domingo, 13 de septiembre de 2009

A través del negro Ponto

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El cálido Sol de Agosto, en su camino hacia las occidentales tierras de Iberia, desaparece tras la calina rojiza de la tarde; el azul grisáceo, poco a poco negro, que desde el Oriente persigue al flamante carro de Febo/Apolo, alcanza ya a cubrirnos con su oscuridad; y pronto, como cada noche, las tinieblas lograrán sobre la luz una victoria efímera, nos envolverán en su sombra y convertirán las profundas aguas que nos rodean, hasta hace unos minutos de color azul intenso, en una masa completamente negra.

De pronto, robada la luz al cielo,
negra noche cubre el mar...


Fuera, más allá de las luces del ferry, van quedando, como recuerdo de un día que se fue, los reflejos de la blanca espuma adornando la estela del barco. Miramos a lontananza, hacia la nada, hasta que la vista rehuye el vacío de la noche. Y regresamos de nuevo a la magia impresa, ahora a una antología de la literatura griega, uno de esos libros amenos e intemporales. Con él seguimos entre el negro desaliento de la noche y la ilusión por un día inmaculado, surcando este mar de héroes, de dioses y de hombres.

Nos dicen los antiguos que cuando la última generación de dioses, los olímpicos, se repartieron el mundo, a Poseidón le tocó en suerte gobernar sobre el ancho mar, mientras que su hermano más joven, Zeus, se encargaría del gobierno de la tierra. Pero fue el mayor de todos, Hades, el de luengas y blancas barbas, quien se quedó como dueño de la noche; así que ahora, cuando los demás dioses duermen, son él y sus inefables compañeros infernales los que reinan a sus anchas. Y nosotros, los mortales que aún no pertenecemos a su reino, deberíamos escondernos en los brazos protectores de Morfeo, salvo que, desafiando a las fuerzas ocultas de la noche, queramos desentrañar los secretos de los dioses con la misma alevosía con que en su día lo hicieron los primeros griegos. Dice Jenófanes de Colofón (1):


Piensan los mortales que hubo un nacer de los dioses
y que tienen, como ellos, vestidos y voz y figura.

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Y, en efecto, he aquí lo que a partir de la época de Homero y Hesíodo creen los humanos que fue el origen de los inmortales:


En el principio de todas las cosas, Gea, la Madre Tierra, emergió del Caos, y habiendo entrado en un sueño profundo, concibió y dio a luz a su hijo Urano. Luego éste, contemplándola tiernamente desde las montañas, derramó sobre sus hendiduras secretas una lluvia fértil, y ella, fecundada de este modo, produjo hierbas, flores y árboles, y los animales y las aves adecuados para cada planta. Y la misma lluvia fertilizante hizo que corrieran los ríos y que se llenaran de agua los lugares huecos, creando así los lagos y los mares (2).


Luego, de la relación entre Urano y Gea nacieron los hecatónquiros, o gigantes de las cien manos, los cíclopes de un solo ojo, y los doce titanes. Uno de estos titanes, Jápeto, fue padre de Prometeo, y por tanto, de todo el género humano, mientras que otro, Cronos, lo fue de todos los olímpicos inmortales.


Sigue la travesía y sigue el monótono vaivén del barco: un tiempo magnífico para leer y recordar, para leer y aprender. Y ya que, gracias a Hesíodo, hemos conocido el origen de los primeros dioses inmortales, ¿por qué no seguir con ellos y preguntarnos ahora cómo eran, qué aspecto tenían? ¿Eran altos y rubios o, por el contrario, chatos y negros? Continua el escéptico Jenófanes:
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Los Etíopes afirman que sus dioses son chatos y negros,
y los Tracios los tienen de ojos azules y pelirrojos...



Pero si manos tuvieran los bueyes, caballos y leones,
para pintar con sus manos y crear, como hombres sus obras,
también pintarían figuras de dioses y harían sus cuerpos
los caballos igual a los caballos y los bueyes a los bueyes,
tales cual cada animal su figura tuviera.



Curioso..., aguda observación. Pero el gran pensador de Colofón no se queda en una observación superficial de los hechos, sino que maneja una idea avanzada sobre un dios único y distinto, no mimético con las formas de los propios humanos. Termina diciendo:


Hay un único dios, el más grande entre dioses y humanos,
no semejante en su forma ni en su pensamiento a los hombres (3).



Sin embargo, Protágoras de Abdera(4), un filósofo relativista, reconoce humildemente su incapacidad para aventurarse por los vericuetos especulativos que podrían conducir al conocimiento de la divinidad y se declara agnóstico. Dice:


De los dioses no me es dado saber si existen o no existen, ni tampoco como están formados, pues su invisibilidad y la brevedad de la vida del hombre impiden saberlo...


¡Cuánto disfrutamos con estos y con otros pensamientos similares, pensamientos no de hoy, ni de ayer, sino de hace la friolera de dos mil quinientos años! ¡Cómo nos hacen pensar...! ¿Estaremos hoy a su altura? Quién sabe. En todo caso, meditando en héroes y dioses, acunados por las suaves olas mediterráneas, bajo un estrellado cielo estival, nos vamos acercando a la Grecia de nuestros sueños, a la Grecia eterna.
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1.- Jenófanes, cuyo apogeo como pensador coincidió con las invasiones persas, era muy crítico con las creencias de la época.
2.- Robert Graves. Los mitos griegos. Alianza.
3.- Jenófanes. Alianza.
4.- De Protágoras es el lema: el hombre es la medida de todas las cosas.

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