el párrafo anterior describe a los guerreros micénicos éste, sin duda, refleja a los brutales dorios.

Los helenos primitivos

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Y como la estrecha carretera, con sus curvas y más curvas, parece alargarse eternamente, aprovechamos la ocasión para ir tomando contacto paulatino con la mitología. Si antes nos enteramos de la teogonía, del nacimiento de los primeros dioses, éste puede ser un buen momento para continuar con lo que podría ser la androgonía, la historia de los primeros humanos y su relación con los inmortales.



Los helenos primitivos. Puede que los hombres primitivos nacieran del huevo de la serpiente Ofión o puede que nacieran espontáneamente de la tierra. En todo caso, según Hesíodo, eran una raza de oro, hombres que vivían sin preocupaciones ni trabajo, comiendo solamente bellotas, frutos silvestres y la miel que destilaban los árboles. Bebían leche de oveja y cabra, nunca envejecían, bailaban y reían mucho y, para ellos, la muerte no era más terrible que el sueño(1). Pero, por alguna causa desconocida, estos súbditos de Cronos desaparecieron de la faz de la tierra sin dejar ningún rastro.

Ante tal situación, Prometeo tomó un poco de arcilla de la tierra, la humedeció convenientemente con agua, la moldeó con cuidado y, dándole vida, creó un hombre nuevo.

Y después de haberlo creado fue, ¿cómo no?, su gran benefactor. Él y sus hermanos Atlas y Epimeteo eran hijos del titán Jápeto y, por tanto, una generación mayor que los dioses olímpicos. Cuando se produjo la rebelión de los titanes contra aquellos, Prometeo, que era muy inteligente, adivinó que sería un fracaso y no la apoyó. Ello le granjeó las simpatías de Zeus quien le encargó la creación del hombre. Pero luego surgieron problemas y las buenas relaciones acabaron deteriorándose.

Al principio, los hombres no sabían hacer los sacrificios pues, deseando complacer a los dioses, les entregaban las partes buenas del animal quedándose ellos con los desperdicios. Intervino entonces Prometeo y les dijo a los mortales que sacrificaran una víctima, la trocearan, formaran con su piel dos amplios sacos y los rellenaran de modo que lo mejor de la carne quedara en el saco de peor aspecto y reservaran para el otro saco únicamente los huesos y la grasa. También les indicó que, una vez llenos y bien cerrados, debían presentar los sacos a los dioses y pedirles que escogieran el que más les gustara. Y no se equivocó Prometeo, buen conocedor de los inmortales, pues en cuanto vieron los dos sacos rápidamente eligieron el de mejor aspecto que, como sabemos, contenía sólo los desperdicios. Desde entonces, y gracias a Prometeo, a los dioses se les reservan las partes óseas y la propia grasa quedándose el hombre con la parte magra.

No gustó a Zeus el engaño de que había sido víctima, así que, como venganza, decidió privar a los hombres del fuego con que asaban la carne. ¡Se la quedan, pues que se la coman cruda!, dijo. Sin embargo, nuevamente vino Prometeo en ayuda del hombre y, robando fuego del cielo, lo transportó a la tierra en el interior de un cañaheja y se lo entregó a los humanos. La cólera de Zeus se hizo mayúscula, hasta el punto que decidió prescindir del hombre eliminándolo de la faz de la tierra por medio de un diluvio(2).

En cuanto Prometeo se enteró de las intenciones de Zeus, llamó a su hijo Deucalión y le ordenó que construyera una barca, la llenara de provisiones y se salvaran él y su familia. Así lo hizo, y después de llover nueve días y nueve noches de forma continua, el cielo comenzó a clarear, y Deucalión, habiendo soltado una paloma que regresó con un ramo de olivo, pudo saber que la tierra comenzaba a emerger de nuevo. Poco después el arca se posaba en lo alto del monte Parnaso desde donde Deucalión se dirigió a Delfos para consultar con el oráculo sobre la forma de repoblar la tierra.

Cuando Deucalión tuvo la respuesta del oráculo se quedó perplejo pues se le ordenaba que, para poblar nuevamente la tierra, debía sembrar los huesos de su madre. No obstante, después de meditar durante algún tiempo, llegó a la conclusión de que los huesos que tenía que sembrar eran los de la madre Tierra, es decir, las piedras del camino. Tanto él como Pirra, su mujer, se aplicaron a la tarea y poco después salían de la tierra los famosos hombres sembrados: varones los sembrados por Deucalión y hembras los sembrados por Pirra.

La ira de Zeus se dirigió ahora hacia Prometeo en exclusiva y decidió tomar una venganza ejemplar. Mandó, pues, a Hefesto que lo encadenara a la más alta montaña del Cáucaso y ordenó a un buitre que todos los días le devorara el hígado, hígado que crecía nuevamente durante la noche, eternamente.

Por su parte, Deucalión, aplacada la ira de Zeus mediante sacrificios, vivió feliz con su esposa Pirra quien, ya por el procedimiento normal, le dio otros muchos hijos, entre ellos Heleno, padre de Eolo, Juto y Doro y, por ellos, de todos los helenos.


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1.- Robert Graves. Los mitos griegos.
2.- Previamente Zeus castigó a los hombres con el "regalo" de la primera mujer. Véase el mito de Pandora, en Eleusis.

Zeus, el padre de los dioses olímpicos

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La costa de Tesprotia

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Pirro, rey del Epiro
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El cámping de Platarias, situado a unos diez kilómetros de Igumenitsa, se extiende en terrazas sobre una empinada ladera que baja hasta una media luna de blancos guijarros, a lo que llaman playa, y que lo separa del mar azul. A estas horas de la mañana muchos campistas, casi todos alemanes, se apresuran a recoger sus enseres para continuar un camino en el que Platarias sólo significó una estación. Nosotros, más dormilones que los centroeuropeos, los observamos desde la ventana de la autocaravana mientras damos cuenta de un desayuno frío de leche y cereales.
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El mar, el hoy pacífico mar Jónico, aparece salpicado de grandes manchas, como un bello mosaico de colores en el que las teselas estuvieran formadas de vidrios verde esmeralda o azul turquesa, cuando no refulgente ámbar, como en la zona donde las pequeñas ondulaciones de la superficie reflejan los madrugadores rayos del sol. Estamos felices, aunque el ajetreo exterior nos intranquiliza un tanto.
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- Venga, vámonos que ya no queda nadie...
- Sí, oye, parece que fuera más tarde. ¿Qué hora es?
- Las nueve y..., ¿las nueve? ¡No, las diez, las diez y veinte para ser más exactos! Es decir, las ocho y veinte en Canarias...
- ¡Ostrás, es verdad, que aquí van una hora adelantados! ¡Tenemos que poner los relojes en hora...!- Claro, por eso está todo el mundo ya revuelto. ¡Venga, vámonos!
- ¿Y no nos damos antes un baño?
- No. Seguro que habrá playas mejores a lo largo de la costa.
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Y con rara unanimidad, asentimos todos, pagamos el cámping, llenamos los depósitos de agua y emprendemos camino por la carretera costera que separa la provincia de Tesprotia del ancho mar Jónico. Pablo, tras poner orden en sus papeles, comienza a informarnos sobre los orígenes del nombre.

Tesprotia debe su nombre a Tesproto, un emigrante arcadio que vino a estas tierras por razones que desconocemos. Sabemos, sin embargo, que era hijo de Licaón (aquel que ofreció a Zeus una comida confeccionada con la carne de sus propios hijos...) y nieto, por tanto, de Pelasgo. Aparece en la mitología acogiendo a Tiestes cuando éste ha de huir de Micenas perseguido por su hermano Atreo (quien, por cierto, le había servido una sopa de menudillos de la que Tiestes comió con deleite... hasta que le informaron que dicha sopa estaba hecha con la carne de sus propios hijos, asesinados por Atreo).

Pero estas tierras montañosas, pobres y agrestes, son más conocidas por el nombre de la región a la que pertenecen, el Epiro (¿quién no se acuerda de Pirro, rey del Epiro, terror de los romanos?) y está formada por las provincias de Ioannina, Artá, Preveza y Tesprotia.

Igumenitsa, la puerta de entrada a Grecia

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Fue corto el viaje. Casi no queda tiempo de prepararnos para atracar, para pisar Grecia, esa tierra antigua donde lo humano y lo divino se confundían. ¿Qué quedará de aquellos hombres tan inmortales como sus propios dioses? ¿Todavía mantendrán aquellos olímpicos inmortales sus pasiones tan humanas...? Ya no queda tiempo, pero, en el último suspiro antes de bajar a tierra, quisiera recordar un párrafo de Edith Hamilton (guía Fodor’s. El País-Aguilar):

Egipto es un valle fértil de rica tierra ribereña, baja, cálida, monótona, con un río que fluye mansamente; y más allá, el desierto sin límites. Grecia es un país de escasa fertilidad, todo él colinas y montañas cortadas a pico, donde los hombres deben trabajar con ahínco para ganarse el pan. Y mientras Egipto se rindió y, sufrido, volvió el rostro a la muerte, Grecia resistió y, llena de regocijo, lo volvió a la vida.

Estamos a primeros de Agosto y los muelles del puerto de Igumenitsa, como corresponde a estas fechas, están abarrotados. Camiones, autobuses, coches y motocicletas se mueven al azar en medio de un impresionante caos. Nadie guarda un mínimo orden en las esperas para subir a los ferrys y los vehículos que luchan por entrar bloquean la salida a los que luchamos por dejar expedito su camino. Algunos conductores, asomándose a la ventanilla, aprovechan para insultar al contrario mientras que otros se distraen haciendo sonar sus bocinas insistentemente. Entre tanto, las autoridades portuarias parecen disfrutar contemplando el caótico espectáculo que el exceso de turismo les procura en días señalados como éstos.

Si esto es todo lo que hay en este pueblo..., ¡mejor salir cuanto antes!, pensamos. Y, en cuanto podemos, a pesar de lo oscuro de la noche y de un cierto miedo inicial al tráfico griego, tomamos la carretera costera que, esperamos, ha de llevarnos a un cámping próximo.

La gran diosa mediterránea

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domingo, 13 de septiembre de 2009

A través del negro Ponto

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El cálido Sol de Agosto, en su camino hacia las occidentales tierras de Iberia, desaparece tras la calina rojiza de la tarde; el azul grisáceo, poco a poco negro, que desde el Oriente persigue al flamante carro de Febo/Apolo, alcanza ya a cubrirnos con su oscuridad; y pronto, como cada noche, las tinieblas lograrán sobre la luz una victoria efímera, nos envolverán en su sombra y convertirán las profundas aguas que nos rodean, hasta hace unos minutos de color azul intenso, en una masa completamente negra.

De pronto, robada la luz al cielo,
negra noche cubre el mar...


Fuera, más allá de las luces del ferry, van quedando, como recuerdo de un día que se fue, los reflejos de la blanca espuma adornando la estela del barco. Miramos a lontananza, hacia la nada, hasta que la vista rehuye el vacío de la noche. Y regresamos de nuevo a la magia impresa, ahora a una antología de la literatura griega, uno de esos libros amenos e intemporales. Con él seguimos entre el negro desaliento de la noche y la ilusión por un día inmaculado, surcando este mar de héroes, de dioses y de hombres.

Nos dicen los antiguos que cuando la última generación de dioses, los olímpicos, se repartieron el mundo, a Poseidón le tocó en suerte gobernar sobre el ancho mar, mientras que su hermano más joven, Zeus, se encargaría del gobierno de la tierra. Pero fue el mayor de todos, Hades, el de luengas y blancas barbas, quien se quedó como dueño de la noche; así que ahora, cuando los demás dioses duermen, son él y sus inefables compañeros infernales los que reinan a sus anchas. Y nosotros, los mortales que aún no pertenecemos a su reino, deberíamos escondernos en los brazos protectores de Morfeo, salvo que, desafiando a las fuerzas ocultas de la noche, queramos desentrañar los secretos de los dioses con la misma alevosía con que en su día lo hicieron los primeros griegos. Dice Jenófanes de Colofón (1):


Piensan los mortales que hubo un nacer de los dioses
y que tienen, como ellos, vestidos y voz y figura.

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Y, en efecto, he aquí lo que a partir de la época de Homero y Hesíodo creen los humanos que fue el origen de los inmortales:


En el principio de todas las cosas, Gea, la Madre Tierra, emergió del Caos, y habiendo entrado en un sueño profundo, concibió y dio a luz a su hijo Urano. Luego éste, contemplándola tiernamente desde las montañas, derramó sobre sus hendiduras secretas una lluvia fértil, y ella, fecundada de este modo, produjo hierbas, flores y árboles, y los animales y las aves adecuados para cada planta. Y la misma lluvia fertilizante hizo que corrieran los ríos y que se llenaran de agua los lugares huecos, creando así los lagos y los mares (2).


Luego, de la relación entre Urano y Gea nacieron los hecatónquiros, o gigantes de las cien manos, los cíclopes de un solo ojo, y los doce titanes. Uno de estos titanes, Jápeto, fue padre de Prometeo, y por tanto, de todo el género humano, mientras que otro, Cronos, lo fue de todos los olímpicos inmortales.


Sigue la travesía y sigue el monótono vaivén del barco: un tiempo magnífico para leer y recordar, para leer y aprender. Y ya que, gracias a Hesíodo, hemos conocido el origen de los primeros dioses inmortales, ¿por qué no seguir con ellos y preguntarnos ahora cómo eran, qué aspecto tenían? ¿Eran altos y rubios o, por el contrario, chatos y negros? Continua el escéptico Jenófanes:
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Los Etíopes afirman que sus dioses son chatos y negros,
y los Tracios los tienen de ojos azules y pelirrojos...



Pero si manos tuvieran los bueyes, caballos y leones,
para pintar con sus manos y crear, como hombres sus obras,
también pintarían figuras de dioses y harían sus cuerpos
los caballos igual a los caballos y los bueyes a los bueyes,
tales cual cada animal su figura tuviera.



Curioso..., aguda observación. Pero el gran pensador de Colofón no se queda en una observación superficial de los hechos, sino que maneja una idea avanzada sobre un dios único y distinto, no mimético con las formas de los propios humanos. Termina diciendo:


Hay un único dios, el más grande entre dioses y humanos,
no semejante en su forma ni en su pensamiento a los hombres (3).



Sin embargo, Protágoras de Abdera(4), un filósofo relativista, reconoce humildemente su incapacidad para aventurarse por los vericuetos especulativos que podrían conducir al conocimiento de la divinidad y se declara agnóstico. Dice:


De los dioses no me es dado saber si existen o no existen, ni tampoco como están formados, pues su invisibilidad y la brevedad de la vida del hombre impiden saberlo...


¡Cuánto disfrutamos con estos y con otros pensamientos similares, pensamientos no de hoy, ni de ayer, sino de hace la friolera de dos mil quinientos años! ¡Cómo nos hacen pensar...! ¿Estaremos hoy a su altura? Quién sabe. En todo caso, meditando en héroes y dioses, acunados por las suaves olas mediterráneas, bajo un estrellado cielo estival, nos vamos acercando a la Grecia de nuestros sueños, a la Grecia eterna.
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1.- Jenófanes, cuyo apogeo como pensador coincidió con las invasiones persas, era muy crítico con las creencias de la época.
2.- Robert Graves. Los mitos griegos. Alianza.
3.- Jenófanes. Alianza.
4.- De Protágoras es el lema: el hombre es la medida de todas las cosas.