sábado, 28 de agosto de 2010

La diosa Luna

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Maqueta de la ciudad de Olimpia. En el centro, el templo de Zeus

Mármax, Mirtilo, Excita-caballos... Se dice que Mármax fue el primero de los pretendientes de Hipodamía que encontró la muerte en la fatal carrera. Fue enterrado en la curva del hipódromo y su espíritu (¿o era el de Mirtilo?) asusta a los caballos y provoca los accidentes que ritualmente matan al rey...(!)

-¿Cómo, cómo? - Pregunta Fernando, sorprendido.
- Claro. ¿No sabías que en cada carrera mataban un rey?
- ¡Qué bestias! ¿Y por qué?
- Mira, lo que tienes que hacer es traernos unas bebidas... ¿Te acuerdas de Piteo?
- ¿Los que estaban ayer en el cámping?
- Sí. Pues trae unas cervezas también para ellos porque vienen por allí. Toma mil dracmas; supongo que te llegarán.

Piteo, hijo de Pélope, y por tanto, hermano de Atreo y Tiestes, fue el padre de Etra, la madre de Teseo, y era el hombre más sabio de su tiempo. Pero, para nosotros, Piteo es alguien mucho más próximo: es simplemente un viejo amigo al que conocimos ayer y al que, por sus conocimientos, hemos bautizado con ese nombre. Viaja con su mujer en una "cámper" un tanto destartalada y, por su modo de hablar, debe ser profesor de algo en alguna universidad. O quizá ya esté jubilado, pues parece bastante mayor. Pero, en todo caso, su gracejo andaluz  y lo extrovertido de su carácter hacen ameno el charlar con él.

Fernando y nuestros amigos se acercan juntos. Nos saludamos, nos recolocamos todos bajo la escasa sombra del querido pino y, con los fríos botes de bebida en la mano, comenzamos una agradable conversación.

- Hace calor, ¿eh?
- Mucho. Abrasaditos estamos.

Nació el hombre sobre la tierra y, sintiéndose en su regazo maternal, pensó: ésta tiene que ser la Madre Tierra, Gea, la Gran Diosa, el origen de todo. Luego alzó sus ojos hacia arriba, y vio el azul del cielo que lo cubría como una inmensa cúpula, y se dijo: habrá salido de las entrañas de Gea; será Urano, su hijo. Y sintióse feliz... hasta que vio como el tiempo, Cronos, lo devoraba y lo conducía a la muerte. Así que, meditó en los misterios de la vida pero no halló respuesta sino en la inescrutable voluntad de los dioses.

Luego, sintiendo hambre, tomó frutos de los árboles y se alegró de que nadie se opusiera a lo que hacía... Pero no pudo ser feliz por mucho tiempo porque la abundancia y la plenitud del estío se marchitaban y se morían con la llegada de las lluvias y del frío. Volvía la abundancia..., y volvía la escasez; venía el calor..., y retornaban los fríos; y hasta los árboles, magníficamente vestidos cuando los largos y cálidos días, se quedaban de nuevo desnudos, azotados por el gélido viento del norte. Miró, pues, al cielo inquietante y allí estaba la luna: creciente o redonda, menguante o ausente; la vida que nace, la juventud, la dorada madurez..., y, luego, la decrepitud y la muerte. Lo comprendió todo en un instante: he aquí, se dijo, la Luna, la diosa que rige los ciclos de la fertilidad de los árboles y de las cosechas, de las lluvias y de los fríos, de la vida y de la muerte...

- Hombre, es muy poético pero... creo que eso es mucho filosofar. Una civilización primitiva no podía hacer elucubraciones tan complejas. Supongo que todo empezaría mucho antes, con el animismo, o el fetichismo...
- Por supuesto. Pero, al final, uno de esos fetiches acabaría imponiéndose. Y ese tuvo que ser la Luna, antes incluso que el Sol.
- Pero un fetiche es un objeto pequeño, algo que una familia puede comprar, poseer, vender... y que sirve de morada a un espíritu. No puede ser la Luna...
- ¿Y por qué no? ¿Por qué un fetiche afortunado, que haya traído suerte en el pasado, no puede identificarse con la Luna? Es cuestión de tiempo...
- Hombre, todo es posible.
- Claro que es posible. El hombre primitivo tuvo que darse cuenta de ese crecer y morir de la Luna. Tuvo que compararlo con su propio ciclo de vida y muerte, y con el del resto de los animales y plantas, y con el de las estaciones: verano, invierno, verano, invierno... Y parece evidente que, a continuación, trataría de congratularse con ese ser tan poderoso, de propiciarlo, pero como carecía de cualquier forma de culto, hubo de empezar por crearlo.
- ¿Y cómo lo crea? ¿Qué le puede ofrecer el hombre primitivo a una diosa como la Luna?
- Pues lo mismo que le ofrecía a cualquiera de sus fetiches anteriores. Él tenía necesidad de comer y poco más. Pensaría que esas eran también las necesidades de todo espíritu y de ahí que ofreciera a sus idolillos comida y bebida.
- Pero los ídolos no comen...
- Ya, físicamente no, pero, en su opinión, había una forma de hacer llegar el alimento a los dioses: si eran espirituales, el aire, el humo tenía que llegar hasta ellos. Y por eso quemaban las ofrendas. En el caso de los líquidos era más fácil: comprobarían que al verterlos sobre la tierra desaparecían, se evaporaban, y, en su entender, tenían que ser los espíritus quienes los bebían... De ahí las libaciones...
- El humo de la grasa que sube hasta el cielo... y la sangre de la víctima que se derrama sobre el altar... Sigue, sigue.
- Estábamos con la Luna. Parece lógico que, para una mente primitiva, sea ella la diosa regidora de la fertilidad, la diosa que nace en el novilunio, que alcanza su plenitud en el plenilunio y que camina luego hacia su muerte...

He ahí, pues, la triple diosa-luna, Hera, la diosa fundamental de una sociedad matriarcal, de una sociedad preocupada por la fertilidad de las tierras y de los ganados, por la necesidad de hijos numerosos capaces de enriquecer la tribu. Será Kore cuando joven o Deméter cuando adulta o Perséfone cuando se hable de la muerte; será Hestia cuando cuide de la riqueza de la casa, o Afrodita cuando se trate de procreación; o será, tal vez, Atenea cuando haya que defender el clan. Tendrá numerosos nombres, se llamará de un modo o de otro, (Astarté, Isis, Tanit...) pero siempre será la triple diosa luna, la que rige los ciclos de la vida, aquella a la que se adora en las noches de plenilunio... Y serán sus símbolos el arco, la doble hacha (el labris), la cornamenta de un buey o cualquier cosa en forma de cuarto creciente o menguante...

En la tierra, será adorada por un colegio femenino cuya ninfa suprema, la reina tribal, representa a la diosa. Con sus compañeras, se encargará de los ritos sagrados capaces de provocar su propia fertilidad, ritos que serán orgiásticos, los únicos fecundantes en una sociedad desconocedora de la función procreadora del hombre.

Un doble ciclo, lunar y solar, regirá la fertilidad, la vida y la muerte. Y cuando, en la quincuagésima lunación(1), los dos ciclos se sincronicen, y coincidan plenilunio y solsticio de verano, se completará el gran año, el año sagrado, el año olímpico. Entonces, unas difíciles pruebas (enfrentarse a un toro salvaje, o a un fiero león, o vencer en una carrera mortal...) permitirían seleccionar al zeus, el guerrero más fuerte, el compañero de la reina en cuyo nombre mandaría el ejército. Y completado el ciclo, cada nuevo año sagrado, se repetirían la pruebas, pruebas en las que el rey viejo debía sucumbir ritualmente ante el empuje del nuevo.

Restos de las columnas del templo de Zeus

- Espera, espera. Cuéntanos despacio eso del nuevo zeus. ¿Por qué hemos de pensar que la reina quería un nuevo amante cada año?
- Amigo mío, el hombre no servía para nada: no se conocía su función procreadora. Sólo la ninfa-reina-abeja era importante. Los zánganos tenían que ser cíclicos, como todo lo que se relacione con la fertilidad y la Luna. ¿No muere el grano de cereal para producir nueva vida? Así debía hacerse con el más valiente de los guerreros. Su muerte era necesaria para engendrar nueva vida, para fertilizar las tierras...(2). Lo seleccionarían con cuidado, el más esforzado, el que superara las difíciles pruebas impuestas, y, luego, habría de ser sacrificado. Al principio, cada año; después, con el pretexto de que los ciclos lunar y solar no coincidían sino cada cuatro años(3) (en la quincuagésima lunación. Ver, sin embargo, más abajo) el rey se negaría a morir y, para no ofender a la Hera de turno, sería necesario sacrificar a un interrex, a un niño al que previamente se le hacía reinar por un día. Mientras, el auténtico rey se haría el muerto en alguna tumba escondida para luego, pasado el día fatal, renacer misteriosamente revestido de poder, deificado, inmortal, convertido en héroe.
- Un momento. O sea que, si he entendido bien, Hipodamía era la sacerdotisa de la Luna, Enomao era el rey que debía morir ritualmente, Pélope es el nuevo amante que vence en la carrera y, por tanto, debe matar al viejo rey y sustituirlo como amante...
- Muy bien. Sólo te falta el interrex, el "rey por un día".
- No me digas más: ¡Mirtilo!
- Efectivamente. Mirtilo tenía que dormir con Hipodamía una sola noche: rey por un día, y luego la muerte. Pero, al menos en una época determinada, el verdadero amante de la reina duraba cuatro años, hasta que en la siguiente olimpiada se eligiera al nuevo Pélope: es ahí donde el Enomao de turno muere de verdad. La boda entre el zeus Pélope y la hera Hipodamia (la suma sacerdotisa) completaría el rito.
- Oye, me temo que es la hora de la comida. ¿Qué te parece si esta noche continuamos?
- Estupendo. Para entonces ya habrán llegado los aqueos, el antiguo matriarcado quedará como un simple recuerdo y la patrilinealidad se habrá impuesto. Hera habrá perdido importancia, los dioses recién llegados, después de vencer a los antiguos en la famosa titanomaquia, se habrán repartido el mundo: zeus-Zeus se quedará con la tierra y con el cielo, zeus-Poseidón con el dominio sobre el anchuroso ponto y zeus-Hades, con peor suerte, obtendrá el control sobre el mundo subterráneo (aqueo, eolio y jónico respectivamente). Sin duda, para entonces ¡el machismo ya se habrá impuesto...!
- En otras palabras: la reina matriarcal del clan-colmena será sustituida por un rey poderoso, por un wanax omnipotente, ¿no es así?

Pero ya no hubo respuesta. Alguien había sugerido un sitio para comer y los estómagos estaban vacíos. El Sol, por su parte, ahora vengador de los excesos de la diosa Luna, reinaba omnipotente en el cielo. Calor, sudor..., y más calor. Pero, en mi mente, una idea parecía tomar forma: entonces, claro, los juegos olímpicos no eran sino eso... ¡cómo no se me había ocurrido!
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  1. En realidad, la primera sincronización aceptable entre los ciclos lunar y solar no se produce sino tras noventa y nueve lunaciones, pero, dado que se supone que el rey compartía ese período con un sustituto o co-rey, puede dividirse en dos con lo que se obtiene el ciclo más corto o año olímpico (ver más adelante).
  2. Y si Cristo no hubiera resucitado, ¿cómo podría crecer el trigo? (Ver Eleusis)
  3. En la organización matriarcal prehelénica las tribus estaban gobernadas por una reina, cuyo amante anual era sacrificado a fin de año, bañando con su sangre árboles y cosechas. Las sacerdotisas, disfrazadas de yeguas, cerdas o perras, devoraban su carne. Los enloquecidos seguidores de Dioniso continuaron estas prácticas caníbales hasta el siglo VI, siendo Orfeo su víctima más famosa. (Guía Fodors). En Creta se sustituyó pronto a la víctima humana por un cabrito; en Tracia, por un ternero; entre los adoradores eolios de Poseidón, por un potro; pero en los distritos atrasados de Arcadia todavía se comía sacrificialmente a niños, incluso en la era cristiana. (R. Graves).