lunes, 29 de abril de 2013

Yerolimin / Gerolimenas

Gerolimenas / Yerolimin

El nombre es lo de menos: en Grecia, como en China, las traducciones son variadas. Pero el pueblo vale la pena. Tal vez no llegue a los cien habitantes y posiblemente rebase el siglo de existencia por muy poco, pero vale la pena. Por supuesto que no tiene museos ni bancos, sólo una pequeña oficina de correos; ni siquiera grandes playas, sólo una pequeña cala de ásperos cantos rodados, pero vale la pena. Tiene, eso sí, un par de hotelitos regidos por dos primos, y también dos terracitas..., pero, pare Ud. de contar. Y, sin embargo, volvería a Yerolimin mañana mismo. Hay pueblos que atraen a uno misteriosamente, quizá porque están hechos a tamaño del hombre, quizá porque uno allí se siente rey, no sé, son pueblos que llegan al corazón. Después de tomar el sol sobre los cantos rodados de su pequeña playa, después de bañarme en sus aguas increíblemente transparentes..., me parece que hasta el nombre es bonito: Yerolimin..., no se me olvidará, no: Yerolimin...

Después de Yerolimin, la carretera cruza un pequeño promontorio y baja nuevamente hasta el cauce seco de un río. Allí, en su desembocadura, hay una pequeña y solitaria playa de arena de difícil acceso y cuyo atractivo no fue suficiente para hacernos parar: sin duda, las altas torres de Vathia, colgadas de un roquedo en la pronunciada ladera del monte, ejercían sobre nosotros una influencia superior. Sin embargo, el Sol del atardecer aplastaba las casas contra la ladera y les hacía perder una parte de su belleza. Si volvemos a Vathia que sea al amanecer, nos dijimos, y continuamos nuestro viaje.

Más allá de Vathia, sólo el fin del mundo, el Finisterre griego, el comienzo del infierno. Allí está el cabo Ténaro, y allí la cueva que, con la de Efira y el Eveno, forman las tres entradas al Erebo. Luego hay un largo y oscuro pasillo y, al final, las profundas y fétidas aguas de la laguna Estigia. Pero no quisimos seguir. Con la hermosura de este mar azul, o del cielo pintado de ámbar por el lejano Sol de la tarde..., ¿qué mejor que elevar nuestra vista por encima de la oscuridad, por encima de la noche que nos ofrece la madre tierra?

Tomamos pues el camino de regreso, el que ha de llevarnos hacia el pueblo turístico de Kotronas donde pensamos dormir. La carretera, en su intento por cruzar las últimas estribaciones de las montañas maniotas, sube hasta los impresionantes pueblos de Sikalia y Lagia desde donde la vista se extiende sobre el mar inmenso llegando, incluso, hasta la isla de Citera.

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