domingo, 13 de diciembre de 2009

Frente a Ítaka, la isla de Odiseo

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Helena, que había subido con Príamo a la alta muralla troyana, va explicando a su nuevo suegro quién es quién entre los combatientes aqueos. Pregunta el rey:

- Y dime ahora, hija querida, quién es aquél, más bajo que Agamenón Atrida pero más ancho de espaldas y de pecho. Ha dejado las armas en el suelo y recorre las filas enemigas como un carnero que atravesara un gran rebaño de cándidas ovejas.
- Aquél es el hijo de Laertes -respondióle Helena, hija de Zeus-, el ingenioso Odiseo, que se crió en la áspera Ítaca; tan hábil en urdir engaños de toda especie, como en dar prudentes consejos"... (1)
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Odiseo y Nausícaa. Valentin Serov. Tretyakov Gallery.

Odiseo se presenta al rey Alcínoo, el padre de Nausícaa, diciendo:

- Soy Odiseo Laertíada, los hombres me conocen por mis variadas astucias, y mi gloria llega hasta el cielo. Habito en Ítaca, que se ve a distancia; en ella está el monte Nérito, frondoso y espléndido, y en derredor suyo hay otras muchas islas cercanas entre sí, como Duliquio, Same y la selvosa Zacinto... (2)
 
Y Virgilio, queriendo honrar el lugar en el que su amigo Augusto había derrotado a Marco Antonio, hace que Eneas se acerque a estas tierras y nos dice en su Eneida:
 
Ya aparecen en medio del mar la selvosa Zacinto, y Duliquio, y Samos, y Nérito... Esquivamos los arrecifes de Ítaca, reino de Laertes, maldiciendo aquel suelo que produjo el cruel Odiseo... (3)
 
Según nos cuenta Homero en el catálogo de las naves que fueron a Troya, Odiseo mandaba en Itaca, Samos, Duliquio y la selvosa Zacinto. Era de origen corintio (hijo de Laertes y de Anticlea, a su vez hija de Autólico, el famoso ladrón) y se casó con Penélope (hija de Icario de Esparta y de la náyade Peribea) después de competir con otros pretendientes y vencerlos en una carrera de carros.
 
En realidad, no está clara la paternidad de Odiseo pues Anticlea, la hija de Autólico el ladrón, estaba a punto de casarse con Laertes. Pero, enterado Autolico de la ingeniosidad de su rival Sísifo, de inmediato deseó tener un nieto con tal ingenio. Para conseguirlo, obró con rapidez y, mediante engaños, consiguió que el admirado rival se acostara con su hija la noche previa a la boda con Laertes. Fruto de aquella unión sería Odiseo, el fecundo en ardides, quien, por tanto, sería hijo de Sísifo y no del bueno de Laertes como algunos quieren hacernos creer.
 
Odiseo participó también en la competición por alcanzar la mano de Helena, la hija de los reyes de Esparta, pero intuyendo que aquello acabaría mal renunció a la victoria y, a cambio de la ayuda de Tindareo (el padre mortal de Helena) en la consecución de Penélope, la hija de su hermano Icario, Odiseo le sugirió el método para impedir el enfrentamiento entre los distintos pretendientes (Ver Esparta). Odiseo consiguió la mano de Penélope al viejo estilo, es decir, venciendo en una carrera de carros amañada (no sabemos si con la prometida ayuda de Tindareo), pero después de casarse se comportó como un héroe moderno, y a pesar de la oposición de Icario decidió volver a Itaca con la esposa conseguida (4). Preparó su dorado carro, y siguiendo el ancho y fértil valle del Eurotas, se dirigió hacia el Sur, hacia el mar. Pero Icario les siguió durante un trecho, rogando insistentemente a su hija que regresara, hasta que Odiseo, perdida la paciencia, dijo a Penélope: ¡O vienes a Itaca conmigo o te quedas aquí con tu padre, pero sin mí! Por toda respuesta, Penélope se bajó el velo que le cubría la cara, e Icario comprendió que Odiseo tenía derecho a llevársela. Y así fue como, tras cruzar el ondulado mar, se instalaron en Ítaca, en la casa de Laertes.



Transcurrido algún tiempo, cuando Odiseo vivía feliz en su montañosa Itaca, aparecieron Agamenón, rey de Micenas, y su hermano Menelao, rey de Esparta, para comunicarle que Helena, mujer del último, había sido raptada por Paris, hijo de Príamo rey de Troya, y la ofensa debía ser vengada. Odiseo sabía ya lo que había pasado, y sabía también, por un oráculo, que si iba a Troya no volvería hasta pasar veinte años de numerosas calamidades. Así que intentó evitar tales desgracias fingiendo haberse vuelto loco y negándose a reconocer a los huéspedes (se había colocado un gorro en forma de huevo y araba sus campos con una yunta formada por un asno y un buey, con surcos entrecruzados y echando sal por encima de su hombro izquierdo). Pero no le sirvió la treta porque Palamedes, que acompañaba a los hermanos, tomando en sus brazos al pequeño Telémaco, hijo único de Odiseo, lo puso delante de la yunta en una situación de gran peligro y, como era de esperar, Odiseo reaccionó refrenando a los animales para evitar que lo pisaran. Eso demostraba su cordura y lo obligaba a unirse a la expedición. Y se unió, pero Odiseo nunca perdonó a Palamedes su treta, pues ese fue el comienzo de sus males...  

Años más tarde, en el noveno de la guerra troyana, Odiseo fracasó en un intento por conseguir forraje para los caballos aqueos, lo que le fue reprochado por Palamedes quien, quizá para humillar a Odiseo, asumió él mismo el reto y consiguió abundante alimento para el ganado.. Eso ya fue demasiado. Con la complicidad de Ajax Telamonio, y quizá también con la de Agamenón, el fértil en ardides preparó una venganza cruel:
 
Escribió una carta, firmada por Príamo y dirigida a Palamedes, en la que le comunicaba que el oro entregado era el pago que había pedido por traicionar a sus compañeros argivos. La carta fue puesta en manos de un frigio a quien se le pagó por llevarla al campamento aqueo. Una vez allí, el frigio fue detenido y asesinado y la carta presentada a todos los combatientes. Como Palamedes lo negó todo, Odiseo y Ajax sugirieron que se revisara su tienda por si había escondido allí el precio de la traición. Claro que, previamente, ellos habían escondido bajo el suelo de la tienda de Palamedes una bolsa con pepitas de oro por lo que el cuerpo del delito apareció y Palamedes fue acusado de felonía y muerto a pedradas por sus propios compañeros.
 
Y de pronto, incluso este angosto camino costero se aleja del mar. Buscamos una y otra vez la forma de llegar a la desembocadura del mítico Aqueloo, pero no hay carretera alguna. Sólo estrechos caminos de tierra parecen dirigirse al mar, aunque, después de engañarnos durante unos kilómetros, se tornan de pronto y regresan al punto de partida. Cansados y hambrientos, nos paramos en un altozano, desde el que se divisa la isla de Cefalonia, y aprovechamos para recuperar nuestras fuerzas mediante una frugal comida.

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1.- Homero. La Ilíada.
2.- Homero. La Odisea
3.- Virgilio. La Eneida

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