lunes, 14 de septiembre de 2009

Los helenos primitivos

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Y como la estrecha carretera, con sus curvas y más curvas, parece alargarse eternamente, aprovechamos la ocasión para ir tomando contacto paulatino con la mitología. Si antes nos enteramos de la teogonía, del nacimiento de los primeros dioses, éste puede ser un buen momento para continuar con lo que podría ser la androgonía, la historia de los primeros humanos y su relación con los inmortales.



Los helenos primitivos. Puede que los hombres primitivos nacieran del huevo de la serpiente Ofión o puede que nacieran espontáneamente de la tierra. En todo caso, según Hesíodo, eran una raza de oro, hombres que vivían sin preocupaciones ni trabajo, comiendo solamente bellotas, frutos silvestres y la miel que destilaban los árboles. Bebían leche de oveja y cabra, nunca envejecían, bailaban y reían mucho y, para ellos, la muerte no era más terrible que el sueño(1). Pero, por alguna causa desconocida, estos súbditos de Cronos desaparecieron de la faz de la tierra sin dejar ningún rastro.

Ante tal situación, Prometeo tomó un poco de arcilla de la tierra, la humedeció convenientemente con agua, la moldeó con cuidado y, dándole vida, creó un hombre nuevo.

Y después de haberlo creado fue, ¿cómo no?, su gran benefactor. Él y sus hermanos Atlas y Epimeteo eran hijos del titán Jápeto y, por tanto, una generación mayor que los dioses olímpicos. Cuando se produjo la rebelión de los titanes contra aquellos, Prometeo, que era muy inteligente, adivinó que sería un fracaso y no la apoyó. Ello le granjeó las simpatías de Zeus quien le encargó la creación del hombre. Pero luego surgieron problemas y las buenas relaciones acabaron deteriorándose.

Al principio, los hombres no sabían hacer los sacrificios pues, deseando complacer a los dioses, les entregaban las partes buenas del animal quedándose ellos con los desperdicios. Intervino entonces Prometeo y les dijo a los mortales que sacrificaran una víctima, la trocearan, formaran con su piel dos amplios sacos y los rellenaran de modo que lo mejor de la carne quedara en el saco de peor aspecto y reservaran para el otro saco únicamente los huesos y la grasa. También les indicó que, una vez llenos y bien cerrados, debían presentar los sacos a los dioses y pedirles que escogieran el que más les gustara. Y no se equivocó Prometeo, buen conocedor de los inmortales, pues en cuanto vieron los dos sacos rápidamente eligieron el de mejor aspecto que, como sabemos, contenía sólo los desperdicios. Desde entonces, y gracias a Prometeo, a los dioses se les reservan las partes óseas y la propia grasa quedándose el hombre con la parte magra.

No gustó a Zeus el engaño de que había sido víctima, así que, como venganza, decidió privar a los hombres del fuego con que asaban la carne. ¡Se la quedan, pues que se la coman cruda!, dijo. Sin embargo, nuevamente vino Prometeo en ayuda del hombre y, robando fuego del cielo, lo transportó a la tierra en el interior de un cañaheja y se lo entregó a los humanos. La cólera de Zeus se hizo mayúscula, hasta el punto que decidió prescindir del hombre eliminándolo de la faz de la tierra por medio de un diluvio(2).

En cuanto Prometeo se enteró de las intenciones de Zeus, llamó a su hijo Deucalión y le ordenó que construyera una barca, la llenara de provisiones y se salvaran él y su familia. Así lo hizo, y después de llover nueve días y nueve noches de forma continua, el cielo comenzó a clarear, y Deucalión, habiendo soltado una paloma que regresó con un ramo de olivo, pudo saber que la tierra comenzaba a emerger de nuevo. Poco después el arca se posaba en lo alto del monte Parnaso desde donde Deucalión se dirigió a Delfos para consultar con el oráculo sobre la forma de repoblar la tierra.

Cuando Deucalión tuvo la respuesta del oráculo se quedó perplejo pues se le ordenaba que, para poblar nuevamente la tierra, debía sembrar los huesos de su madre. No obstante, después de meditar durante algún tiempo, llegó a la conclusión de que los huesos que tenía que sembrar eran los de la madre Tierra, es decir, las piedras del camino. Tanto él como Pirra, su mujer, se aplicaron a la tarea y poco después salían de la tierra los famosos hombres sembrados: varones los sembrados por Deucalión y hembras los sembrados por Pirra.

La ira de Zeus se dirigió ahora hacia Prometeo en exclusiva y decidió tomar una venganza ejemplar. Mandó, pues, a Hefesto que lo encadenara a la más alta montaña del Cáucaso y ordenó a un buitre que todos los días le devorara el hígado, hígado que crecía nuevamente durante la noche, eternamente.

Por su parte, Deucalión, aplacada la ira de Zeus mediante sacrificios, vivió feliz con su esposa Pirra quien, ya por el procedimiento normal, le dio otros muchos hijos, entre ellos Heleno, padre de Eolo, Juto y Doro y, por ellos, de todos los helenos.


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1.- Robert Graves. Los mitos griegos.
2.- Previamente Zeus castigó a los hombres con el "regalo" de la primera mujer. Véase el mito de Pandora, en Eleusis.

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