sábado, 28 de agosto de 2010

La diosa Luna

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Maqueta de la ciudad de Olimpia. En el centro, el templo de Zeus

Mármax, Mirtilo, Excita-caballos... Se dice que Mármax fue el primero de los pretendientes de Hipodamía que encontró la muerte en la fatal carrera. Fue enterrado en la curva del hipódromo y su espíritu (¿o era el de Mirtilo?) asusta a los caballos y provoca los accidentes que ritualmente matan al rey...(!)

-¿Cómo, cómo? - Pregunta Fernando, sorprendido.
- Claro. ¿No sabías que en cada carrera mataban un rey?
- ¡Qué bestias! ¿Y por qué?
- Mira, lo que tienes que hacer es traernos unas bebidas... ¿Te acuerdas de Piteo?
- ¿Los que estaban ayer en el cámping?
- Sí. Pues trae unas cervezas también para ellos porque vienen por allí. Toma mil dracmas; supongo que te llegarán.

Piteo, hijo de Pélope, y por tanto, hermano de Atreo y Tiestes, fue el padre de Etra, la madre de Teseo, y era el hombre más sabio de su tiempo. Pero, para nosotros, Piteo es alguien mucho más próximo: es simplemente un viejo amigo al que conocimos ayer y al que, por sus conocimientos, hemos bautizado con ese nombre. Viaja con su mujer en una "cámper" un tanto destartalada y, por su modo de hablar, debe ser profesor de algo en alguna universidad. O quizá ya esté jubilado, pues parece bastante mayor. Pero, en todo caso, su gracejo andaluz  y lo extrovertido de su carácter hacen ameno el charlar con él.

Fernando y nuestros amigos se acercan juntos. Nos saludamos, nos recolocamos todos bajo la escasa sombra del querido pino y, con los fríos botes de bebida en la mano, comenzamos una agradable conversación.

- Hace calor, ¿eh?
- Mucho. Abrasaditos estamos.

Nació el hombre sobre la tierra y, sintiéndose en su regazo maternal, pensó: ésta tiene que ser la Madre Tierra, Gea, la Gran Diosa, el origen de todo. Luego alzó sus ojos hacia arriba, y vio el azul del cielo que lo cubría como una inmensa cúpula, y se dijo: habrá salido de las entrañas de Gea; será Urano, su hijo. Y sintióse feliz... hasta que vio como el tiempo, Cronos, lo devoraba y lo conducía a la muerte. Así que, meditó en los misterios de la vida pero no halló respuesta sino en la inescrutable voluntad de los dioses.

Luego, sintiendo hambre, tomó frutos de los árboles y se alegró de que nadie se opusiera a lo que hacía... Pero no pudo ser feliz por mucho tiempo porque la abundancia y la plenitud del estío se marchitaban y se morían con la llegada de las lluvias y del frío. Volvía la abundancia..., y volvía la escasez; venía el calor..., y retornaban los fríos; y hasta los árboles, magníficamente vestidos cuando los largos y cálidos días, se quedaban de nuevo desnudos, azotados por el gélido viento del norte. Miró, pues, al cielo inquietante y allí estaba la luna: creciente o redonda, menguante o ausente; la vida que nace, la juventud, la dorada madurez..., y, luego, la decrepitud y la muerte. Lo comprendió todo en un instante: he aquí, se dijo, la Luna, la diosa que rige los ciclos de la fertilidad de los árboles y de las cosechas, de las lluvias y de los fríos, de la vida y de la muerte...

- Hombre, es muy poético pero... creo que eso es mucho filosofar. Una civilización primitiva no podía hacer elucubraciones tan complejas. Supongo que todo empezaría mucho antes, con el animismo, o el fetichismo...
- Por supuesto. Pero, al final, uno de esos fetiches acabaría imponiéndose. Y ese tuvo que ser la Luna, antes incluso que el Sol.
- Pero un fetiche es un objeto pequeño, algo que una familia puede comprar, poseer, vender... y que sirve de morada a un espíritu. No puede ser la Luna...
- ¿Y por qué no? ¿Por qué un fetiche afortunado, que haya traído suerte en el pasado, no puede identificarse con la Luna? Es cuestión de tiempo...
- Hombre, todo es posible.
- Claro que es posible. El hombre primitivo tuvo que darse cuenta de ese crecer y morir de la Luna. Tuvo que compararlo con su propio ciclo de vida y muerte, y con el del resto de los animales y plantas, y con el de las estaciones: verano, invierno, verano, invierno... Y parece evidente que, a continuación, trataría de congratularse con ese ser tan poderoso, de propiciarlo, pero como carecía de cualquier forma de culto, hubo de empezar por crearlo.
- ¿Y cómo lo crea? ¿Qué le puede ofrecer el hombre primitivo a una diosa como la Luna?
- Pues lo mismo que le ofrecía a cualquiera de sus fetiches anteriores. Él tenía necesidad de comer y poco más. Pensaría que esas eran también las necesidades de todo espíritu y de ahí que ofreciera a sus idolillos comida y bebida.
- Pero los ídolos no comen...
- Ya, físicamente no, pero, en su opinión, había una forma de hacer llegar el alimento a los dioses: si eran espirituales, el aire, el humo tenía que llegar hasta ellos. Y por eso quemaban las ofrendas. En el caso de los líquidos era más fácil: comprobarían que al verterlos sobre la tierra desaparecían, se evaporaban, y, en su entender, tenían que ser los espíritus quienes los bebían... De ahí las libaciones...
- El humo de la grasa que sube hasta el cielo... y la sangre de la víctima que se derrama sobre el altar... Sigue, sigue.
- Estábamos con la Luna. Parece lógico que, para una mente primitiva, sea ella la diosa regidora de la fertilidad, la diosa que nace en el novilunio, que alcanza su plenitud en el plenilunio y que camina luego hacia su muerte...

He ahí, pues, la triple diosa-luna, Hera, la diosa fundamental de una sociedad matriarcal, de una sociedad preocupada por la fertilidad de las tierras y de los ganados, por la necesidad de hijos numerosos capaces de enriquecer la tribu. Será Kore cuando joven o Deméter cuando adulta o Perséfone cuando se hable de la muerte; será Hestia cuando cuide de la riqueza de la casa, o Afrodita cuando se trate de procreación; o será, tal vez, Atenea cuando haya que defender el clan. Tendrá numerosos nombres, se llamará de un modo o de otro, (Astarté, Isis, Tanit...) pero siempre será la triple diosa luna, la que rige los ciclos de la vida, aquella a la que se adora en las noches de plenilunio... Y serán sus símbolos el arco, la doble hacha (el labris), la cornamenta de un buey o cualquier cosa en forma de cuarto creciente o menguante...

En la tierra, será adorada por un colegio femenino cuya ninfa suprema, la reina tribal, representa a la diosa. Con sus compañeras, se encargará de los ritos sagrados capaces de provocar su propia fertilidad, ritos que serán orgiásticos, los únicos fecundantes en una sociedad desconocedora de la función procreadora del hombre.

Un doble ciclo, lunar y solar, regirá la fertilidad, la vida y la muerte. Y cuando, en la quincuagésima lunación(1), los dos ciclos se sincronicen, y coincidan plenilunio y solsticio de verano, se completará el gran año, el año sagrado, el año olímpico. Entonces, unas difíciles pruebas (enfrentarse a un toro salvaje, o a un fiero león, o vencer en una carrera mortal...) permitirían seleccionar al zeus, el guerrero más fuerte, el compañero de la reina en cuyo nombre mandaría el ejército. Y completado el ciclo, cada nuevo año sagrado, se repetirían la pruebas, pruebas en las que el rey viejo debía sucumbir ritualmente ante el empuje del nuevo.

Restos de las columnas del templo de Zeus

- Espera, espera. Cuéntanos despacio eso del nuevo zeus. ¿Por qué hemos de pensar que la reina quería un nuevo amante cada año?
- Amigo mío, el hombre no servía para nada: no se conocía su función procreadora. Sólo la ninfa-reina-abeja era importante. Los zánganos tenían que ser cíclicos, como todo lo que se relacione con la fertilidad y la Luna. ¿No muere el grano de cereal para producir nueva vida? Así debía hacerse con el más valiente de los guerreros. Su muerte era necesaria para engendrar nueva vida, para fertilizar las tierras...(2). Lo seleccionarían con cuidado, el más esforzado, el que superara las difíciles pruebas impuestas, y, luego, habría de ser sacrificado. Al principio, cada año; después, con el pretexto de que los ciclos lunar y solar no coincidían sino cada cuatro años(3) (en la quincuagésima lunación. Ver, sin embargo, más abajo) el rey se negaría a morir y, para no ofender a la Hera de turno, sería necesario sacrificar a un interrex, a un niño al que previamente se le hacía reinar por un día. Mientras, el auténtico rey se haría el muerto en alguna tumba escondida para luego, pasado el día fatal, renacer misteriosamente revestido de poder, deificado, inmortal, convertido en héroe.
- Un momento. O sea que, si he entendido bien, Hipodamía era la sacerdotisa de la Luna, Enomao era el rey que debía morir ritualmente, Pélope es el nuevo amante que vence en la carrera y, por tanto, debe matar al viejo rey y sustituirlo como amante...
- Muy bien. Sólo te falta el interrex, el "rey por un día".
- No me digas más: ¡Mirtilo!
- Efectivamente. Mirtilo tenía que dormir con Hipodamía una sola noche: rey por un día, y luego la muerte. Pero, al menos en una época determinada, el verdadero amante de la reina duraba cuatro años, hasta que en la siguiente olimpiada se eligiera al nuevo Pélope: es ahí donde el Enomao de turno muere de verdad. La boda entre el zeus Pélope y la hera Hipodamia (la suma sacerdotisa) completaría el rito.
- Oye, me temo que es la hora de la comida. ¿Qué te parece si esta noche continuamos?
- Estupendo. Para entonces ya habrán llegado los aqueos, el antiguo matriarcado quedará como un simple recuerdo y la patrilinealidad se habrá impuesto. Hera habrá perdido importancia, los dioses recién llegados, después de vencer a los antiguos en la famosa titanomaquia, se habrán repartido el mundo: zeus-Zeus se quedará con la tierra y con el cielo, zeus-Poseidón con el dominio sobre el anchuroso ponto y zeus-Hades, con peor suerte, obtendrá el control sobre el mundo subterráneo (aqueo, eolio y jónico respectivamente). Sin duda, para entonces ¡el machismo ya se habrá impuesto...!
- En otras palabras: la reina matriarcal del clan-colmena será sustituida por un rey poderoso, por un wanax omnipotente, ¿no es así?

Pero ya no hubo respuesta. Alguien había sugerido un sitio para comer y los estómagos estaban vacíos. El Sol, por su parte, ahora vengador de los excesos de la diosa Luna, reinaba omnipotente en el cielo. Calor, sudor..., y más calor. Pero, en mi mente, una idea parecía tomar forma: entonces, claro, los juegos olímpicos no eran sino eso... ¡cómo no se me había ocurrido!
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  1. En realidad, la primera sincronización aceptable entre los ciclos lunar y solar no se produce sino tras noventa y nueve lunaciones, pero, dado que se supone que el rey compartía ese período con un sustituto o co-rey, puede dividirse en dos con lo que se obtiene el ciclo más corto o año olímpico (ver más adelante).
  2. Y si Cristo no hubiera resucitado, ¿cómo podría crecer el trigo? (Ver Eleusis)
  3. En la organización matriarcal prehelénica las tribus estaban gobernadas por una reina, cuyo amante anual era sacrificado a fin de año, bañando con su sangre árboles y cosechas. Las sacerdotisas, disfrazadas de yeguas, cerdas o perras, devoraban su carne. Los enloquecidos seguidores de Dioniso continuaron estas prácticas caníbales hasta el siglo VI, siendo Orfeo su víctima más famosa. (Guía Fodors). En Creta se sustituyó pronto a la víctima humana por un cabrito; en Tracia, por un ternero; entre los adoradores eolios de Poseidón, por un potro; pero en los distritos atrasados de Arcadia todavía se comía sacrificialmente a niños, incluso en la era cristiana. (R. Graves).

domingo, 27 de junio de 2010

Olimpia: Pélope y Enomao

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El estadio de Olimpia en la actualidad

El estadio de Olimpia nunca dispuso de asientos, los espectadores debían permanecer de pie en los taludes laterales durante el tiempo de desarrollo de las pruebas. Hoy, los espectadores somos únicamente turistas y podemos permanecer tumbados sobre el césped reseco durante horas, y observar las descuidadas pistas en las que grupos de curiosos han sustituido a los atletas: unos se fotografían, otros ensayan cortas carreras, los más permanecen en silencio. El inagotable Helios inicia una nueva ascensión hasta lo alto de la bóveda celeste, y quien más quien menos busca alguna sombra con que guarecerse de su cálido brillo. En nuestro caso, es un pino joven, de copa rechoncha y pequeña, el que nos alivia del calor; otros, más previsores, vinieron provistos de las correspondientes sombrillas y se guarecen a voluntad. Pero, previsores o no, todos sufrimos por igual este olímpico calor estival.

Desde aquí arriba, desde la sombra de este maravilloso pino situado en la ladera del monte Cronión, se ve todo el recinto olímpico. Y es un espectáculo observar a los grupos organizados que, avanzando de árbol en árbol, de sombra en sombra, van deteniéndose para comentar las viejas leyendas, los antiguos mitos. Nosotros, tumbados bajo nuestra propia sombra, lo observamos todo: gente y piedras, árboles y muros, columnas y pasillos. Es todo un perfecto desorden. Si el misterio fallara, estaríamos ante una vulgar cantera: sillares y más sillares, todo por el suelo. Pero, no; el misterio está ahí, se siente, se palpa. Y cuando la mirada se eleva por encima de las ruinas y se fija en la amplia y fértil llanura que nos separa del Alfeo reaparece la belleza; pero sigue el misterio, la magia, como si algo emanara del interior de la tierra y nos embriagara suavemente. Olimpia es, sin duda, un lugar sagrado.
 
Y volvemos la vista hacia el estadio que el tórrido calor va dejando vacío, y, más allá, sobre el sitio que ocupó el mítico hipódromo hoy inexistente. Los rayos de luz reverberan sobre la cálida tierra y la imaginación se pierde en el tiempo. He ahí, pensamos, el Mármax, el Excita-caballos, el espíritu de Mirtilo. Nos imaginamos a Hipodamía bajo su tenue peplo...
 
Pélope e Hipodamia
 
Como ya sabemos, Pélope, el hijo de Tántalo, había sido cocinado por su padre y servido a los dioses como plato suculento. Pero, salvo Deméter que se comió la paletilla izquierda, los dioses descubrieron qué tipo de carne se les servía y rehusaron tal banquete. Es más, Zeus, encolerizado por el hecho, castigó duramente a Tántalo y decidió resucitar a Pélope, para lo que, mágicamente, coció de nuevo los trozos en una caldera de regeneración, y el muchacho revivió sumamente embellecido. Esta divinal belleza hizo que Poseidón lo tomara por amante, de lo que, pasados los años, se aprovechó Pélope.

Y es que Pélope, cuando se hizo mayor, acabó por enamorarse de Hipodamía, la hija del rey Enomao que gobernaba en esta zona de Pelasgia. Pero, quizá porque un oráculo le había advertido que su yerno lo mataría, lo cierto es que Enomao no deseaba que su hija contrajera matrimonio. Así que, para evitar su casamiento, tuvo la tétrica idea de desafiar a los posibles pretendientes a una carrera de carros en el hipódromo de Olimpia: si el pretendiente vencía obtendría a su hija, pero, si no era así y quien vencía era Enomao, el pretendiente tendría que morir. Por supuesto que Enomao no era tonto: él tenía un tiro de caballos, hijos del Viento del Norte, que Ares le había regalado y que eran absolutamente invencibles. Por otra parte, su carro era conducido por Mirtilo, hijo de Hermes, un auriga tan invencible como los propios caballos. No es, pues, de extrañar que Enomao hubiera vencido ya a doce pretendientes cuyas cabezas decoraban macabramente las puertas del palacio real.

Ante lo arriesgado de la misión, Pélope recurrió a Poseidón, su antiguo amante, y le pidió ayuda. No podía fallarle el dios, y no le falló, pues le envió un carro alado, hecho de oro, que podía correr por encima de las olas sin mojarse y del cual tiraba un tronco de caballos alados, incansables e inmortales. Claro que, aún así, Pélope no las tenía todas consigo y, después de pensar mucho en ello, concluyó que una cierta ayuda por parte de Mirtilo tampoco le vendría mal. Para conseguir esa colaboración, y sabiendo que Mirtilo estaba silenciosamente enamorado de Hipodamía, le prometió que si conseguía la victoria, y por tanto la muchacha, le dejaría pasar la noche de bodas con ella.

Mirtilo, que no había podido resistir la oferta, preparó cuidadosamente el carro de Enomao, si bien, simulando engrasarlo, sustituyó las cuñas de sujeción de las ruedas por cera de abeja con la esperanza de que al calentarse el eje con el rozamiento se derritiera ésta y, dejando salir la rueda, provocara un accidente. Y así fue: poco después de comenzar la carrera, en la primera curva, la rueda exterior se salió como Mirtilo había previsto, el carro se rompió y, aunque el auriga pudo salvarse saltando del mismo, Enomao quedó enredado en los restos y murió arrastrado por los caballos. Pero antes de morir tuvo tiempo de maldecir a Mirtilo por su traición y de rogar a los dioses que le hicieran morir a manos de Pélope.

Terminada la prueba con el triunfo del pretendiente, Mirtilo reclamó su derecho a pasar esa primera noche con Hipodamía a lo que Pélope no dijo nada. Mas, horas más tarde, cuando ambos abandonaban Olimpia en compañía de la muchacha recién conquistada, en un momento en que Mirtilo estaba distraído, Pélope propinó una fuerte patada al hijo de Hermes y lo lanzó por un alto precipicio causándole la muerte. Así se cumplió la maldición de Enomao y comenzó otra, pues Mirtilo, antes de morir y ser convertido en la constelación del Auriga por su padre Hermes, maldijo a Pélope y a toda su descendencia.

Pélope, después de ser purificado del asesinato cometido, ocupó el trono de Elide dejado vacante por Enomao y, por su valor, su buen juicio y su riqueza fue envidiado en toda Grecia hasta tal punto que, por mutuo acuerdo, la gente comenzó a llamar Peloponeso a estas tierras que antes se llamaron Pelasgia.
 

sábado, 12 de junio de 2010

Y Zeus se hizo dios

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Zeus raptando a Ganímedes

jueves, 13 de mayo de 2010

Camino de Olimpia: Élide

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Élide (foto jct)

Y seguimos avanzando parsimoniosos. A nuestra derecha sigue el amplio mar Jónico, hoy azul y calmo, que se extiende hasta fundirse con el horizonte; y a nuestra izquierda pequeñas ondulaciones de terrenos resecos en los que, de cuando en cuando, pasta alguna oveja o cabra; más allá, continúa la legendaria cadena del Erimanto elevándose altiva hasta el cielo. El Sol, tirado por los alados corceles Lampo y Faetonte, camina cansino hacia lo alto de la bóveda celeste, la carretera reverbera bajo el abrumador derroche de luz y de calor y las chicharras trabajan a destajo como temiendo un final prematuro de este verano griego. Es casi mediodía y, bañados en sudor, seguimos nuestro camino hacia Olimpia, la antigua capital de Elide.

Heracles limpiando los establos de Augias

Tiempo después de que Heracles cazara al famoso jabalídel Erimanto, recibió de Euristeo el encargo de limpiar las cuadras del rey Augias. Este rey de Elide poseía un numerosísimo rebaño vacuno que guardaba en unos establos que no había limpiado jamás. El olor despedido por los excrementos de los animales era tal que llegaba a las regiones vecinas, y sus habitantes se quejaban de tener que respirar tal pestilencia. Cuando Heracles llegó para cumplir con su trabajo, el quinto de los encomendados por Euristeo, Augias le retó a limpiarlos en un solo día. En caso de hacerlo así, se comprometió a abonarle como recompensa una parte del propio ganado.

Tanto Euristeo como Augias se regocijaban imaginándose al gran Heracles transportando en cestos todo aquel estiércol pestilente, pero Heracles, bien solo o bien ayudado por su sobrino Yolao, decidió desviar el curso del río Alfeo, el mismo que transcurre plácido por Olimpia, para que, pasando a través de los establos, arrastrara toda la hediondez acumulada. Y lo hizo todo tan deprisa que cuando el sol quería ocultarse por Occidente ya él había terminado su encargo. Se fue entonces en busca de Augias para recoger lo prometido, la décima parte del ganado, pero éste, arrepentido de la promesa realizada, se limitó a decir que no se merecía pago alguno pues no había sido él quien había realizado el trabajo sino los mismos dioses fluviales.

Todavía encolerizado por la rotura de las promesas realizadas por Augias, Heracles llegó junto al rey Euristeo y éste, para colmo, se negó a considerar lo efectuado como uno de los trabajos que debía realizar para él pues lo había ejecutado pagado por Augias.

Años más tarde, cuando Heracles terminó los trabajos que debía realizar para Euristeo, se acordó del trato recibido en Elide y, reclutando un importante ejército de arcadios, declaró la guerra al rey Augias. Neleo, entonces rey de Pilos, ayudó a los eleos y, ciertamente, ésta no fue una de las acciones más brillantes de Heracles pues su ejército, derrotado, huyó vergonzosamente del campo de batalla.

Llegados a Pirgos, la actual capital de la región, la carretera se divide y mientras un ramal continúa hacia el Sur sin separarse de la costa, el otro se adentra hacia Olimpia y llega hasta Tripoli después de cruzar toda la Arcadia. Pirgos es una ciudad provinciana sin más interés que el de su proximidad a la celebérrima Olimpia por lo que sólo nos detenemos lo indispensable para una pequeña visita médica (un impétigo impertinente que atacó a Fernando) y continuamos viaje hasta la ciudad de los juegos.

Un impétigo impertinente

Es ya más de media tarde. Un amplio aparcamiento, entre las olímpicas ruinas y el museo que guarda los restos más hermosos, nos acoge y, como la hora ya no es propicia para otra cosa, preparamos la visita del día siguiente, nos tomamos un café y adecuamos nuestra mente al mítico entorno.

Salmoneo y Sísifo eran hijos de Eolo, y cuando éste murió ambos se disputaron el trono de Tesalia. En un principio, la victoria fue para Salmoneo, pero, más tarde, a causa de las oscuras maniobras realizadas por su hermano Sísifo (ver Sísifo, en Corinto) Salmoneo fue expulsado del trono por su propio pueblo y tuvo que huir con una pequeña colonia eolia hasta esta región de Elide. Aquí construyó la ciudad de Salmone e intentó igualarse al propio Zeus, lo que disgustó mucho a su pueblo.

Salmoneo se construyó numerosos altares y transfirió a ellos los sacrificios que antes se dedicaban a Zeus. Es más, intentando competir con el padre de los dioses, pretendía ser capaz de provocar la lluvia, y para ello recorría las calles de Salmone arrastrando calderos y cadenas que simulaban el trueno al tiempo que lanzaba antorchas encendidas como si fueran auténticos rayos. Pero un día, Zeus, encolerizado por tamaña farsa, le lanzó un rayo de verdad que lo destruyó a él y a toda la ciudad

Hija de Salmoneo fue Tiro, la madre de Neleo y abuela de Néstor, pero de ellos hablaremos más adelante, al llegar a Pilos.

Mientras Mariló y yo saboreábamos el ardiente café recién preparado, los niños se conformaban con una "cola" fría, lo que parecía más apropiado para un cálido día de Agosto como el que nos ocupa. Alrededor de la pequeña mesa de cámping, instalada bajo los umbrosos plátanos del aparcamiento, releíamos una y otra vez las variadas guías de que íbamos provistos y charlábamos sobre la última lectura.

- A mi el mito de Salmoneo me parece una tontería - dice Fernando - es una chorrada como un pino...

- No, no, verás... Yo creo que es un mito fundamental. Nos informa de la magia que utilizaban para provocar la lluvia, nos dice que esa magia era realizada por el mismo rey y, lo que es más importante, nos insinúa que, en un principio, Zeus y el rey eran identificables, eran la misma persona, es decir, zeus era un simple tratamiento real...

- Ya. Si empezamos a inventar... - dice Pablo.

- ¿Recuerdas la frase de Graves que comentábamos el otro día "y los cretenses, que son unos mentirosos, decían que Zeus moría y resucitaba cada año"? ¿Sí, verdad? ¿Y no crees que también ahí se está identificando a Zeus con un mortal? Quédate con esta idea: en principio no había dioses sino diosas, pero luego vinieron los aqueos, cuyos reyes se llamaban zeus, y se casaron con las diosas pelasgas, o, mejor, con sus sacerdotisas... Y ya los varones fueron los auténticos dioses: el patriarcado acababa de imponerse al matriarcado.

- Muy bonito. Pero, ahí no dice eso...

- Hombre, hacen falta muchos mitos para poder elaborar una idea. Espera y verás...

Era ya de noche. Recogimos nuestros trastos y subimos al Alfiós, un cámping encaramado en lo alto del pueblo, en un pequeño otero que el Cladeo, por el Este, separa de la colina de Cronos; mientras por el Sur, un Alfeo al que ya se han unido las aguas del Cladeo, se extiende en un ancho y fértil valle. La luna llena de Agosto lo bañaba todo de plata y la piscina, iluminada desde el fondo por suaves luces de color azul turquesa, parecía mágica. Un baño así no se olvida fácilmente. Y, ¡cómo no!, el tiempo acaba convirtiéndolo... en mito.

domingo, 2 de mayo de 2010

Camino de Olimpia: Acaya

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Heracles y el jabalí del Erimantos

En cuanto nos alejamos unos kilómetros de Patras, la circulación disminuye y la carretera se aproxima hasta el borde del mar azul. A nuestra izquierda, las suaves montañas aqueas, unos picos arcaicos redondeados por la erosión, se cubren de una vegetación pobre de color verde aceituna, salpicada aquí y allá por bajos y rechonchos pinos y algún que otro plátano. Unas granjas agrícolas con aspecto empobrecido se asoman a la carretera mientras, por nuestra derecha, el mar carcome los pequeños acantilados sin formar siquiera una mínima playa. Un tanto desilusionados por la visión, tan alejada de la poesía publicitaria al uso, continuamos nuestra ruta hacia tierras más acogedoras.

La provincia de Acaya que recorremos, debe su nombre a Aqueo, un hijo de Lápato, rey peloponeso que repartió su reino entre los dos hijos que tenía. Tocóle a Aqueo esta parte Norte, mientras que a Lacón, el otro hijo, le correspondió la región Sur, región que tomó su nombre y pasó a llamarse Laconia.

 
Pasado Kato, la carretera se aleja de la costa dejando entremedias una pequeña y fértil llanura y se aproxima a la mítica cadena montañosa que lleva el nombre de Erimantos, el hijo de Apolo al que Afrodita había cegado por haberla sorprendido con Adonis en el baño. El paisaje sigue siendo monótono y el tráfico va disminuyendo. Es momento de recordar aquel famoso jabalí:

Como es sabido, Heracles había cometido un aborrecible asesinato por lo que recurrió al consejo del oráculo de Delfos en busca de la paz interior. Y por recomendación de éste, Heracles hubo de ponerse al servicio del rey Euristeo de Tirinto quien, pretendiendo deshacerse de él, le encargó doce difíciles trabajos. Uno de estos trabajos, probablemente el tercero, consistió en cazar un enorme jabalí que vivía en estas montañas del Erimanto y llevárselo vivo a Euristeo. El jabalí, dotado de unos inmensos colmillos, era sumamente peligroso por lo que Heracles, en vez de atacarlo directamente, lo persiguió durante días y días con el objetivo de agotarlo. En la larga persecución, lo empujó hacia las altas cumbres donde la nieve hacía más difícil la carrera y allí, ya totalmente debilitado, el héroe saltó sobre el lomo del animal, lo dominó y apresó. Heracles, después de atarlo con cadenas, partió hacia su tierra y llegó a Micenas con el jabalí a hombros: ¡había que ver a Euristeo asustado escondido en un caldero de bronce...!, tal era el terror que le producía el animal.

domingo, 25 de abril de 2010

Camino de Olimpia: El Peloponeso

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Hoy, un moderno puente sustituye al transbordador

La barcaza que cruza el estrecho, entre el golfo de Patras y el de Corinto, acaba de dejarnos en la Morea(1), como la llamaron los cruzados, o Pelasgia(2), como la llamaban los griegos predorios, o Peloponeso (isla de Pelope) como es más conocida actualmente. Sin embargo, y a pesar del nombre, el Peloponeso no fue una auténtica isla hasta hace bien poco, hasta que, con la excavación del canal corintio, se rompió el nexo que la mantenía unida al continente.


Pélope era hijo del frigio Tántalo, un humano tan amigo de los dioses que era invitado de continuo a sus suntuosos banquetes. Pero Tántalo, después de haber robado néctar y ambrosía de las despensas del Olimpo, quiso hacerse perdonar por los inmortales mediante la celebración de un fastuoso banquete al que los invitó a todos. Las deidades aceptaron gustosas la invitación, deseosas como estaban de zanjar el enojoso incidente, pero Tántalo, en su afán por agradar, no se le ocurrió sino servirles un sabroso guiso cocinado con la carne de su propio hijo Pélope.

La omnisciencia de los dioses hizo que se dieran cuenta del tipo de vianda que se les servía y que la rehusaron de inmediato, todos menos Deméter quien, abstraída por el dolor de la pérdida de su hija Perséfone, comió inadvertidamente de la carne de la paletilla izquierda. El enfado de los dioses fue monumental e impusieron a Tántalo un castigo ejemplar: hoy yace en lo más profundo del Tártaro, inmerso en agua hasta la cintura y rodeado de espléndidos árboles frutales, pero sin que pueda aplacar su sed ni saciar su hambre pues, en cuanto lo intenta, la tierra absorbe el agua que lo rodea y el viento retira las ramas cargadas de olorosa fruta.

En cuanto al desdichado Pélope, sus trozos fueron recogidos con cuidado y hervidos nuevamente en una caldera de regeneración; pero su paletilla izquierda, la que Deméter había comido inconscientemente, tuvo que ser sustituida por otra equivalente fabricada de marfil. De esta manera, Pélope pudo renacer tan hermoso y radiante que Poseidón, nada más verlo, se enamoró locamente de él, lo colmó de regalos (entre ellos unos maravillosos caballos) y lo llevó consigo al Olimpo.


Dado que el pequeño puerto de Río, por el que hemos entrado en el Peloponeso, es, como casi todos los puertos del mundo, feo y enervante, salimos sin dilación hacia la carretera principal que ha de llevarnos hacia el Sur. Tampoco nos detenemos en Patras, una ciudad moderna sin especial interés (guía dixit) pues deseamos llegar cuanto antes a una zona en que poder sentir esas sensaciones que los folletos turísticos nos describen:
 
Tierra peloponesa. Imágenes y música. Olores del mar, de la montaña, de la vendimia, de aceitunas y cítricos. Lugar mágico en el que cada rincón trae a la memoria algún mito. Ciudades, villas, balnearios. Centros importantes desde la antigüedad hasta la actualidad. Pueblos encajados en las rocas grises, en las rudas piedras, al lado de hostiles "aspalatos". Pueblos junto al mar. El mar infinito. Gentes vivaces, hospitalarias, orgullosas y altivas. (Folleto OTE).
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1.- La llamaron Morea por  su forma similar a una hoja de morera, aunque, en realidad, más parece una mano con sus dedos extendidos.
2.- En honor de Pelasgo, su rey mítico.

domingo, 11 de abril de 2010

El jabalí de Calidón

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La caza del jabalí. Sarcófago romano.

De las ciudades míticas, Calidón fue una de las más conocidas e importantes. Pero hoy, de Calidón no queda nada, sólo un nombre perdido, entre otros miles, en los mapas de carreteras detallados; en los otros, ni eso. Y si embargo, por aquí pasaron muchos, muchos héroes helenos.

Calidón, la famosa ciudad etolia, debe su nombre a Calidón, el hijo de Etolo, quien había conquistado estas tierras al vencer a los brutales dorios. Entre sus descendientes se encuentra Eneo quien se hizo tristemente famoso al olvidarse de hacer los sacrificios debidos a la diosa Artemisa y enviar ésta, como castigo, un terrible jabalí que arrasaba las tierras y diezmaba los rebaños. La situación se hizo insostenible por lo que Eneo despachó heraldos a todas las partes de Grecia para que invitaran a lo guerreros más valientes a una cacería singular que pudiera librarles del gigantesco animal.


Entre los héroes que respondieron a la invitación destacaban los hermanos Cástor y Polideuces de Esparta; Teseo de Atenas; Jasón el Argonauta de Yolco; Néstor Nelida de Pilos; Ificles, el hermano de Heracles, de Tebas; Peleo, el padre de Aquiles, de Ftia; Anfiarao de Argos; Telamón, padre de Ayax el grande, de Salamina; Ceneo de Magnesia; los hermanos Idas y Linceo de Mesenia y Anceo de Arcadia. A ellos se les sumó la casta Atalanta, la de los pies rápidos, criada por una osa en un monte próximo a Calidón, y Meleagro, hijo del propio Eneo. La caza prometía ser difícil y reñida dadas las rivalidades existentes entre los distintos participantes y el descontento de los hombres por tener que competir con una mujer, y así fue.

El jabalí apareció de improviso y, sin tiempo para reaccionar, mató a dos de los cazadores y arremetió tan fuerte contra los demás que el valiente Néstor hubo de huir cobardemente subiéndose a un árbol. Los cazadores fueron arrojando sus lanzas sin éxito salvo Ificles que, al menos, consiguió rozar a la fiera. Tuvo que ser Atalanta, para disgusto de los varones, la que hiriera al animal con una flecha certera... pero éstos despreciaron la acción por considerar el uso del arco como propio de cobardes. Sin embargo, como la fiera ya estaba herida, Meleagro consiguió traspasarla con su lanza llevándose todos los honores...

Pero lo cierto era que, durante la cacería, Meleagro se había enamorado de Atalanta por lo que desolló el jabalí y le ofreció la piel a ella diciendo: tú ya habías herido al animal y si lo hubiéramos dejado solo pronto habría muerto. Esto irritó a los presentes y especialmente a dos de sus tíos, hermanos de su madre, quienes, al renunciar Meleagro, se creían con derecho a los honores. La confrontación fue inevitable y, tras una cruenta batalla entre los partidarios de uno y otros, los hermanos de Altea (la madre de Meleagro) cayeron muertos por la espada de su sobrino.

              Meleagro
Tiempo atrás, cuando Meleagro era aún pequeño, las Parcas se aparecieron a su madre Altea, la hermana de Leda, y le informaron que su hijo sólo viviría hasta que acabara de consumirse el último de los tizones que ardían en su hogar. En cuanto supo esto, tomó el mayor de los tizones, lo apagó con agua y lo ocultó para que, al no poder consumirse, la vida de su hijo no corriera peligro. Pero, ahora, después de la muerte de sus dos hermanos, Altea estaba furiosa y, aconsejada por las Furias, tomó el tizón que mantenía escondido y lo arrojó al fuego para que acabara de consumirse. Cuando esto hubo ocurrido, Meleagro sintió que se le quemaban las entrañas y se quedó sin fuerzas, de modo que sus enemigos lo vencieron fácilmente y lo mataron. Su madre, avergonzada por lo que había hecho, se ahorcó, y Atalanta, vuelta a su casa, hubo de enfrentarse con las pretensiones de su padre Yaso para que tomara marido...

Yaso había abandonado a su hija Atalanta, nada más nacer ésta, en un monte próximo, con la pretensión de que muriera, pues él deseaba fervientemente tener un varón. Pero Artemisa protegió a la pequeña y envió una osa que la amamantó y cuidó. Ahora Atalanta regresaba a la casa paterna con la esperanza de reconciliarse, mas su padre, en cuanto la reconoció, se dirigió a ella y le exigió que tomara marido a lo que Atalanta se opuso por fidelidad a Artemisa. Ante la insistencia de su padre, y deseando no enemistarse más con él, decidió aceptar la propuesta con la condición de que todo pretendiente se enfrentara previamente con ella en una carrera pedestre y caso de vencer, ella aceptaría tomarlo como marido, pero, si vencía ella, él debería morir para pagar su osadía. Yaso aceptó la condición impuesta por su hija, y muchos fueron los adalides que pagaron con sus vidas el atrevimiento de enfrentarse a la de los pies ligeros, tantos que la noticia alcanzó los lugares más recónditos de Grecia llegando, incluso, a la remota Arcadia.

El arcadio Melanión, hijo de Anfidamante, pretendía también a la veloz hija de Yaso, mas, informado de la suerte de los que le habían precedido, decidió encomendarse a Afrodita, diosa a la que solía molestar la insolencia de quienes renunciaban voluntariamente al matrimonio. Y acertó, pues la diosa le escuchó con muestras de reprobar la negativa de Atalanta a tomar marido y, cuando él hubo terminado de hablar, ella tomó tres manzanas de oro y le dijo:

- Toma, y acepta el desafío. Luego, durante la carrera, deja caer una tras otra las manzanas porque Atalanta, mujer al fin, no podrá resistirse a su belleza y se detendrá a recogerlas. Esa es tu oportunidad para vencer.

Atalanta recogiendo las manzanas

Así lo hizo Melanión y, con tal estratagema, alcanzó la victoria. Pero la boda no les proporcionó la felicidad pues Artemisa, dolida por la infidelidad de Atalanta, les indujo a acostarse en el recinto de un templo dedicado al padre Zeus y éste, iracundo por tal profanación, convirtió a ambos en una pareja de leones.

El puente Rio Antirrio

El repaso a los héroes calidonianos hizo que el recorrido hasta Antirrío se nos hiciera corto, muy corto. Así que el pequeño puerto del que parten los ferrys que hacen el transbordo hasta el Peloponeso se apareció ante nosotros por sorpresa y, sin darnos siquiera cuenta, estábamos inmersos en la enorme marabunta que se forma en Grecia a la hora de subir a cualquier barco. De todas partes llegaban vehículos que, al tener que ponerse en una sola fila, organizaban el correspondiente desorden. Por si fuera poco, mientras unos intentaban dar la vuelta a sus coches, para, entrando marcha atrás, poder luego salir con facilidad, otros avanzaba ansiosos impidiendo a los primeros completar su tarea. Es necesaria una buena dosis de paciencia para conseguir embarcar aunque, después de los numerosos insultos, todo el mundo sonríe de forma relajada. Y si el agua de las discusiones no llega al río, digamos que nosotros sí, nosotros en un santiamén pasamos de Antirrío a Río y, con bastante menos follón que al embarque, tomamos tierra en el Peloponeso.

martes, 16 de febrero de 2010

Héroes solidarios: Lordhos Vironos

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Lord Byron en Missolonghi, por Theodoros Vryzakis

Messolongi es una ciudad fea. Se podrían decir más cosas de ella pero ninguna la convertiría en destino turístico. Y sin embargo, a Messolongi vienen turistas: son, somos, los buscadores de recuerdos, aquellos que venimos sólo porque sabemos que aquí murió un escritor que entregó románticamente su vida por un ideal, ese fue Byron.

En Enero de 1824, procedente de Leucade, llegó aquí el insigne poeta con la idea de liderar el movimiento independentista y reconvertir Grecia en lo que había sido, una tierra de hombres libres y sabios. Los numerosos grupúsculos, más de bandoleros que de soldados, formaban lo que debería ser su tropa: unos 5000 hombres. Entre ellos no había camaradería sino rivalidad, ni había disciplina sino un individualismo rebelde que hacía ingente la tarea de formar un ejército con tales materiales. Pero Byron, inasequible al desaliento, se aplicó a ello con todas sus fuerzas. Meses de paciente entrenamiento, de continuo suministro de dinero a unos jefecillos que pedían más y más, de gestiones para conseguir ayudas militares y económicas acabaron con su salud. Y Byron parecía enojado, incluso algo decepcionado:

Cuando renazcan con sus virtudes los austeros espartanos,
cuando surja de Tebas otro Epaminondas,
cuando Atenas pueda citar de nuevo corazones dignos de sus antiguos héroes,
cuando las mujeres griegas den a luz hombres,
entonces, y sólo entonces, Grecia será libre...
Lord Byron. Peregrinaje de Childe Harold.

Pero unas fiebres oportunas le permitieron, un buen día, hacer su mayor aportación a la causa de la independencia griega: ¡morirse! Byron había entregado su fortuna y su vida por una Grecia libre. La noticia llegó a las distintos grupos de filohelenos existentes en los países europeos como un aldabonazo a sus conciencias. La opinión pública se movilizó y, dos años más tarde, cuando Messolongi volvió a caer en manos turcas, las armadas de las tres potencias militares del momento (Rusia, Gran Bretaña y Francia ) se acercaron al Peloponeso. Como la pólvora estaba cargada, una chispa insignificante provocó la batalla de Navarino y la flota turca fue exterminada. El camino para la liberación quedaba expedito.

Probablemente Byron no hubiera sido un buen comandante militar o, al menos, eso cabe deducir de su falta de formación; tampoco era fácil llevar a sus desarrapados a la victoria, pero, con su muerte, lo consiguió todo. Nunca una muerte supuso tal victoria. Hoy, en toda ciudad griega, la calle principal tiene un nombre conocido: Vironos, Lordhos Vironos, el nombre de Byron helenizado.

sábado, 30 de enero de 2010

Héroes solidarios: El manco de Lepanto

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El domingo 7 de Octubre de 1571 tuvo lugar el enfrentamiento entre las armadas turca y cristiana en el golfo de Patras, frente a la punta Escrofa y no lejos de la isla Oxia ni de la desembocadura del Aqueloo. Las tropas aliadas, provenientes de Cefalonia, avanzaban al encuentro de las musulmanas que, muy de mañana, habían partido de Naupakto (la medieval Lepanto), y esperaban en orden de combate.

Mandaba las 209 naves de la escuadra cristiana Don Juán de Austria, un mozo de veinticuatro años, guapo, apuesto, de ojos azules, y tan atlético que podía nadar con la armadura puesta(1). Don Juán, a pesar de la edad, ya tenía cierto prestigio militar, pues había participado en la reciente guerra de las Alpujarras donde había combatido valientemente. No obstante, el Rey Prudente, haciendo honor a tal apelativo, puso a su lado a militares de gran prestigio como Luis de Requesens o Alvaro de Bazán. En frente, y con viento a favor, la escuadra de Selim II a cuyo mando estaba el famoso Alí Pachá, con sus 275 naves, sus 750 cañones y sus 34.000 jenízaros. Según el propio Cervantes todas las naciones creían que los turcos eran invencibles por la mar.

No, como vimos, no nos fue fácil llegar a la punta Escrofa (es más, ni siquiera estamos muy seguros de haber llegado finalmente a esa o a otra punta...) pues no existe más que un estrecho y difícil camino que lleva hacia el mar. Pero, una vez allí, cuando contemplas el rizado mar azul y te imaginas aquel siete de Octubre, sientes que ha valido la pena.

Mariló toma su permanente vídeo y Pablo, en plan locutor televisivo, se coloca delante del inmenso telón azul marino y se prepara para contarnos la batalla. Carraspea, ensaya un par de veces y recibe los últimos consejos. Al fin, todo listo y... ¡acción!

Detrás de mi está el llamado golfo de Lepanto, que también podría llamarse golfo de Patrás. La armada aliada había salido muy temprano de Cefalonia y, con viento en contra, apareció por allí, por mi izquierda. La armada turca se había aprovisionado en Lepanto y, a favor de viento, apareció por allí, por mi derecha, encontrándose por sorpresa con los cristianos. Ambos ejércitos formaban de manera parecida: tres cuerpos principales alineados y enfrentados, y un cuerpo de reserva. Los aliados incorporaban también unas pesadas galeazas que eran como fortalezas flotantes llenas de cañones pero totalmente inmanejables: tenían la ventaja de poder disparar en cualquier dirección y su misión principal era la de romper el orden de batalla de la escuadra enemiga.


Serían las diez de la mañana cuando ambas escuadras se avistaron. El ala Norte turca, la más próxima a nosotros, se desplazó aquí, hacia la costa y, ayudada por el viento a favor, intentó colarse por esta zona de poco calado con el fin de envolver a los cristianos. Pero Barbariego, que mandaba el ala, reaccionó con prontitud y les bloqueó el paso, quedando los turcos inmovilizados frente a la costa. A su vez, el ala Sur turca intentó un movimiento simétrico al realizado por el ala Norte y con la misma finalidad. También el resultado fue el mismo: el ala cristiana mandada por Andrea Doria hizo un movimiento equivalente y cortó el paso al ala Sur turca. A su vez, en el centro, las galeazas, impulsadas por un viento que ahora había rolado al Sudoeste, pronto se cruzaron con los navíos turcos sin producirles demasiados daños pero obligándoles a descomponer el orden de combate. Finalmente, los dos cuerpos centrales, mandados respectivamente por Don Juán de Austria y Alí Pachá, se encontraron sin que, en principio, existiera una clara superioridad de uno u otro bando.

Fue hacia las once de la mañana cuando la escuadra cristiana de reserva, mandada por Álvaro de Bazán, entra en apoyo del ala central y comienzan a decidir la batalla. Mientras, el ala Sur, cumplida su misión de impedir que los turcos hicieran la maniobra de envolvimiento, se aproximaron también hacia el centro. Hacia las doce la suerte de la batalla parecía decidida: el ala Norte y parte de las naves centrales turcas se daban media vuelta y huían mientras el resto, en una buena maniobra, logran cruzarse con las aliadas y huir hacia el Oeste, por allí, hacia Cefalonia. Era poco más de mediodía y todo había terminado...

En la batalla de Lepanto participó el genio de las letras Don Miguel de Cervantes, quedando inútil de su mano izquierda (¡menos mal que fue la izquierda!). El día de la batalla yacía en la enfermería aquejado de malaria, pero, a la hora del combate, subió valientemente a cubierta diciendo que más quería morir peleando por Dios e por su rey que no meterse so cubierta. Dos arcabuzazos le hirieron en el pecho y en su mano izquierda, dejándosela inútil y encogida, herida que puede parecer fea, pero que él tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los siglos(2).


Y regresamos a la carretera secundaria que, por Etolikón (un bello pueblo medieval con algo de turismo), debía llevarnos a una ciudad anodina pero convertida en símbolo de la independencia helena. Por el camino, los comentarios, los análisis y, otra vez, los consejos:

- Sí, te salió muy bien. Pero tienes que corregir lo de girarte al señalar: cuando miras hacia otro lado no puedo gravar el sonido, sólo puedes mirar cuando no estás hablando....
- Pues hazlo tú, ya que lo haces tan bien...
- No, hombre no, no es eso. Lo haces muy bien, pero todo se puede mejorar...
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1.- Grandes batallas. Juán Eslava Galán. Planeta.
2.- Cita tomada de Grandes batallas. Juán Eslava Galán. Planeta.

domingo, 10 de enero de 2010

El Aqueloo

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El río Aqueloo aparece ante nosotros de forma inesperada. Un moderno puente de hormigón armado sobrevuela el amplio cauce de aguas turbias y nos traslada al otro lado, a la provincia de Acarnania. Allí, junto a la orilla, nos detenemos para observar el tranquilo discurrir de este poderoso dios-río, para sentir su imponente majestuosidad y para transportarnos a aquellos tiempos en que la imaginación popular le hacía centro de numerosos mitos.


Como parece lógico, aunque no haya coincidencia entre las distintas versiones existentes, el dios-río Aqueloo debía ser hijo de Océano y de Tetis, y era famoso y temido en toda Grecia hasta el punto de que el oráculo de Dodona recomendaba a todas sus visitantes que realizaran la primera ofrenda siempre a ese dios. Y, ciertamente, en todas partes se juraba en su nombre. Sus aventuras fueron numerosas, pero, dada nuestra proximidad a Calidón, nos detendremos sólo en la que le relaciona con Deyanira, la hija de Eneo, el rey de la localidad citada.


El rapto de Deyanira, de Guido Reni

Deyanira debía ser muy hermosa por lo que Aqueloo no tardó en enamorarse de ella. Sin embargo, Meleagro (véase más adelante), el fallecido hermano de la muchacha, con ocasión de la visita de Heracles al Erebo, había pedido a éste que desposara a su hermana, y el héroe se había comprometido a ello. Así que la lucha entre los dos pretendientes era inevitable. Inevitable y terrible: Aqueloo se transformó sucesivamente en serpiente y en toro, pero, ni así consiguió vencer al hijo de Alcmena. Es más, en un momento de la lucha, Heracles le asió de uno de los cuernos y se lo arrancó de cuajo. Al final, el dios-río tuvo que abandonar sus pretensiones sobre Deyanira y la joven pudo casarse con Heracles lo que, como es sabido (véase "Así combatiremos a la sombra"), causó la trágica muerte del héroe.

Y dicen, aunque quizá no sea verdad, que el cuerno de Aqueloo, relleno de toda clase de frutos por las ninfas del río, se convirtió en la famosa cornucopia o cuerno de la abundancia. Pero, decíamos que no debía ser verdad porque la auténtica cornucopia parece haber sido el cuerno de la cabra Amaltea, la que amamantó al Zeus niño, y no éste del río Aqueloo.


Y cuando terminamos la historia, vieja como el mundo, del triángulo amoroso entre Deyanira y sus dos pretendientes (que acabó, como era de esperar, con el enfrentamiento entre los dos enamorados), todavía nos entretenemos un rato bajo los umbrosos chopos de la orilla, charlando y recordando a los héroes míticos que conquistaron esta tierra.
 
Alcmeón, uno de los epígonos que participaron en la toma de la ciudad de Tebas, había matado a su madre Erifile por haberle embaucado para que tomara parte en aquella cruel expedición (Alcmeón se enteró de que su madre le convenció tras haber sido sobornada con el famoso collar que había sido de Harmonía. Véase Cadmo y Harmonía, en Tebas). Como consecuencia del matricidio, fue perseguido por las Erinias y tuvo que huir hasta Psófide donde el rey Fegeo le purificó. En agradecimiento, Alcmeón se casó con su hija Arsínoe a quien regaló el célebre collar. Pero las Erinias continuaron persiguiéndolo, por lo que, abandonando Psófide, huyó hasta Tesprotia; y como allí fue rechazado tuvo que cruzar el Aqueloo para establecerse aquí, en su orilla oriental, en Acarnania. Luego se casó con Calírroe, hermana de las ninfas Castalia (véase la fuente Castalia en Delfos) y Pirene (véase la fuente Pirene en Corinto), todas ellas hijas de Aqueloo, el dios-río.

Pero, a petición de su nueva esposa Calírroe, Alcmeón pretendió recuperar de su anterior mujer el insigne collar; ello molestó a Fegeo quien, con la ayuda de sus hijos, mató a Alcmeón. Calírroe, ahora sola y con dos hijos pequeños (llamados Acarnán y Anfótero) y deseando vengar la muerte de su marido, pidió a Zeus que los niños se hicieran adultos en una sola noche. El padre de los dioses, después de aprovechar la ocasión para hacerse amante de la solitaria ninfa, accedió a su deseo, y los niños se hicieron mayores de inmediato, declararon la guerra a Fegeo y mataron tanto a él como a sus descendientes.


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Años más tarde, Acarnán, el heredero de Alcmeón, deseando casarse con Hipodamía, la hija de Enomao, acudió a Pisa como pretendiente, y allí, al parecer, fue muerto por Enómao en una de sus sanguinarias carreras de carros (véase, más adelante, Pélope y Enomao). Pero, estas tierras bañadas por el Aqueloo todavía conservan el nombre de Acarnania en recuerdo del héroe.

El puente sobre el Aqueloo está a unos pocos kilómetros de su desembocadura. Nosotros, queriendo acercarnos a la costa, tomamos el primer desvío que salía hacia la derecha, pero no llevaba a ninguna parte. Luego tomamos el segundo, y el tercero... ¡Cuántos esfuerzos para acercarnos de nuevo a la costa! Una y otra vez debíamos reandar lo andado, pues el camino se acababa o se volvía intransitable o retornaba al punto de partida. Pero queríamos llegar, teníamos que llegar a la punta Escrofa, a ese punto desde el que divisar las onduladas aguas sobre la que se desarrolló la mayor batalla que vieron los siglos.