domingo, 16 de octubre de 2011

Hermes Argifonte

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Como se intuye de los párrafos anteriores, mesenios y arcadios eran famosos como ladrones de ganado, y Hermes, un dios pastoril arcadio de origen pre-helénico a quien los olímpicos, acaudillados por Apolo, aceptaron entre ellos, no podía sino destacar en tales habilidades. La primera de las aventuras imputadas a Hermes así nos lo indica:

Hermes, hijo de Zeus y de la pléyade Maya, nació en una cueva del monte Cilene, en Acaya. Creció con una rapidez asombrosa e, inmediatamente, en un descuido de su madre, se escapó y se dedicó a recorrer el mundo en busca de aventuras. Fue la primera de ellas el robo de doce vacas pertenecientes a los rebaños del rey Admeto quien tenía por pastor al propio Apolo, a la sazón, su esclavo, como consecuencia de un castigo impuesto por Zeus. Apolo se dedicó con ahínco a buscar los animales robados pero sin suerte, pues la habilidad de Hermes, al calzar a las vacas con herraduras puestas del revés, le despistó.

En sus pesquisas, Apolo llegó hasta Pilos y Mesenia, pero sin resultado alguno por lo que, desesperado, decidió ofrecer una recompensa a quien pudiera informarle sobre el paradero del ganado. Atraídos por la oferta, tanto Sileno como sus sátiros decidieron colaborar con el dios pastor, así que se dispersaron por toda Mesenia y recorrieron los montes hacia el Norte, hasta llegar a la Arcadia donde encontraron a la ninfa Cilene. Maravillados por un hermoso sonido que oían por primera vez, preguntaron a la ninfa, y ella, indirectamente,  les dio la información que buscaban: un niño recién nacido, valiéndose de la concha de una tortuga y de las tripas de una vaca, había confeccionado el instrumento musical que estaban escuchando. Sileno indagó rápidamente sobre el origen de tales tripas, y al cerciorarse de su origen, no tardó en descubrir al autor del robo: el pequeño Hermes. Luego, sin tardanza, se lo comunicó a Apolo en busca de la prometida recompensa.

Apolo llevó de inmediato al ladrón ante Zeus quien, entre bromas, se negaba a creer que un niño hubiera podido cometer tal delito. Sin embargo, Hermes, molesto por lo que consideraba un menosprecio de sus capacidades, se llenó de vanidad y reconoció él mismo el robo. Entonces, Apolo, sin duda simpatizando con la precocidad e inteligencia de aquel joven muchacho, le preguntó:

- Bien, ¿y dónde está el rebaño?
- Acompáñame y te lo ensañaré. Verás que sólo he matado dos de las vacas y que, después de hacer las correspondientes partes, las he ofrecido como sacrificio a los doce dioses.

Apolo, sabedor de que por entonces los olímpicos eran sólo once, se sorprendió y preguntó de nuevo al pequeño:

- ¿Doce? ¿Por qué doce? Querrás decir once, porque, ¿quién es el duodécimo dios?
- Ese, señor, soy yo, tu servidor -contestó Hermes con fingida humildad-. Y sólo me comí lo que me correspondía, una de las doce partes, no más...

Apolo se rió de tal audacia, y se fue con él a buscar el ganado restante. Pero, por el camino, Hermes tomó su lira de concha de tortuga y se puso a tocarla, y Apolo, en extremo sensible a todo lo que fuera arte, se quedó entusiasmado con el sonido de tal instrumento. Tanto fue así que, decidiendo comprárselo, le propuso quedarse con el resto de las vacas a cambio de la lira. Aceptó Hermes quien, en cuanto llegó a su cueva del monte Cilene, se puso a construir un nuevo instrumento musical al que algunos llaman erróneamente siringa (flauta cuyo invento, en realidad, corresponde a Pan) y otros zampoña. Poco después, cuando la hubo terminado, se la mostró nuevamente a Apolo el cual, por segunda vez, se quedó entusiasmado de las notas que podían emitirse con aquel pequeño manojo de cañas. Y esta vez, a cambio de la rústica flauta, Apolo entregó a Hermes el valioso cayado de oro con el que cuidaba los rebaños del rey Admeto.

La amistad surgida entre los dos dioses hizo que Apolo decidiera llevarlo consigo hasta el Olimpo y hablarle del ingenio del muchacho al poderoso Zeus, sintiéndose éste paternalmente orgulloso de las habilidades del jovenzuelo. Claro que Hermes, considerando que era un buen momento, no desaprovechó la ocasión y pidió al padre de todos los dioses que le nombrara su heraldo. Accedió Zeus, aunque con la condición de que no debería usar la mentira para provecho propio. Luego, le entregó el báculo de heraldo, un sombrero de caminante y las famosas sandalias voladoras, y, convertido en mensajero, hubo de ocuparse de las tareas más delicadas. Y, por supuesto, ocupó de inmediato su merecido puesto entre los olímpicos.

Muchas fueron las misiones que los olímpicos encargaron a Hermes, y a todas respondió él con prontitud, eficacia y discreción. Entre los encargos más conocidos está su intervención para proteger los amores adúlteros de Zeus con la joven Ío y en el curso de la cual tuvo que deshacerse de un vigilante tan molestos como Argos, el perro de cien ojos que Hera había puesto para vigilar las andanzas de su marido. Otra misión no menos delicada fue su intervención en el caso de la manzana de oro que la Discordia lanzó en las bodas de Peleo y Tetis y que causó el enfrentamiento entre Hera, Atenea y Afrodita al considerarse cada una la destinataria del presente. Hermes fue encargado por Zeus de solucionar el divinal problema lo que hizo satisfactoriamente transfiriendo la difícil decisión al mortal Paris. Pero, dada la habilidad de Hermes para resolver con delicadeza los temas más complejos, hasta Hades recurre a él para lo que puede considerarse el asunto más difícil: llamar, llegado el momento, a la puerta de los mortales y conducir su alma al reino de las tinieblas. Desde entonces ha estado siempre permanentemente ocupado, pero ni una sola queja se ha podido oír de su boca.

miércoles, 3 de agosto de 2011

La playa de Kalamata: ¡Vaya par de gemelos!

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La playa de Kalamata

Kalamata, a pesar de su falta de interés para el visitante, tiene una bonita playa de fina y blanca arena. La vimos, nos paramos, y allí nos pasamos un par de horas recordando más y más mitos...

Perieres, hijo de Eolo y rey de Mesenia, se casó con Gorgófone, la hija de Perseo, de quien tuvo dos hijos: Afareo y Leucipo. Pero cuando Perieres murió, Gorgófone se negó a subirse a la pira sobre la que iba a ser quemado el cadáver de su marido y a morir como hasta entonces había sido costumbre entre las viudas. Por el contrario, Gorgófone no sólo no se suicidó sino que, en segundas nupcias, volvió a casarse, esta vez con Ebalo, rey de Esparta, del cual tuvo como hijos a Tindáreo, Icario e Hipocoonte. Fue Tindáreo quien sucedió a su padre como rey de Esparta mientras que Icario, que sería el suegro de Odiseo, actuaba como co-rey. Pero Hipocoonte, ayudado por sus doce hijos y, tal vez, por el propio Icario, destronó a Tindáreo quien huyó a Etolia donde le acogió el rey Testio. Allí se casó con Leda, la hija de su benefactor, de quien tuvo a Cástor, Clitemestra, Polideuces y Helena, si bien, al parecer, los dos últimos eran hijos del propio Zeus y no de Tindáreo. Con el tiempo, Tindáreo recuperó su trono en Esparta y, a su muerte, éste pasó a su dos hijos, llamados Dióscuros o hijos de Zeus, quienes gobernaron como co-reyes (según otra versión habrían muerto antes que su padre y el reino habría pasado directamente a Menelao, el marido de Helena).

Mientras tanto, en Mesenia, había muerto Perieres y el trono había pasado a su hijo mayor Afareo, aunque, al parecer, su hermano Leucipo también actuaba como co-rey. Y Afareo, casado con su hermanastra Arene, tuvo por hijos a Idas (de quien algunos dicen que, en realidad, era hijo de Poseidón), Linceo (uno de los argonautas, capaz de ver en la oscuridad o a través de la materia) y Piso (el primer rey de la ciudad de Pisa, en la Elide). Por otro lado, Leucipo fue padre de dos hijas, sacerdotisas una de Atenea y otra de Artemisa, quienes se comprometieron en matrimonio con sus primos Idas y Linceo, y con ellos se hubieran casado si los Dioscuros no las hubieran raptado y hecho sus mujeres. Esto ocasionó la enconada rivalidad entre los dos pares de mellizos, primos entre sí.

Los inseparables Dioscuros se convirtieron en el orgullo de Esparta, habiendo ganado numerosos premios en los Juegos Olímpicos; y no menos orgullosos se sentían en Mesenia de los valientes Idas y Linceo, de los cuales el primero era más fuerte, por ser hijo de Poseidón, mientras que el segundo, con sus ojos que todo lo veían, era su complemento perfecto. De ambos pares de mellizos se cuentan numerosas historias, la primera de las cuales está protagonizada por los mesenios.

Al parecer, Eveno, rey de Etolia, deseaba que su hija Marpesa continuara virgen por lo que desafiaba a todos sus pretendientes a una carrera de carros con la condición de que, de vencerlo, tendrían como premio a su hija, mientras que, en caso contrario, el pretendiente pagaría su osadía con la muerte. Y las paredes de la casa de Eveno estaban repletas de cabezas de pretendientes cuando Idas, enamorado de Marpesa, decidió probar fortuna. Pero Idas, antes de irse a Etolia, pidió a su padre Poseidón un tiro de caballos capaz de salvarle la vida en el trance que estaba dispuesto a correr. Y Poseidón no pudo menos que complacer a su hijo a quien entregó unos caballos alados invencibles.

Tan seguro estuvo Idas de sí mismo que, en vez de participar en la prueba, raptó directamente a Marpesa, huyó con ella a Mesenia y la hizo su mujer. Eveno los persiguió sin éxito, muriendo en un accidente de carro cuando estaba a punto de alcanzarlos. Y el rapto hubiera terminado bien para Idas si no fuera porque a la prueba para conseguir a Marpesa también se había apuntado el dios Apolo. Así que, cuando Idas y Apolo se encontraron, fue inevitable el enfrentamiento. Y la lucha fue tan terrible que el propio Zeus tuvo que intervenir para separarlos. Luego, pidió a Marpesa que eligiera entre los dos candidatos y que ambos aceptaran su decisión. Cierto que Apolo era dios, pero no por eso se dejó engañar Marpesa, pues sabía que ella era mortal y que al envejecer él la abandonaría. Se decidió, pues, por Idas y los mesenios consiguieron una hábil reina.

Ya hemos visto que los mellizos mesenios y los espartanos eran rivales enconados, pero no por ello dejaban de ser primos, así que en alguna ocasión unieron sus fuerzas para realizar empresas conjuntas. En cierta ocasión, deseando apoderarse de ganado, decidieron hacer conjuntamente una incursión en tierras de Arcadia. La incursión les proporcionó un abundante botín y, habiéndose alejado lo suficiente para estar a salvo de los arcadios, mataron un buey y decidieron saciar su apetito. Fue entonces cuando se les ocurrió una nueva competición: dividir el buey en cuatro partes y comer cada uno su parte tan deprisa como pudiera; el que terminara primero se llevaría la mitad del ganado mientras que la otra mitad sería para quien acabara segundo. Los últimos en terminar se quedarían, por tanto, sin nada. Como era de esperar, la competición acabó en una contienda entre unos y otros mellizos, en la cual parece que resultaron muertos todos menos Polideuces, el hijo de Zeus, a quien se le ofreció la inmortalidad sin que él la aceptara pues, inseparable como siempre, quiso correr la misma suerte que su hermano.

domingo, 31 de julio de 2011

La ruta del calamar: Mesenia


Playa de Kalamata
De regreso desde Methoni pasamos nuevamente por Pilos, si bien, para evitar la atracción de sus agradables terrazas, hicimos la travesía por la parte alta de la ciudad. Luego tomamos la carretera que conduce a Kalamata, cruzamos la península de Mesinia y ante nosotros apareció nuevamente el mar. La carretera discurre monótona bordeando el profundo golfo que separa las penínsulas de Mesinia y Mani y el tráfico, aunque en aumento, seguía siendo escaso.

Mesinia debe su nombre a Mesene, hija del rey argivo Triopas, y que, por tanto, es hermana de Agenor, Yaso y Pelasgo. Estos cuatro hermanos se repartieron entre sí la herencia de su padre, es decir, el Peloponeso, y correspondió a Mesene la bella parte que nos ocupa.

Ahora es Mariló quien hace de copiloto mientras Pablo y Fernando juegan a las cartas, y aprovechan para darse patadas por debajo de la mesa. Nos damos cuenta de la situación y, antes de que la cosa vaya a más, les llamamos al orden. Durante un rato hay un cierto silencio, luego pregunto:

- ¿Cómo llamamos a esta etapa? ¿Se os ocurre algún nombre?
- Llámale golfo de Mesinia -dice Mariló.
- No, mejor, el golfo del Calamar -dice Fernando.
- ¿Por qué Calamar? -pregunta Mariló.
- Por lo de Kalamata, kalamai, cala... no sé qué... - explica Pablo-. O mejor, le podemos llamar Calamaracus Kolpos...
- Golfo del Calamar..., suena bien. A mí lo que me gusta es lo de "Kalamata y su famoso baile, el kalamatianó..."
- ¿El calamatia... qué?
- ¡Mira! -dice Pablo-, vides. Seguro que por aquí anduvo Dionisio con sus métodos persuasivos...
- Y Hera corriendo detrás de él para guisarlo... -apostilló Fernando.

La conversación se animó al mencionar a Dioniso y a su sátiros y ménades. Mariló opina que serían simples borracheras y que luego vendrían las exageraciones literarias y moralizantes. Sin embargo, opino yo, Dioniso comenzó por ser sacrificado él mismo, cuando niño; seguramente es un caso parecido al de Zagreo, Pélope, Orfeo y otros...

- Sí, ya. La costumbre prehelénica del sacrificio ritual de niños... -comenta Mariló-. Yo no me creo ese rollo.
- Que sí, mami. ¿Acaso Abraham no estuvo a punto de sacrificar a Isaac? -pregunta Pablo.
- Es distinto. Abraham era padre... Eso de las madres que descuartizaban ritualmente a sus hijos no me lo puedo creer, por muy borrachas que estuvieran... Si fuera el padre...
- Ya estamos -intervengo yo-. El padre sí, ¿verdad? Pues no, porque el padre... ni existía. En aquella época no se conocía la paternidad, los hombres no servíamos para nada...
- Pues, como ahora...
- Tarara ra rá... ¡Contaré hasta diez...!
- No. Ahora las que no servís para nada sois las mujeres..
- ¡Pablo...! Modérate...
- ¡Mira: Kalamata!

Dicen que Kalamata es una ciudad fea. Un terrible terremoto en 1986 la redujo a escombros y nunca fue convenientemente reconstruida. Sus habitantes optaron por emigrar y su población se quedó reducida a la mitad. Hoy sigue siendo el principal nudo de comunicaciones del Sur del Peloponeso y conserva algo de industria, pero el turismo pasa de largo. No sé si es justo pero, en todo caso, las guías turísticas son las culpables.

domingo, 17 de julio de 2011

Methoni, la rica en viñedos

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Dioniso. Caravaggio

Desde Pilos se tarda apenas media hora en llegar a la medieval Methoni, un puerto fortificado que los venecianos utilizaban para reaprovisionar sus barcos en la ruta a Siria. Dos pequeñas islas, Sapientza y Schiza, cierran la amplia bahía en cuyo interior, además del resguardado puerto, se extiende una hermosa y amplia playa de tranquilas aguas y blanca arena. Varias tabernas de pescado y un par de pequeños hoteles acogen a los turistas, casi todos alemanes, que llegan a estas remotas tierras; también se ve algún que otro italiano que se acerca, tal vez, a recordar aquellos tiempos en que Methoni y Koroni, los dos vértices inferiores del rectángulo que forma la península de Mesinia, formaban los llamados ojos de Venecia.

Homero llamaba a Methoni "la rica en viñedos", y la tradición dice que la producción de vino era tal que los asnos se emborrachaban por las calles con el olor del mismo. Quizá por eso se la llamó Methoni (de methun: emborracharse y oni: asnos) o puede que su nombre sea una simple referencia a Methy, la diosa de la embriaguez. En todo caso, esta referencia al vino nos recuerda las andanzas de su principal valedor, el dios Dioniso, y de sus seguidores, sátiros y ménades.

Después de la muerte de Penteo (véase Tebas), Dioniso invitó a participar en sus orgías a las hijas de Minia, quienes rehusaron la invitación a pesar de habérsela hecho el mismo Dioniso disfrazado de muchacha. Molesto por su negativa, las enloqueció a todas hasta tal punto que Leucipe, la mayor de ellas, ofreció a su propio hijo Hípaso como sacrificio, y las tres hermanas, después de despedazar y devorar al niño, recorrieron frenéticamente las montañas hasta que Hermes las transformó en aves. En recuerdo del asesinato de Hípaso se celebra anualmente en Orcómenos una fiesta llamada "provocación al salvajismo" en la que las seguidoras de Dioniso se sienta en círculo y beben y se proponen adivinanzas; luego, un sacerdote de Dioniso sale corriendo y mata a la primera de ellas que alcanza...

Pero tampoco hay que asustarse demasiado pues, como dice Jenófanes de Colofón, sabido es que

A los dioses todo han atribuido Homero y Hesíodo
cuanto entre humanos es causa de escarnio y reproche:
robar, cometer adulterio, y el mutuo engañarse...

sábado, 18 de junio de 2011

Por las tierras de Néstor: Melampo

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Paisano en Pilos (foto: José Cerdeira)

Tiro, después de haber sido madre de Pelias y de Neleo, se casó con su tío Creteo de quien tuvo varios hijos entre los cuales destaca Eson, el padre de Jasón, y Amitaón, quien sería padre de Melampo, el adivino.

Melampo vivía en Pilos con su hermano Biante, quien se había enamorado de su prima Pero, la hermana de Néstor. Sin embargo, como a causa de su extraordinaria belleza Pero tenía numerosos pretendientes, su padre Neleo decidió casarla sólo con aquel que fuera capaz de entregarle el ganado del rey Fílaco. Claro que Fílaco vigilaba continuamente su preciado ganado mediante un enorme perro que, al parecer, no dormía jamás, lo que hacía la misión de apoderarse del ganado poco menos que imposible. Y es aquí donde Melampo decidió ayudar a su querido hermano a robar el vigilado rebaño.

Para ello, Melampo contaba con alguna ventaja. Así, cuando era aún pequeño, al haber salvado la vida a unas serpientes y quedarse dormido luego, ellas, agradecidas, le lamieron los oídos haciendo posible que pudiera entender el lenguaje de las aves. Como consecuencia de esta habilidad pudo saber que la única forma de apoderarse del ganado de Fílaco era dejarse coger prisionero y pasarse como tal al menos un año, después de lo cual podría conseguir el objetivo. Y así lo hizo: se acercó al rebaño y se dejó sorprender sin ofrecer ninguna resistencia. Como había supuesto, Fílaco lo detuvo y lo encerró, y así pasó casi un año. Mas, la víspera de cumplirse el año, estando Melampo escuchando distraído la conversación de dos carcomas que hablaban desde una de las vigas del techo, pudo oír como una de ellas preguntaba con un suspiro de cansancio:

- ¿Cuántos días de roer nos quedan todavía, hermana?
La otra, con la boca llena de polvo de madera, contestó:
- Estamos progresando mucho. La viga caerá mañana al amanecer si no perdemos el tiempo en conversaciones inútiles(1).

Melampo no esperó más y llamó inmediatamente a Fílaco pidiéndole que lo sacara de allí pues el techo iba a derrumbarse de un momento a otro. Se rió Fílaco, más aceptó la petición, y al otro día, cuando el techo se cayó tal como Melampo había prometido, se dio cuenta de que estaba ante un hombre con capacidades especiales.

Tenía Fílaco un hijo llamado Ificlo, famoso por su rapidez, lo que le permitía correr sobre las aguas sin hundirse, y que fue uno de los argonautas. Pero este Ificlo era impotente pues, de pequeño, presenciando como su padre castraba carneros, se encontró de pronto con el cuchillo ensangrentado de su padre y pensó que iba a hacer lo mismo con él. Ante el espanto del pequeño, su padre clavó el cuchillo en un peral y corrió a consolar al niño, mas éste no se recuperó del susto. Así que, en cuanto Fílaco supo de los poderes de Melampo le ofreció todos sus rebaños si era capaz de curar de la impotencia a su hijo.

Comenzó Melampo por propiciar a Apolo ofreciéndole un sacrificio de dos toros, cuyos fémures, bien cubiertos con la grasa, quemó debidamente. Luego esperó hasta que un par de buitres se acercaron al altar charlando animadamente. Melampo escuchó con atención, pues, uno de ellos comentaba al otro el problema de Ificlo, y cual sería la única solución posible a tal situación. Cuando se hubo enterado, corrió a poner en marcha el remedio, consistente en extraer el orín del viejo cuchillo olvidado en el peral y administrárselo a Ificlo mezclado con agua. El brebaje fue eficaz, y pronto pudo Ificlo engendrar un niño a quien, a su debido tiempo, pusieron por nombre Podarces. Y Melampo pudo irse con el ganado que Fílaco le dio y entregárselo a Neleo a cambio de su hija Pero la cual, todavía virgen, cedió a su querido hermano Biante.
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1.- Robert Graves. Los Mitos Griegos. Alianza Editoria.

domingo, 15 de mayo de 2011

Pilos, la vieja Navarino de los italianos

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Pylos, la vieja Navarino de los italianos

La joven ciudad de Pilos (fundada por los franceses después de la batalla de Navarino, en el siglo pasado) está situada en el fondo de la magnífica bahía que dio nombre a la batalla y es una ciudad acorde con la belleza de su emplazamiento. Sus estrechas calles descienden por la ladera de la montaña hasta la gran plaza de Trion Navarón, o de los tres Almirantes, una plaza cubierta de enormes tilos bajo cuya sombra se esparcen numerosas terrazas. Aunque era nuestra intención seguir directos hasta Methoni, la atractiva plaza ejerce sobre nosotros una atracción que no somos capaces de resistir y que nos obliga a cambiar nuestros planes. Nos sentamos pues bajo la agradable sombra y, refresco en mano, recordamos el último suspiro de la resistencia turca en el Peloponeso.

¿Quién dice que inventó el fútbol?
 Era el 20 de Octubre del año de gracia de 1827. Las escuadras aliadas de Francia, Gran Bretaña y Rusia, después de haber sido reconocida la independencia griega por sus respectivos países, patrullaban la zona con la pretensión de intimidar a Ibrahim Pachá cuya flota, compuesta por unos 82 navíos, seguía presionando la región independizada del Peloponeso. El objetivo aliado no era la guerra sino únicamente el conseguir de "la gran Puerta" un armisticio que supusiera el reconocimiento a lo que ya era una independencia "de facto". Las fuerzas aliadas, formadas por veintiséis navíos, eran menores en número a las otomanas, si bien sus barcos eran más modernos y mejor armados. Dado que ambas potencias no se habían declarado formalmente la guerra no había intención de entrar en combate por ninguna de las partes pero, como las armas las carga el diablo, en la oscuridad de la noche una fragata egipcia disparó contra una inglesa. La respuesta aliada fue inmediata y ambas escuadras entraron en combate. ¿El resultado? Increíble: Los turcos perdieron 53 buques por ninguno los aliados (las bajas aliadas fueron de 127 mientras que las turcas se estimaron en unas 6.000). Un año más tarde la independencia griega, tan soñada por hombres como Byron y sus compañeros filohelenos, fue un hecho.

Como hemos visto, Pilos es una ciudad reciente que no debe confundirse con la arenosa Pilos de la que habla Homero y cuya situación ha de buscarse quince kilómetros más al Norte, en las proximidades del palacio de Néstor. Sin embargo, encaramados en la colina que bordea la bahía por el Sur, al lado de la carretera que lleva a Methoni, se conservan dos castillos franco-venecianos desde los que se tiene una extraordinaria vista sobre la bahía.

domingo, 17 de abril de 2011

El palacio de Néstor Nelida en Pilos

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Reconstrucción gráfica del megaron, en el palacio de Néstor

Aparcamos raudos en la amplia y solitaria explanada que antecede al palacio y, sin entretenernos, nos acercamos al acceso a las ruinas: mala suerte, ya está cerrado. Nuestras caras reflejan la decepción. No podemos saltarnos el mítico palacio y, sin embargo, nos asusta un poco quedarnos a pasar la noche aquí en un lugar tan aislado. Podríamos ir a Pilos, pero hay unos veinte kilómetros, que al ser ida y vuelta, se convertirían en cuarenta... ¡demasiados kilómetros para tal carretera! Al final, mirándonos unos a otros, tomamos la decisión: dormiremos aquí.

Olivos, pinos y algún eucalipto cubren esta redondeada colina que se asoma al mar como invadiéndolo, como dominándolo. No es un mal lugar para hacer un palacio, pensamos. Y la noche, la negra noche, cae sobre nosotros. Todavía no hay luna, pero la habrá, pues en Olimpia lucía en toda su grandeza. Sobre la tierra, ni una luz; en el cielo miríadas de estrellas lo adornan todo. ¡Qué silencio! Un cierto nerviosismo nos encoge el corazón... ¿Dormiremos bien?, nos preguntamos. Y luego, por fin, la inmensa luna aparece sobre las vagas formas de los olivos y de los pinos. Se hace la luz y parece día. Sentados sobre un muro medio derruido, al lado de una fuente de blanca caliza que el musgo ha pintado de verde, charlamos bajito, como si la inmensidad del espacio fuera a molestarse por nuestras palabras, por nuestros susurros. Y hablamos, hablamos de aquellos tiempos y de aquellos mitos.

Tiro, la hija de Salmoneo y de Alcídide, se quedó huérfana muy pronto, y fue criada por su madrastra Sidero, que la maltrataba. Huyendo de su desventura, siempre se refugiaba, solitaria, a orillas del río Enipeo (un tributario del Alfeo, el río de Olimpia) del cual acabó enamorándose sin que éste le prestara especial atención. Ante esta situación, el dios Poseidón decidió hacer algo, así que le infundió un dulce sueño y se unió con ella. De aquella unión clandestina nacieron a Tiro dos mellizos: Pelias y Neleo. Con el tiempo, Pelias conquistó Yolco (destronando a su hermanastro Esón, padre de Jasón el Argonauta) mientras que Neleo, con un ejército de aqueos y eolios, se apoderó de Pilos, y la hizo tan famosa que ahora se lo considera su fundador.

Neleo tuvo doce hijos y todos lucharon valientemente contra las tropas de Heracles cuando éste, irritado por la ayuda que los nelidas habían prestado a Elide, invadió Pilos. A su lado combatieron Poseidón, Hera, Hades y Ares, pero, enfrente, junto a Heracles, estaba la invicta Atenea por lo que el combate fue reñido. Ares fue herido por la espada de Heracles y hubo de correr raudo hasta el Olimpo donde, sin embargo, Apolo lo curó en menos de una hora. También Hera, la de níveos brazos, fue herida en un pecho, y el violento Ares, que había vuelto a la lucha, cayó de nuevo atravesado por una flecha que, ahora sí, le hizo abandonar definitivamente el combate. Periclímeno, hijo mayor de Neleo y famoso por haber sido uno de los argonautas, usó su enorme fuerza y su capacidad de metamorfosearse para luchar contra Heracles pero, finalmente, cuando volaba convertido en feroz águila, fue traspasado por una flecha y murió. También Heracles y Poseidón se vieron frente a frente y el segundo tuvo que retroceder, pero sin que hubiera victoria de ninguno de ellos.

Sin embargo, muertos todos los hijos de Neleo salvo Néstor, la victoria final de los heráclidas fue inevitable, y el mismo Heracles decidió entregar la ciudad a Néstor, pues éste era el único nelida que no se había enfrentado a él en Elide. Luego, Néstor Nelida (o Néstor Gerenio, como le llama Homero en la Ilíada, por haberse criado en Gerenia, cerca del Istmo) se haría famoso dando consejos en el sitio de Ilión, donde fue el mayor de los combatientes.

La bahía de Navarino

Muy temprano todavía, cuando la dorada luz del Sol alcanzaba solamente los picos de las montañas y extendía la sombra de éstas muy lejos sobre el calmado Ionio Pelagos, nos levantamos y nos dispusimos a desayunar. Sólo el rumor de la fuente llegaba monótono hasta nosotros y nuestras palabras parecían amplificadas en aquella soledad matinal. Amplitud inmensa bajo un cielo azul, particular, ajeno. ¿Solos nosotros en el mundo? Ni los pájaros cantaban sus canciones como de costumbre. Y cuando alguno se atrevía a elevarse por los aires, lo hacía en la distancia, también solitario, perdido... Luego el Sol se fue elevando y los valles, ya iluminados, parecieron cobrar vida. Un conejo solitario nos miró sorprendido durante unos segundos antes de continuar su camino y, más tarde, apareció un vulgar gorrión, y luego otros. Aunque el día prometía ser caluroso, a esas horas de la mañana el aire aún era fresco, agradable, tonificante: ¡oh tiempo maravilloso en que nos fundimos con el universo para formar un solo cuerpo, un solo espíritu,...! Momentos de placidez, de paz, de sentir el mundo contigo y en ti...

Pero llegó el primer coche. Y luego otros, y otros más. La solitaria explanada se convirtió de pronto en un aparcamiento, como otros muchos. Miramos decepcionados al cielo y pensamos que ya sería hora de acercarnos al palacio. Recorrimos silenciosos los escasos cincuenta metros que nos separaban de la entrada, abonamos nuestros billetes, y henos ya aquí en el mismo sitio en que, según Homero, se hallaba Telémaco hace algo más de tres mil años.

Un pequeño pórtico con el sitio de los guardianes, una precámara, el gran patio o megaron, las habitaciones, el megaron de la reina... y la bañera. Más allá, ya sobre la ladera que mira al mar, almacenes, tinajas de aceite, depósitos de tablillas de arcilla donde se llevaban las cuentas del palacio, paredes derruidas... Este es el palacio en que mejor se puede comprender como era un palacio micénico, dicen las guías, y debe ser verdad. Todo está aquí claro, todo fue excavado con cuidado y sabiduría. Y si no impresionan más estos restos valiosísimos será porque ya no quedan frescos, ni techos, ni arquitrabes, porque todo se ve muerto... salvo que la imaginación venga en su rescate.

Muchos años habían pasado ya desde de la caída de Troya y Odiseo no regresaba. Penélope se desesperaba viendo como la economía de la casa se derrumbaba a causa de aquellos pretendientes insufribles. ¿Debía aceptar la muerte de Odiseo y, haciendo caso a las presiones generales, tomar como nuevo marido a uno de los presentes? ¿Y si, realmente, su auténtico marido no había muerto? Quedaban pocas esperanzas pero bueno sería hacer el último esfuerzo.

Ante tal incertidumbre, cansada ya de tejer y destejer la misma tela cada noche, Penélope accede a que su joven hijo Telémaco vaya a Pilos (a la arenosa Pilos de Homero, que no a la entonces inexistente ciudad actual) en busca de alguna nueva sobre el paradero de su padre. Así, después de cruzar el mar desde Ítaca, Telémaco y los suyos llegaron a Pilos, la bien construida ciudad de Neleo

Emprenden luego la trabajosa ascensión hacia el palacio, pero antes de llegar encuentran a Néstor con quinientos de sus hombres ofreciendo sacrificios a Poseidón: Y apenas vieron a los huéspedes, adelantáronse todos juntos, los saludaron con las manos y les invitaron a sentarse.

Juntos caminan hasta el grandioso palacio donde los visitantes son agasajados y donde Policastaña, la hija menor de Néstor, baña y unge a Telémaco hasta dejarlo "parecido a los inmortales". Te diré, hijo mío, la verdad entera... Pero de Odiseo no sabe nada... El apenado Telémaco decide continuar hasta Esparta por ver si Menelao supiera algo y, dado que había llegado hasta Pilos en barco y no tenía carro, Néstor le ofrece una carroza con la que poder cruzar el imponente Taigeto y llegar hasta el palacio de Menelao, a orillas del Eurotas:

- ¡Ea!, hijos míos, aparejad caballos de hermosas crines y uncidlos al carro, para que Telémaco pueda llevar a término su viaje...

Y habiendo llegado a una llanura, que era trigal, enseguida terminaron el viaje, ¡con tal rapidez los condujeron los briosos caballos! Y el Sol se puso y las tinieblas ocuparon todos los caminos. Pero, mala suerte, tampoco allí sabían nada.

La batalla de Navarino, por Iván Aivazovski

Sin duda, la vista sobre la bahía de Navarino que se tiene desde el altozano en que se asienta el palacio de Néstor es una de las más bellas de toda Grecia, extendiéndose a sus pies la espléndida ensenada como un tranquilo mar que la isla de Sfactiria cierra por el exterior y convierte casi en un lago. Estos eran los dominios de Néstor, hijo de Neleo, hijo de Tiro, hija de Salmoneo, hijo de Eolo, hijo de Heleno, hijo de Deucalión, a su vez hijo de Prometeo y éste del titán Jápeto, a todos los cuales ya hemos mencionado; éstos eran los dominios de aquel valiente guerrero que luchó contra los centauros, participó en la caza del jabalí de Calidón, viajó con el Argos hasta Cólquide y, finalmente, ya entrado en años, todavía tuvo fuerzas para acompañar a sus soldados hasta la vasta Troya. Néstor, el sabio consejero, tenía además un gusto excelente que la ubicación de su palacio corrobora de inmediato.
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viernes, 18 de febrero de 2011

Las Strofades, residencia de las Arpías

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Las islas Strofades
Según Virgilio, los griegos denominan Strofades a unas islas del vasto mar Jónico, donde habitan la cruel Celeno y las otras arpías: Nicotoe y Podarge.

La idea que los griegos tenían sobre las arpías fue evolucionando con el tiempo, pasando de ser espíritus semejantes a los vientos que arrastraban a las almas de los muertos (Hesíodo y Homero) a ser seres concretos que se materializan en una cabeza de mujer con un cuerpo de ave y que son capaces de raptar no sólo almas sino también niños pequeños.

En uno de los pasajes más conocidos del viaje de los Argonautas, las arpías aparecen atormentando al adivino tracio Fineo, un ciego a quien devoran parte de su comida y le ensucian el resto con sus apestosos excrementos. Los Argonuatas llegan allí en busca de consejo, y Fineo les exige que le liberen de tales demonios alados si quieren su ayuda. Jasón, el capitán del Argos, encarga entonces a Zetes y Calais, los hijos alados de Boreas, el Viento del Norte, la tarea de expulsar a las arpías. Los dos hermanos las persiguen incansablemente por todo el mar Mediterráneo hasta que, finalmente, en las llamadas islas Giratorias (Strofadas) llegan a un pacto con ellas: las dejarán vivir con la condición de que no vuelvan a molestar al ciego Fineo.

Una generación más tarde, una tormenta desvía de su ruta al teucro Eneas, cuando navegaba hacia su tierra prometida, y lo trae hasta estas islas Giratorias. Y aquí se encuentra a las arpías. Dice Virgilio:

Jamás salieron de las aguas estigias, suscitados por la cólera de los dioses, monstruos más tristes ni peste más repugnante; tienen cuerpo de pájaro con cara de virgen, expelen un fetidísimo excremento, sus manos son agudas garras, y llevan siempre el rostro descolorido de hambre...

Los teucros de Eneas habían realizado los sacrificios de rigor y se disponían a comer cuando estos seres repugnantes, ya diosas, ya crueles e inmundas aves, atacaron y ensuciaron sus alimentos. Volvieron a poner nuevos alimentos y, por segunda vez, fueron objeto de similar ataque de las arpías, y las provocaciones hubieran continuado si Eneas no encarga a sus soldados que, espada en mano, las persiguieran. Al ver la resolución de los troyanos, Nicotoe y Podarge huyen, mas Celeno se queda y, dirigiéndose a Eneas, le vaticina que antes de conseguir asentarse en su nueva ciudad habrán de pasar tal hambre que llegarán a comer la madera de las propias mesas...
 
(La batalla de Navarino’, de Iván Aivazóvski)
Estamos al lado de la bahía de Navarino, donde en 1827 tuvo lugar la
famosa batalla contra la armada turca.

viernes, 4 de febrero de 2011

De camino hacia las tierras de Néstor Nelida

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La hora de la siesta en Olimpia

Comimos en Olimpia y salimos hacia el Sur, por Krestena, hacia la carretera litoral. Hacía calor y estábamos cansados, y la carretera, estrecha, monótona y sin acercarse al mar lo suficiente como para disfrutar de su vista, se alargaba en demasía. De vez en cuando alguna playa solitaria llamaba nuestra atención, pero nuestro deseo de llegar a Pilos antes de anochecer nos animaba a seguir. Plátanos, pinos, algún que otro olivo y, de vez en cuando, algunas vides. A la izquierda, hacia Andritsena y Karitena, se yerguen altivas las arcaicas montañas arcadias; aquí un pueblo, una granja, un asno rodeado de gallinas; allí una caleta, y luego un río.

- Es el Neda -comenta Fernando que hace de copiloto.
- ¡Ah, el famoso Neda!. Luego ese monte que se ve a lo lejos será el Liceo, el lugar de nacimiento de Zeus.
Voy a parar un rato para remojarnos en las aguas que lavaron al Zeus recién nacido.

Dicen que Rhea, huyendo de su marido, dio a luz a su tercer hijo en plena noche ahí en el monte Liceo. Luego lo bañó en estas transparentes aguas del Neda y se lo entregó a Gea, la Madre Tierra, quien, para protegerlo de los voraces deseos de su padre Cronos, se lo llevó a Creta y lo escondió en la cueva Dictea (ver Efira).

Pero la parada es muy pequeña porque sólo hemos recorrido la mitad del camino y la tarde avanza más de prisa que nosotros. Fernando toma nuevamente el mapa.

- Nos faltan veinte kilómetros hasta Kiparisia y luego unos cuarenta hasta donde está el palacio de Néstor.

La carretera es, al menos, llana. El Sol se va alejando por nuestra izquierda hacia el lejano Oeste y el tráfico es escaso, escaso pero, ¡qué manera de conducir! Pensemos en otra cosa.

- Pablo, ¿jugamos a las cartas? -propone Fernando.
- Mira, Kiparisia... Vaya birria, ¡y con lo qui parisía!
- Ja, Ja. ¡Qué chispa...!
- ¿Tú eres idiota o qué?
- Dejaros de peleas. Pablo, ¿cómo se llaman esas islas que están ahí enfrente de Kiparisia?
- Ah, espera..., ya lo tengo: son las Estrófades.

viernes, 14 de enero de 2011

Los juegos Olímpicos

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La vieja Olimpia

Olimpia (nombre de una de las hijas de Arcade) es hoy una pequeña villa dedicada por entero al turismo, donde las tiendas de recuerdos y los restaurantes se suceden sin discontinuidad. La calle principal, la carretera de Pirgos a Trípoli, tiene mucho tráfico, y las estrechas aceras están completamente invadidas por los abigarrados expositores de las tiendas, así que el caminar por ellas es muy dificultoso. Las terrazas de los restaurantes y cafeterías son amplias y atractivas pero, y es un pero muy importante, ninguna tiene aire acondicionado. Ni que decir tiene que, en estas circunstancias, nos tomamos a toda prisa los capuchinos de rigor (capuchinos griegos, se entiende, que no los maravillosos italianos) y salimos hacia la próxima colina de Cronos, al otro lado del Cladeo, donde la abundante sombra existente permite unas siestas magníficas.

El boscoso monte Cronión (en realidad, una pequeña colina) está situado en la confluencia de los famosos ríos olímpicos Alfeo y Cladeo, y por su ladera, en la parte que mira a la confluencia de los dos ríos, se extiende la zona de ruinas. Aquí, hace quizá más de tres milenios, nacieron unos juegos que, a pesar de una larga interrupción, consiguieron llegar hasta nuestros días plenos de fortaleza. Su origen es incierto, pero parece plausible que todo comenzara con una carrera pedestre de muchachas que se disputaban el honor de llegar a ser sacerdotisas de la diosa Luna. Y, quizá más tarde, tendrían lugar otras competiciones mediante las cuales la diosa (Hera) podía elegir a su nuevo amante (Zeus), competiciones mortales que el mito de Pélope y Enomao parece reflejar.


Las pruebas de selección de sacerdotisas debían tener lugar con ocasión de la coincidencia entre el plenilunio y el solsticio de verano, es decir, cuando Sol y Luna coinciden en su plenitud, hecho que, con una cierta precisión, ocurre cada ocho años (noventa y nueve lunaciones). Sin embargo, también es probable que originalmente las competiciones fueran anuales y que sólo cuando se descubrió esa mayor precisión se produjera el cambio. Para el caso de las competiciones masculinas, encaminadas a proveer de reyes sagrados(1) a la sacerdotisa, los ciclos debían coincidir con los anteriores; sin embargo, de la numerosa mitología existente parece deducirse que los reyes sagrados tenían siempre un mellizo(2) (Ificles-Heracles, Castor-Polideuces, Idas-Linceo, Teseo-Pirítoo, Pelias-Neleo, etc. ) repartiéndose el año sagrado, o gran año de noventa y nueve lunaciones, en dos olimpiadas de a cuatro años cada una, y gobernando sucesiva o concurrentemente.

Aunque las carreras pedestres parecen ser las pruebas originales, Pausanias habla también de una lucha singular que sólo terminaba con la muerte de uno de los contendientes y que se celebraba en recuerdo del combate mantenido entre Zeus y su padre Cronos. Tal como hemos visto en el mito de Enomao, esta lucha enfrentaría al rey viejo con el aspirante a tal, lucha que, al jugar el pretendiente con ventaja, siempre terminaría de la misma manera: con la muerte del viejo y su sustitución por el nuevo. Si el muerto era el rey sagrado se convertiría en héroe y, con un poco de suerte, hasta en dios; si el muerto era el mellizo, su destino era convertirse en serpiente oracular.

La lucha de la que habla Pausanias no fue otra que la famosa titanomaquia en la cual Zeus venció a su padre Cronos (ver Efira). En esa lucha, Cronos es el rey viejo vencido por Zeus, el sustituto, quien se casa ritualmente con la diosa-luna Hera. Esto sucedía antes de que los aqueos impusieran el patriarcado; luego, Zeus iría creciendo en importancia y, aunque nunca consiguió deshacerse de Hera, la fue sustituyendo paulatinamente. El auténtico coup d'etat olímpico se produce cuando los aqueos incorporan nuevos varones al comité olímpico (Apolo, Dionisio y Hermes), expulsan a Hestia y hacen que Atenea, traicionando a las mujeres, opte por la supremacía de su padre...


Factura del cámping
Estamos ya en el cámping y, bajo la alta cúpula sembrada de estrellas con que esta noche de Olimpia nos obsequia, preparamos nuestra mesa y nos disponemos a disfrutar de una frugal cena. Es entonces cuando Pablo pregunta:

- Oye, ¿y de las ruinas no vas a contar nada?
- Eso te lo dejo a ti.
- ¿A mí...? Por mí no es necesario: ¡viene en las guías! ¿Y de los juegos olímpicos?, tampoco has dicho nada...
- También eso te lo dejo a ti, en algo tendrás que colaborar.
- Pues mira... Eso me lo sé mejor porque lo he preparado para el vídeo. -Como creo haber dicho ya, Mariló es la encargada de la cámara, mientras que Pablo, bien que mal, hace de presentador.
- Pues venga, cuéntanos algo.
- Si pagas bien... Bueno, te daré un dato (¡ojo al dato!): un tal Teagenres llegó a ganar 1.400 coronas.
- Sería profesional y los demás aficionados...
- No, no. Profesionales eran todos, al menos a partir del siglo V a.C. Os voy a leer lo que dice la guía de Anaya:

Los atletas estaban fuertemente subvencionados por sus Estados y, si vencían en Olimpia, exigían grandes cantidades de dinero por participar en juegos de otros lugares. También el soborno se convirtió en algo corriente, pese a los solemnes juramentos prestados... Y luego dice que los romanos lo degradaron todo, e impusieron los premios pecuniarios en vez de la simple corona de olivo. Dice: Nerón retrasó durante dos años la celebración de los juegos para poder competir (y ganar) en pruebas especiales de canto y lira, además de la carrera de cuadrigas, en la que diplomáticamente fue declarado vencedor, no obstante haberse caído dos veces y no haber logrado terminar...

- Y, entonces, ¿el atleta más conocido quién fue, ese Teagenres?
- No, parece que el más conocido fue Milos de Crotona porque ganó medalla, quiero decir ramo de olivo, en tres olimpiadas consecutivas, y además en lucha.
- O sea que los atletas de la época ya eran casi tan famosos como los actuales.
- O más, porque recuerda que entonces, según la guía de El País Aguilar, ante un campeón olímpico retrocedían hasta los generales triunfantes...