lunes, 14 de septiembre de 2009

Igumenitsa, la puerta de entrada a Grecia

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Fue corto el viaje. Casi no queda tiempo de prepararnos para atracar, para pisar Grecia, esa tierra antigua donde lo humano y lo divino se confundían. ¿Qué quedará de aquellos hombres tan inmortales como sus propios dioses? ¿Todavía mantendrán aquellos olímpicos inmortales sus pasiones tan humanas...? Ya no queda tiempo, pero, en el último suspiro antes de bajar a tierra, quisiera recordar un párrafo de Edith Hamilton (guía Fodor’s. El País-Aguilar):

Egipto es un valle fértil de rica tierra ribereña, baja, cálida, monótona, con un río que fluye mansamente; y más allá, el desierto sin límites. Grecia es un país de escasa fertilidad, todo él colinas y montañas cortadas a pico, donde los hombres deben trabajar con ahínco para ganarse el pan. Y mientras Egipto se rindió y, sufrido, volvió el rostro a la muerte, Grecia resistió y, llena de regocijo, lo volvió a la vida.

Estamos a primeros de Agosto y los muelles del puerto de Igumenitsa, como corresponde a estas fechas, están abarrotados. Camiones, autobuses, coches y motocicletas se mueven al azar en medio de un impresionante caos. Nadie guarda un mínimo orden en las esperas para subir a los ferrys y los vehículos que luchan por entrar bloquean la salida a los que luchamos por dejar expedito su camino. Algunos conductores, asomándose a la ventanilla, aprovechan para insultar al contrario mientras que otros se distraen haciendo sonar sus bocinas insistentemente. Entre tanto, las autoridades portuarias parecen disfrutar contemplando el caótico espectáculo que el exceso de turismo les procura en días señalados como éstos.

Si esto es todo lo que hay en este pueblo..., ¡mejor salir cuanto antes!, pensamos. Y, en cuanto podemos, a pesar de lo oscuro de la noche y de un cierto miedo inicial al tráfico griego, tomamos la carretera costera que, esperamos, ha de llevarnos a un cámping próximo.

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