domingo, 3 de noviembre de 2013

Mistras y el valle del Eurotas


Muestras de una religiosidad viva. Foto: j.cerderia

La carretera que desde Githio lleva al Norte sube una pequeña cuesta y entra luego en una zona casi llana de escasa vegetación y tierras sin cultivar. Unos kilómetros a nuestra derecha vamos dejando el amplio valle del Eurotas mientras, a nuestra Izquierda, la imponente mole del Taigeto se yergue desafiante hasta el mismo cielo. Es media mañana y el Sol, el implacable Sol de Agosto, ya alto en el horizonte, parece querer achicharrar la escasa y pardusca vegetación. También nuestro vehículo es como un reflejo del calor exterior y el aire acondicionado comienza a ser insuficiente. La carretera, reverberando bajo ese Sol despiadado, sigue zigzagueando monótonamente en su discurrir hacia Esparta. De pronto, un casi invisible cartel anuncia las ruinas de Amiclas, el lugar donde los arqueólogos encontraron dos piezas de oro que figuran entre las más bellas del mundo: son los vasos de Vafio. Y también aquí, no lejos del lugar donde se encontraron las joyas citadas, había un importante templo de Apolo y, ¿cómo no?, la tumba de su querido Jacinto.

Amiclas.

Lacedemón, hijo de Zeus y Táigete, la pléyade epónima de los montes que separan Laconia de Mesenia, fue el primer rey de Esparta, ciudad a la que también se llama Lacedemonia en recuerdo suyo. A su vez, Esparta, su esposa, era hija del dios-río Eurotas y, por razón desconocida, la ciudad adoptó su nombre y no el de su marido. En todo caso, a los habitantes de Esparta todavía se les sigue llamando lacedemonios con preferencia a cualquier otro gentilicio. Lacedemón y Esparta tuvieron numerosos hijos entre los que se recuerda especialmente a Amiclas, padre de Hiacinto y epónimo de la ciudad que nos ocupa, y a Eurídice quien, casada con Acrisio, tuvo a Dánae. A su vez, Dánae, poseída por Zeus en forma de lluvia de oro, fue madre del héroe argivo Perseo.

Jacinto, o Hiacinto, tuvo como pretendiente a Támiris, el mítico y rechoncho poeta, que fue el primer hombre que se enamoró de alguien de su mismo sexo y que, habiendo tenido a Lino por maestro, tocaba maravillosamente la lira. Pero a Jacinto también lo cortejaba Apolo, a su vez, el primer dios que tuvo inclinaciones similares a las de Támiris. Y si la disputa ya era importante, un tercer pretendiente la enconó aún más: éste fue Bóreas, el Viento del Norte, quien, no obstante, parece que fue rechazado por Jacinto. Pero Bóreas era un mal perdedor y cuando, en cierta ocasión, Apolo y Jacinto se divertían lanzando el disco, el malvado viento desvió su trayectoria y el disco hizo impacto en la cabeza de Jacinto provocando su muerte instantánea. Mucho lloró Támiris, y no menos Apolo quien hizo múltiples intentos por resucitarlo, aunque todos fueron infructuosos. Al final, deseando tener presente su recuerdo, de la tierra regada con la sangre de Jacinto hizo brotar una bella flor...(1)

Desde la antigua Amiclas al centro de Esparta hay apenas diez kilómetros, pero los barrios periféricos,con sus casas paralelepipédicas pintadas de blanco y de aspecto mediterráneo pobre, aparecen ya mucho antes. La carretera que seguimos forma la calle principal de Esparta (llamada Paleólogo), una calle ancha con calzadas separadas por una mediana de tierra y aceras espaciosas, onduladas y polvorientas. Numerosos barracones de aperos agrícolas se intercalan entre las tiendas de ropa y comestibles denotando el carácter rural de esta capital provinciana. El tráfico es escaso y lento, y no hay turistas...

Esparta no es una ciudad atractiva. Quizá por eso, en cuanto llegamos a la cuadrangular plaza principal, giramos a la izquierda y tomamos la calle Licurgo, el comienzo de la carretera que lleva a Mistras, el impresionante conjunto de ruinas medievales esparcidas por la empinada ladera del Taigeto.

Los restos de la Florencia de oriente. Foto: j.cerdeira

Mistras.

Mistras fue la capital del medieval “despotado” de Morea, un conjunto de casas, palacios e iglesias bizantinas construidos en torno a un inexpugnable castillo franco y mirando al fértil valle del Eurotas. Según parece, todo ocurrió en aquella edad que, según la enciclopedia, en vez de entera fue media pues murió la otra mitad... Una edad en que los caballeros cristianos, como Guillermo de Villehardouin, se iban a las cruzadas y, a la vuelta, como por no regresar con las manos vacías, aprovechaban para saquear Constantinopla o hacerse fuertes en el Peloponeso (llamado entonces Morea). Y así fue como el franco citado mandó construir este imponente castillo. Luego los bizantinos se apoderaron de él, le añadieron una  ciudad en torno suyo y la convirtieron en una “Florencia de Oriente”, en un foco de irradiación de la vieja cultura griega (y de la no tan vieja cultura bizantina) hacia todo el Occidente cristiano. Y así llegó aquí el renacimiento...

Pero Mistras, en su corta vida, tuvo numerosos avatares pasando de guerra en guerra y de mano en mano (francos, bizantinos, turcos, venecianos...) hasta quedar convertida en las extensas e impresionantes ruinas actuales. Los turistas (principalmente franceses, que para algo el castillo es franco) sudan la gota gorda subiendo y bajando los empinados senderos que llevan del monasterio al castillo y del palacio a las iglesias. Es una visita dura, para hacer fuera de las horas de máximo calor, pero, para quien visite el Peloponeso, una visita absolutamente imprescindible.

De regreso de la visita, con el cansancio en las piernas y el sudor aún en la frente, aprovechamos para tomar la carretera que se dirige a Kalamata y acercarnos a la garganta de Langhada, en pleno Taigeto, a sólo unos cinco kilómetros de Mistras y a algo más de Esparta. El río está seco en esta época del año, y nada nos diría este áspero y rocoso cauce si no fuera por los recuerdos que llegan a nuestra mente, recuerdos que nos transmiten extraños sentimientos y nos encogen el corazón. Sí, éste es el sitio. Aquí, en el mismo siglo en que Atenas tocaba, con Pericles, la gloria, Esparta, los espartanos, abandonaban a sus hijos enfermos o débiles para que murieran de inanición...

Nacido un hijo, no tenía el padre derecho a criarlo sino que, tomándolo en brazos, debía llevarlo junto a los más ancianos para que estos reconocieran al niño. Si lo encontraban sano y robusto decidían criarlo, mas, en caso contrario, mandaban que se le llevara a las “apotetas”, un lugar profundo junto al Taigeto... porque, si el parto no le había proporcionado un cuerpo bien formado, tanto para sí como para la ciudad, más valía esto que el vivir. (Plutarco: Vida de Licurgo).

La impresión fue intensa, y el regreso silencioso, muy silencioso. Sólo cuando, unos kilómetros antes de llegar a Esparta, vimos anunciado el pequeño cámping “Mystras” nos animamos de nuevo.
- ¿Tendrá piscina?
- Hombre, supongo que sí...
- Sí, sí. ¡Mira!
Estacionamos nuestra “casa” y nos relajamos. Luego, entre mito y chapuzón, entre chapuzón y mito fue pasando la tarde.





1.- La flor citada es una variedad de lirio, y no el jacinto europeo. Por otra parte, la fertilización del suelo por la sangre recuerda el rito de la aspersión consistente en la fertilización del suelo con la sangre de un niño sacrificado. Véase más adelante.

viernes, 2 de agosto de 2013

Gythio: La primera noche


Petrobey Mavromichalis
  
El camino desde Kotronas a Githio lo hicimos vía Areopoli. Ello nos permitió disfrutar nuevamente de su maravillosa plaza y de sus abarrotadas terrazas donde, observados de cerca por la blanca estatua de Petrobey Mavromikalis, aprovechamos para tomar un agradable aperitivo. Desde allí una carretera estrecha, pero bien pavimentada, cruza un suave puerto sobre el Taigetos y accede a la llana franja litoral que bordea el golfo de Laconia.

Lacón era hermano de Aqueo y ambos hijos de Lápato, un rey arcadio que a su muerte repartió el reino entre los dos hijos: la parte Norte correspondió a Aqueo, y se llamó Acaya en recuerdo suyo, mientras que la parte Sur correspondió a Lacón, y ahora lleva su nombre: Laconia.

Unos kilómetros antes de llegar a Githio, la carretera cruza una zona de marismas que una playa de  fina arena separa del mar. Es la zona de los cámpings: uno, dos, tres... y entramos. Había llovido mucho, sin duda, y todo estaba inundado. Los campistas ponían a secar sus húmedas pertenencias e intentaban eliminar el barro de la entrada de sus tiendas; un camión bomba aspiraba los últimos restos de lodo de una profunda zanja y el Sol, colaborando en lo que podía, calentaba con fuerza en un intento por dejar todo nuevamente seco. Y nosotros no nos asustamos (las aguas no podían subir mucho pues el mar estaba al lado) y aparcamos nuestra autocaravana en pleno barrizal.

No nos arrepentimos de nada, y la estupenda playa nos hizo felices durante las pocas horas que pudimos disfrutarla.

El golfo de Laconia, en el Peloponeso
Githio. 

Al parecer, Heracles tenía muy “malas pulgas” y se encolerizaba con facilidad; por eso no es de extrañar que cometiera más de un asesinato inexplicable. Y uno de estos fue el de Ifito, el buen hijo del rey de Ecalia Melanio. Se decía que Autolico, el famoso ladrón, había robado unos bueyes de Melanio, y lo había dispuesto todo de tal manera que todas las pruebas conducían a sospechar que el robo había sido cometido por Heracles. Fue entonces Ifito a visitarle a Tirinto para comprobar la veracidad de tal suposición, y aunque no le dijo nada, Heracles se dio cuenta de que Ifito sospechaba de él. Subióle, pues, a lo alto de una torre y le mostró todas las vacadas que había en derredor, y le preguntó:

- ¿Acaso alguno de esos bueyes es tuyo?
- Ciertamente, no. -Contestó Ifito.
- Entonces, ¿por qué me acusas en tu mente?

Y, al tiempo que hacía la pregunta, daba un empujón a Ifito y lo tiraba desde la torre causándole la muerte.

Después de este asesinato, Heracles se sintió culpable y  tenía pesadillas nocturnas, por lo que decidió visitar a Neleo, en Pilos, para que lo purificara. Pero Neleo, que era amigo de Melanio y se negó. Ante esta situación, Heracles decidió viajar hasta Delfos y preguntar al oráculo de Apolo qué debía hacer para tranquilizar su conciencia. La pitonisa escuchó atentamente su pregunta y contestó:

- Asesinaste a  un huésped y yo no tengo oráculos para los que son como tú.
- Bien, -dijo Heracles- en ese caso me veré obligado a instituir un oráculo propio...

Y arrancando el trípode en que se sentaba la pitonisa, se marchó con él. El asunto era muy serio pues, como es sabido, Apolo no permitía la menor ofensa a cualquiera de sus pitonisas, y, al menos aparentemente, Heracles tenía motivos para sentirse molesto por el tratamiento recibido. Así pues, la lucha fue inevitable y Apolo y Heracles lucharon noblemente sin que ninguno de ellos prevaleciera. Finalmente, tuvo que ser Zeus quien los separara con un rayo, y ellos cortésmente, aceptaron el veredicto y se dieron cordialmente la mano. En señal de reconciliación, ambos fundaron la ciudad de Githio, en cuya plaza ahora se hallan juntas las imágenes de ambos.

Por supuesto que, después de la reconciliación, la pitonisa ya no tuvo inconveniente en emitir su oráculo: en él se condenó a Heracles a servir como esclavo, y durante un año, a la reina Onfale de Lidia.

Hoy Githio es un pequeño centro turístico sin ninguna conexión con el pasado. Su aspecto decadente y sus bellas playas atraen a numerosos turistas alemanes y franceses. Su islita de Maratonisi queda como recuerdo de una noche de amor hace ya mucho, mucho tiempo.

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La primera noche.


Prometeo anunció que el hijo que tuviera la nereida Tetis, cualquiera que fuera su padre, sería más poderoso que él, lo cual, como es lógico, ahuyentó de inmediato a sus pretendientes divinos que no deseaban verse destronados por un descendiente más poderoso que ellos. Ante tal situación, Zeus, Poseidón y los demás dioses tuvieron que buscar a un mortal que aceptara casarse con ella. Y es aquí donde aparece Peleo como el hombre dispuesto a aceptar a ese hijo más poderoso que su padre (parece ser que la voluntad de la propia Tetis no fue tenida muy en cuenta).

Para compensar la afrenta, los dioses olímpicos decidieron asistir a la boda que iba a celebrarse en el monte Pelión, pero, al repartir las invitaciones, voluntaria o involuntariamente, se olvidaron de Eride, la Discordia. Todos se vistieron con sus mejores galas comprendiendo que aquella era una ocasión única para lucir sus palmitos, pues tampoco los dioses tienen demasiadas ocasiones para exhibirse. ¡Había que ver los hermosos trajes de Hera, y de Afrodita, y qué decir del de Atenea! Las tres se sentían reinas indiscutibles de la belleza. Cada una, mirando de soslayo a sus rivales, daba muestras, no obstante, de seguridad en sí misma desafiando con su porte y su andar a las demás.

La Discordia, mientras tanto, sufría su fracaso observando desde lejos la reunión. Pero no estaba dispuesta a pasar desapercibida. Y aquella rivalidad entre las más bellas le dio una idea brillante: cuando más distraídas estaban las tres diosas, lanzó una hermosa manzana de oro con una dedicatoria que decía para la más bella. Ni que decir tiene que las tres diosas intentaron cogerla creyendo, cada una, ser su indiscutible destinataria. Así la discordia estaba servida. Ante el cariz que tomaba el asunto, Hermes avisó rápidamente a Zeus, pero el del poderoso rayo temió inmiscuirse en un asunto de mujeres y dio una opinión poco comprometida afirmando que las tres estaban igualmente bellas. Por supuesto que tal opinión dejó insatisfecha a cada una de las diosas. Acordáronse, entonces, de que en el monte Ida, cerca de Troya, había sido abandonado un niño pequeño y que, criado por los animales salvajes, era perfectamente inocente y nunca osaría mentir. Bueno sería llamarlo y que él emitiera juicio
.
Cuando, veloces como sólo los dioses pueden serlo, llegaron con Paris, que así se llamaba el jovencito, a donde se celebraba la reunión, la tensión era máxima. Hermes, convertido en maestro de ceremonias del divinal concurso, mandó que se retirara todo el mundo para no influir sobre el muchacho, luego le explicó qué se esperaba de él y le deseó suerte. Paris, sin darse cuenta de la trascendencia del juicio que iba a fallar, estaba muy tranquilo.

- Y bien, ¿debo observar a las tres juntas o, mejor, una a una, por separado? -preguntó Paris a Hermes.
- Como prefieras -replicó Hermes.
- Bien, lo haré por separado -comentó Paris, y guiñando un ojo continuó- ¿Y debo observarlas tal como están o sería prudente, tal vez, pedirles que se desnudaran?

Hermes se sorprendió un poco de lo espabilado que parecía el muchacho pero, no queriendo inmiscuirse, dejó que él mismo eligiera como debería ser el concurso. Y Paris, digamos que no queriendo dejarse influir por las vestiduras, optó por la total desnudez de las diosas. Y así, una vez aclarado todo, sólo quedaba comenzar.

Fue la primera la poderosa mujer de Zeus, la nívea Hera cuya belleza y porte eran proverbiales. Aunque la diosa estaba convencida de su victoria pensó que nunca estaba de más asegurarse, así que, sin rodeos inútiles, le prometió a Paris convertirlo en el más poderoso rey de la tierra. Paris se quedó impresionado por la belleza mostrada por Hera y también por su ofrecimiento, pero aunque joven, no se precipitó a emitir juicio.

En segundo lugar se presentó la invicta Atenea, altiva y desafiante. También ella estaba segura de su victoria, no obstante, y por si acaso, ofreció al joven convertirlo en guerrero invencible e inmortal. Paris tomó buena nota, y la oferta le sedujo especialmente, tanto que ya casi tenía tomada la decisión...

Pero faltaba la rubia Afrodita. Las airadas protestas de Hera y Atenea hicieron reaccionar a Paris, y es que Afrodita se presentaba con su famoso ceñidor, lo que la hacía totalmente irresistible. Hubo un momento de tensión... hasta que intervino Hermes calmando a las diosas. Y tras una intensa deliberación, finalmente, Afrodita aceptó quitarse el ceñidor: Atenea y Hera respiraron. Entonces, ya a solas, Afrodita decidió propiciar al máximo al jovencito, y le dijo:

- Si me eliges a mí no habrá mujer sobre la tierra que se te resista. Podrás tener a la más bella del mundo.

Paris pensó por un momento, y luego dijo:

- Bien, ¿y cuál es la mujer más bella del mundo?
- Sin ninguna duda, -contestó la diosa- la rubia Helena, la mujer del lacedemonio Menelao.
- ¿Y será mía?
- Por supuesto.

Y ahí terminó el juicio. Y así comenzó una guerra...

...Pues, abandonados sus queridos bueyes, fuese Paris a Esparta a cobrar su trofeo, y allí encontró a Helena. ¿Se cumplió lo prometido por Afrodita? ¿La raptó Paris? Decía el poeta:

A Helena, sabia como era, un boyero raptóla
¿o ella más bien al boyero raptó con sus besos?

 Sea como fuere, ambos salieron de Esparta y llegaron hasta aquí, hasta la isla de Cránae (actual Maratonisi)(1) donde los amantes fueron sorprendidos por la noche, su primera noche:

-No presumas ya más, satirillo, que un beso no es nada.
-No será nada, pero hay gran deleite en el darlo.
-Me lavo la boca y escupo ese beso enseguida...
-¿Te lavas la boca? Pues trae que de nuevo te bese.
-Besa mejor a tus chotos, que yo no soy muchacha soltera(2).

Y por la mañana, dándose a la vela camino de Ilión, felices y enamorados:

Bogaban alegres...
cortando las salobres espumas con afilada proa...(3)

 Cuando Paris raptó a Helena no esperaba tener que pagar el ultraje: ¿Habían sido los cretenses llamados a cuentas cuando raptaron a Europa para Zeus? ¿Se les había pedido a los argonautas que pagasen por el rapto de Medea en Cólquide? ¿O a los atenienses por el rapto de la cretense Ariadna? ¿O a los tracios por el de la ateniense Oritía? ¿Y qué decir de Hermíone, la propia hermana de Príamo?

Nos gustaba Githio, pero el tiempo se había acabado. Y emprendimos nuestro camino hacia el Norte. 

Pablo, mapa en mano, todavía tuvo tiempo de preguntar:

- No entiendo. Homero dice que Helena y Paris llegaron aquí navegando pero, si venían de Esparta, que está en el interior, y éste es su puerto natural...
- Mira bien y verás que el Eurotas, el río que pasa por Esparta, no desemboca en Githio, sino unos veinte kilómetros más al Este. ¿Quién te dice a ti que el viaje no se hacía, entonces, bordeando el río? Seguramente habrían dejado allí el barco y luego navegaron siguiendo la costa...

- Ya, hacia el Oeste, ¿no? Pero papi, tú sabes donde queda Troya?

No contesté, pero me quedé pensando...




1.-      Dice Paris a Helena, recordando tiempos mejores: ...después de robarte, partimos de la amena Lacedemonia en las naves que atraviesan el ponto, y llegamos a la isla de Cránae, donde me unió contigo amoroso consorcio. Ilíada III.428

2.- Idilios. Teócrito de Siracusa. Alianza Editorial.

3.- La Eneida. Virgilio Maro.

sábado, 4 de mayo de 2013

Afrodita llega al Peloponeso desde la isla de Citera

 
El nacimiento de Afrodita. (William-Adolphe Bouguereau)
 
Afrodita, diosa del Deseo, surgió desnuda de la espuma del mar y surcando las olas en una venera desembarcó en la isla de Citera; pero como le pareció una isla muy pequeña, pasó al Peloponeso y, más tarde, a Chipre donde las Estaciones, hijas de Temis, se apresuraron a vestirla y adornarla.
Afrodita era la vieja diosa mediterránea que surgió del Caos y a la que también se conocía como Ishtar en Siria y Palestina. Era, por tanto, una diosa extranjera, que llegó a Grecia pasando por la isla de Citera, una etapa en la navegación entre Creta y el Peloponeso. Siempre estuvo relacionada con el mar (nació de la espuma y llegó a Citera flotando sobre una concha) y el amor (se la hace madre, entre otros, de Eros).
Una de sus leyendas más conocidas es la que le hace intervenir en el juicio de Paris (ver Githio) donde triunfa sobre Hera y Atenea; pero esta victoria le supuso embarcar a dos pueblos, y a sí misma, en una guerra. Ella, a diferencia de Atenea, no tenía cualidades guerreras (al contrario: ...brotaban hierbas y flores dondequiera que pisase) por lo que, de su única intervención en Troya salió levemente herida. Zeus se lo dijo bien claro: A ti, hija mía, no te han sido asignadas las acciones bélicas: dedícate a los dulces trabajos del himeneo y deja que Ares y Atenea se ocupen de aquéllas. (Ilíada).
Aunque el juicio de Paris fue fraudulento, todos los dioses estaban de acuerdo en que Afrodita era la más bella. Hasta Zeus, a veces considerado su propio padre, estaba enamorado de ella, pero no queriendo cometer incesto y habiéndose dado ya tantas duchas frías al estilo jesuítico, un día se enfadó y decidió vengarse casándola con el más feo de los dioses, con el cojo Hefesto. Ella aceptó obedientemente, pero luego lo engañaba con el apasionado Ares. Y el amorío, que al principio se llevó con discreción, finalmente acabó llegando a oídos de Hefesto, y he aquí lo que pasó contado por el mismo Homero:
Mas el aedo, pulsando la cítara, empezó a cantar hermosamente los amores de Ares y Afrodita, la de bella corona: cómo se unieron a Hurto y por primera vez en casa de Hefesto, y cómo aquel hizo muchos regalos e infamó el lecho marital del soberano dios. El Sol, que vio el amoroso suceso, fue enseguida a contárselo a Hefesto, y éste, al oír la punzante nueva, se encaminó a su fragua, agitando en lo íntimo de su alma ardides siniestros, puso encima del tajo el enorme yunque y fabricó unos hilos inquebrantables para que permanecieran firmes donde los dejara. Después que, poseído de cólera contra Ares, construyó esta trampa, fuese a la habitación en que tenía el lecho y extendió los hilos en círculo y por todas partes, alrededor de los pies de la cama y colgando de las vigas, como tenues hilos de araña que nadie hubiese podido ver, aunque fuera alguno de los bienaventurados dioses, por haberlos labrado aquel con gran artificio. Y no bien acabó de sujetar la trampa en torno de la cama, fingió que se encaminaba a Lemnos, ciudad bien construida, que es para él la más agradable de todas las tierras. No en balde estaba al acecho Ares, que usa áureas riendas, y cuando vio que Hefesto, el ilustre artífice, se alejaba, fuese al palacio de este ínclito dios, ávido del amor de Citerea, la de hermosa corona. Afrodita, recién venida de junto a su padre, el prepotente Cronión, se hallaba sentada, y Ares, entrando en la casa, tomóla de la mano y así le dijo: “Ven al lecho, amada mía, y acostémonos, que ya Hefesto no está entre nosotros, pues partió sin duda hacia Lemnos...” Así se expresó, y a ella parecióle grato acostarse. Metiéronse ambos en la cama y se extendieron a su alrededor los lazos artificiosos del prudente Hefesto, de tal suerte que aquéllos no podían mover ni levantar ninguno de sus miembros, y entonces comprendieron que no había medio de escapar. No tardó en presentárseles el ínclito Cojo de ambos pies, que se volvió antes de llegar a la tierra de Lemnos, porque el Sol estaba en acecho y fue a avisarle. Encaminóse a su casa con el corazón triste, detúvose en el umbral y, poseído de feroz cólera, gritó de un modo tan horrible que le oyeron todos los dioses: “¡Padre Zeus, bienaventurados y sempiternos dioses! Venid a presenciar estas cosas ridículas e intolerables: Afrodita, hija de Zeus, me infama de continuo, a mí, que soy cojo, queriendo al pernicioso Ares porque es gallardo y tiene los pies sanos, mientras que yo nací débil; mas de ello nadie tiene la culpa sino mis padres, que no debieron haberme engendrado. Veréis cómo se han acostado en mi lecho y duermen, amorosamente unidos, y yo me angustio al contemplarlo. Mas no espero que les dure el yacer de este modo ni siquiera breves instantes, aunque mucho se amen: pronto querrán entrambos no dormir, pero los engañosos lazos los sujetarán hasta que el padre me restituya íntegra la dote que le entregué por su hija desvergonzada. Que ésta es hermosa, pero no sabe contenerse.” Así dijo, y los dioses se juntaron en la morada de pavimento de bronce. Compareció Poseidón, que ciñe la tierra; presentóse también el benéfico Hermes; llegó asimismo el soberano Apolo, que hiere de lejos. Las diosas quedáronse, por pudor, cada una en su casa. Detuviéronse los dioses, dadores de los bienes, en el umbral, y una risa inextinguible se alzó entre los bienaventurados númenes al ver el artificio del ingenioso Hefesto. Y uno de ellos dijo al que tenía más cerca: “No prosperan las malas acciones y el más tardo alcanza al más ágil; como ahora Hefesto, que es cojo y lento, aprisionó con su artificio a Ares, el más veloz de los dioses que posee el Olimpo, quien tendrá que pagarle la multa del adulterio.” Así estos conversaban. Mas el soberano Apolo, hijo de Zeus, habló a Hermes de esta manera: “¡Hermes, hijo de Zeus, mensajero, dador de bienes! ¿Querrías, preso en fuertes vínculos, dormir en la cama con la áurea Afrodita?”  Respondióle el mensajero Argifontes: “¡Ojalá sucediera lo que has dicho, oh soberano Apolo, que hieres de lejos! ¡Envolviéranme triple número de inextricables vínculos, y vosotros los dioses y aun las diosas todas me estuviérais mirando, con tal que yo durmiera con la áurea Afrodita!” Así se expresó, y alzóse nueva risa entre los inmortales dioses. Pero Poseidón no se reía, sino que suplicaba continuamente a Hefesto, el ilustre artífice, que pusiera en libertad a Ares. Y, hablándole, estas aladas palabras le decía: “Desátale, que yo te prometo que pagará como lo mandas, cuanto sea justo entre los inmortales dioses.” Replicóle entonces el ínclito Cojo de ambos pies: “No me ordenes semejante cosa, ¡oh Poseidón que ciñes la tierra!, pues son malas las cauciones que por los malos se prestan. ¿Cómo te podría apremiar yo ante los inmortales dioses, si Ares se fuera suelto y, libre ya de los vínculos, rehusara satisfacer la deuda?” Contestóle Poseidón, que sacuda la tierra: “Si Ares huyere, rehusando satisfacer la deuda, yo mismo te lo pagaré todo.” Respondióle el ínclito Cojo de ambos pies: “No es posible, ni sería conveniente, negarte lo que pides.” Dicho esto, la fuerza de Hefesto le quitó los lazos. Ellos, al verse libres de los mismos, que tan recios eran, se levantaron sin tardanza y fuéronse él a Tracia y la risueña Afrodita a Chipre y Pafos, donde tiene un bosque y un perfumado altar; allí las Gracias la lavaron, la ungieron con el aceite divino que hermosea a los sempiternos dioses y le pusieron lindas vestiduras que dejaban admirado a quien las contemplaba.
Tal era lo que cantaba el ínclito aedo...  (Odisea. Traduc.Luís Segalá. Espasa Calpe).
Y dado que Ares salió corriendo para Tracia, el bueno de Apolo tuvo que pagar la multa por el adulterio cometido, pero parece ser que lo hizo de buen grado pues Afrodita, que al parecer estaba de miedo, le recompensó con unos cuantos hijos. El que seguía disgustado era el padre Zeus a quien nunca se le había resistido fémina alguna, ya divina ya humana, incluidas sus propias hermanas. Claro que ésta era su hija... ¡Y, para más "inri" se ponía su famoso ceñidor que, como es sabido, la hacía totalmente irresistible! No aguantó más y pareciéndole poca venganza el haberla casado con Hefesto, ahora decidió perfeccionar su venganza haciendo que se enamorara de un mortal.
Y, a todo esto, el pobre Anquises no sabía nada del asunto. Así que, cuando se le apareció la diosa y hubo de yacer con ella, se asustó: “quien ve a una diosa desnuda, muere por tal osadía”, recordó. Pero Afrodita estaba enamorada de él y le perdonó. Fuese feliz Anquises; mas un día en que había bebido demasiado, escuchó una conversación que ya entonces era frecuente entre los varones:
- Te digo que esa doncella está mucho mejor que la propia Afrodita.
- ¡Qué me dices...!
Y Anquises, un poco bebido, no pudo aguantarse e intervino imprudentemente:
- Pues yo, habiendo yacido con las dos, puedo aseguraros que no hay color...
¡Tremenda arrogancia! Zeus se encolerizó de tal modo que de inmediato lanzó un rayo contra el presuntuoso mortal; y de no haber sido por Afrodita, que interpuso su ceñidor mágico, el pobre Eneas se hubiera quedado sin padre que sacar a hombros de la incendiada Troya.


lunes, 29 de abril de 2013

Yerolimin / Gerolimenas

Gerolimenas / Yerolimin

El nombre es lo de menos: en Grecia, como en China, las traducciones son variadas. Pero el pueblo vale la pena. Tal vez no llegue a los cien habitantes y posiblemente rebase el siglo de existencia por muy poco, pero vale la pena. Por supuesto que no tiene museos ni bancos, sólo una pequeña oficina de correos; ni siquiera grandes playas, sólo una pequeña cala de ásperos cantos rodados, pero vale la pena. Tiene, eso sí, un par de hotelitos regidos por dos primos, y también dos terracitas..., pero, pare Ud. de contar. Y, sin embargo, volvería a Yerolimin mañana mismo. Hay pueblos que atraen a uno misteriosamente, quizá porque están hechos a tamaño del hombre, quizá porque uno allí se siente rey, no sé, son pueblos que llegan al corazón. Después de tomar el sol sobre los cantos rodados de su pequeña playa, después de bañarme en sus aguas increíblemente transparentes..., me parece que hasta el nombre es bonito: Yerolimin..., no se me olvidará, no: Yerolimin...

Después de Yerolimin, la carretera cruza un pequeño promontorio y baja nuevamente hasta el cauce seco de un río. Allí, en su desembocadura, hay una pequeña y solitaria playa de arena de difícil acceso y cuyo atractivo no fue suficiente para hacernos parar: sin duda, las altas torres de Vathia, colgadas de un roquedo en la pronunciada ladera del monte, ejercían sobre nosotros una influencia superior. Sin embargo, el Sol del atardecer aplastaba las casas contra la ladera y les hacía perder una parte de su belleza. Si volvemos a Vathia que sea al amanecer, nos dijimos, y continuamos nuestro viaje.

Más allá de Vathia, sólo el fin del mundo, el Finisterre griego, el comienzo del infierno. Allí está el cabo Ténaro, y allí la cueva que, con la de Efira y el Eveno, forman las tres entradas al Erebo. Luego hay un largo y oscuro pasillo y, al final, las profundas y fétidas aguas de la laguna Estigia. Pero no quisimos seguir. Con la hermosura de este mar azul, o del cielo pintado de ámbar por el lejano Sol de la tarde..., ¿qué mejor que elevar nuestra vista por encima de la oscuridad, por encima de la noche que nos ofrece la madre tierra?

Tomamos pues el camino de regreso, el que ha de llevarnos hacia el pueblo turístico de Kotronas donde pensamos dormir. La carretera, en su intento por cruzar las últimas estribaciones de las montañas maniotas, sube hasta los impresionantes pueblos de Sikalia y Lagia desde donde la vista se extiende sobre el mar inmenso llegando, incluso, hasta la isla de Citera.

viernes, 2 de marzo de 2012

Minos, el Minotauro y el Laberinto cretense

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Hace ya horas que el carro del Sol ha sobrepasado el cénit de la bóveda celeste y ahora, cuesta abajo, parece acelerar hacia sus dominios occidentales. Aquí en la playa, unos pocos bañistas sufrimos inmóviles el cálido picor de sus rayos mientras las olas, ajenas a todo, mueren rítmicamente, una y otra vez, sobre la blanca arena. Fernando me mira sudoroso, y pregunta:

- ¿Qué hay hacia allá?
- ¿Hacia ahí? Nada, nada; y después, el mar azul; y más allá, más mar; y luego, Creta.

Pero Creta no es una isla más, Creta es el origen de la gran civilización Minoica, madre, por derecho propio, de la civilización Micénica y, por tanto, abuela de toda la cultura clásica. Sí, allá lejos estará Creta, nuestra ilustre antepasada...

Los cretenses eran, no podía ser de otra manera dada su insularidad, un pueblo marinero; y como buen pueblo marinero daban preeminencia entre los dioses a Poseidón. No es, pues, extraño que su rey Minos, hermano de Radamanto y de Sarpedón, todos ellos hijos Zeus con la raptada Europa, se hubiera comprometido a sacrificar anualmente el toro más hermoso de entre sus ganados al poderoso dios de los mares. Y así lo hizo durante muchos años. Pero aquel año, aquel toro... tenía algo especial, blanco y poderoso como era, y Minos pensó en hacer una pequeña trampa: "si sustituyo al que sin duda es el mejor ejemplar por el que le sigue en excelencia no pasará nada", se dijo. Y lo sustituyó. Pero, ¡poco conocía Minos a los dioses, a pesar de ser hijo del más poderoso de todos ellos! Así, el iracundo Poseidón, sin esperar lo más mínimo, decidió vengarse de la afrenta, y no se le ocurrió mejor idea que la de hacer que Pasifae, la joven y bella esposa de Minos, se enamorara apasionadamente del hermoso toro blanco.

Dado que aquella pasión antinatural  no parecía fácil de cumplir, Pasifae hubo de recurrir a la ayuda del más genial de los inventores de entonces, al sin par artífice Dédalo, aquel que, con su hijo Icaro, tendría luego que huir volando hacia Sicilia. Su fama ya era conocida en Atenas, de donde, por cierto, también había tenido que huir(1), y se incrementó al llegar a Creta gracias a unas muñecas articuladas, hechas de madera, que hacían las delicias de la casa real. Pero el reto que ahora le presentaba su reina le pareció bastante más difícil. No obstante, se puso a la tarea, y pensó durante mucho tiempo, y después de tanto cavilar concluyó que lo mejor sería hacer una hermosa vaca de madera, recubierta de piel, con grandes cuernos y que pudiera atraer engañosamente al deseado animal. Y poniendo el máximo esmero en la tarea, como por otra parte hacía siempre con su trabajo, fabricó la artesanal vaca de modo que era casi indistinguible de las de verdad, salvo, claro está, por las necesarias y bien disimuladas portezuelas que tuvo que dejar. Pasofae tuvo que entrenarse en el manejo de las trampillas, cosa no fácil de hacer desde dentro. Luego, llevaron el animal al campo y lo dejaron en la zona donde solía pastar la vacada. Dédalo ayudó a Pasifae a introducirse dentro del engaño y cerró las puertas; lo demás era cosa que su reina debía hacer a solas, y que hizo. Convenientemente colocada, con sus piernas introducidas en los cuartos traseros del animal, abrió la trampilla posterior y esperó. El toro blanco no tardó en acercarse y pronto se sintió atraído por el engaño.

Fruto de aquella pasión antinatural fue el famoso Minotauro al que, por consejo de un oráculo, Minos encerró en un laberinto(2) que previamente había encargado a Dédalo (quien, ciertamente, tanto servía para un roto como para un descosido). Con el extraño animal encerrado, Minos sintió una cierta tranquilidad, mas la vergüenza de lo ocurrido lo seguía torturando. Pasó algún tiempo y, después de muchas noches sin dormir, acabó convenciéndose de que debería eliminar al testigo de tamaña aberración, y decidió matar a Dédalo encerrándolo en el Laberinto, junto al antropófago animal. ¡Claro que no contaba con la astucia del ingeniero! Dédalo huyó del Laberinto volando con sus alas artificiales en un viaje de sobras conocido.

Y ésta es la historia. Lo demás, eso de que el mito indica un casamiento ritual entre la sacerdotisa de la Luna, disfrazada de vaca, y el rey, disfrazado de toro, es interpretación. Nosotros nos quedamos preocupados solamente por saber de qué se alimentaba aquel monstruoso animal de biforme aspecto, de toro y hombre con mezclados miembros.(3)

Pero de una cosa sí estamos seguros: si Pasifae puso los cuernos a Minos, y esto pocas veces se podrá decir con más propiedad, tampoco Minos se quedó atrás. Tanto fue así, que sus numerosas infidelidades acabaron por enfurecer a Pasifae, la cual, aprovechándose de sus conocimientos mágicos (era hermana de Circe y de Eetes, el padre de Medea), lanzó contra su marido un pérfido hechizo: cada vez que se acostaba con una mujer eyaculaba, no semen, sino una multitud de serpientes nocivas, escorpiones y ciempiés que hacían presa en los órganos genitales de ella.

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1.- Ver Atenas.

2.- El nombre de Laberinto deriva del labris, o hacha de doble cara, formada por una luna creciente y una menguante unidas por la espalda, y que era el emblema de la casa real cretense. En cuanto a su forma, puede que fuera sólo un palacio como muestran sus actuales ruinas, o puede que hubiera en el suelo, dibujado en mosaico, un auténtico laberinto cuya función sería la de permitir el baile ritual que Homero nos indica: "Dédalo ideó en Cnosos un suelo, en donde danzar pudiera la rubia Ariadna..."

3.- Eurípides sobre el Minotauro, citado por Plutarco.

domingo, 16 de octubre de 2011

Hermes Argifonte

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Como se intuye de los párrafos anteriores, mesenios y arcadios eran famosos como ladrones de ganado, y Hermes, un dios pastoril arcadio de origen pre-helénico a quien los olímpicos, acaudillados por Apolo, aceptaron entre ellos, no podía sino destacar en tales habilidades. La primera de las aventuras imputadas a Hermes así nos lo indica:

Hermes, hijo de Zeus y de la pléyade Maya, nació en una cueva del monte Cilene, en Acaya. Creció con una rapidez asombrosa e, inmediatamente, en un descuido de su madre, se escapó y se dedicó a recorrer el mundo en busca de aventuras. Fue la primera de ellas el robo de doce vacas pertenecientes a los rebaños del rey Admeto quien tenía por pastor al propio Apolo, a la sazón, su esclavo, como consecuencia de un castigo impuesto por Zeus. Apolo se dedicó con ahínco a buscar los animales robados pero sin suerte, pues la habilidad de Hermes, al calzar a las vacas con herraduras puestas del revés, le despistó.

En sus pesquisas, Apolo llegó hasta Pilos y Mesenia, pero sin resultado alguno por lo que, desesperado, decidió ofrecer una recompensa a quien pudiera informarle sobre el paradero del ganado. Atraídos por la oferta, tanto Sileno como sus sátiros decidieron colaborar con el dios pastor, así que se dispersaron por toda Mesenia y recorrieron los montes hacia el Norte, hasta llegar a la Arcadia donde encontraron a la ninfa Cilene. Maravillados por un hermoso sonido que oían por primera vez, preguntaron a la ninfa, y ella, indirectamente,  les dio la información que buscaban: un niño recién nacido, valiéndose de la concha de una tortuga y de las tripas de una vaca, había confeccionado el instrumento musical que estaban escuchando. Sileno indagó rápidamente sobre el origen de tales tripas, y al cerciorarse de su origen, no tardó en descubrir al autor del robo: el pequeño Hermes. Luego, sin tardanza, se lo comunicó a Apolo en busca de la prometida recompensa.

Apolo llevó de inmediato al ladrón ante Zeus quien, entre bromas, se negaba a creer que un niño hubiera podido cometer tal delito. Sin embargo, Hermes, molesto por lo que consideraba un menosprecio de sus capacidades, se llenó de vanidad y reconoció él mismo el robo. Entonces, Apolo, sin duda simpatizando con la precocidad e inteligencia de aquel joven muchacho, le preguntó:

- Bien, ¿y dónde está el rebaño?
- Acompáñame y te lo ensañaré. Verás que sólo he matado dos de las vacas y que, después de hacer las correspondientes partes, las he ofrecido como sacrificio a los doce dioses.

Apolo, sabedor de que por entonces los olímpicos eran sólo once, se sorprendió y preguntó de nuevo al pequeño:

- ¿Doce? ¿Por qué doce? Querrás decir once, porque, ¿quién es el duodécimo dios?
- Ese, señor, soy yo, tu servidor -contestó Hermes con fingida humildad-. Y sólo me comí lo que me correspondía, una de las doce partes, no más...

Apolo se rió de tal audacia, y se fue con él a buscar el ganado restante. Pero, por el camino, Hermes tomó su lira de concha de tortuga y se puso a tocarla, y Apolo, en extremo sensible a todo lo que fuera arte, se quedó entusiasmado con el sonido de tal instrumento. Tanto fue así que, decidiendo comprárselo, le propuso quedarse con el resto de las vacas a cambio de la lira. Aceptó Hermes quien, en cuanto llegó a su cueva del monte Cilene, se puso a construir un nuevo instrumento musical al que algunos llaman erróneamente siringa (flauta cuyo invento, en realidad, corresponde a Pan) y otros zampoña. Poco después, cuando la hubo terminado, se la mostró nuevamente a Apolo el cual, por segunda vez, se quedó entusiasmado de las notas que podían emitirse con aquel pequeño manojo de cañas. Y esta vez, a cambio de la rústica flauta, Apolo entregó a Hermes el valioso cayado de oro con el que cuidaba los rebaños del rey Admeto.

La amistad surgida entre los dos dioses hizo que Apolo decidiera llevarlo consigo hasta el Olimpo y hablarle del ingenio del muchacho al poderoso Zeus, sintiéndose éste paternalmente orgulloso de las habilidades del jovenzuelo. Claro que Hermes, considerando que era un buen momento, no desaprovechó la ocasión y pidió al padre de todos los dioses que le nombrara su heraldo. Accedió Zeus, aunque con la condición de que no debería usar la mentira para provecho propio. Luego, le entregó el báculo de heraldo, un sombrero de caminante y las famosas sandalias voladoras, y, convertido en mensajero, hubo de ocuparse de las tareas más delicadas. Y, por supuesto, ocupó de inmediato su merecido puesto entre los olímpicos.

Muchas fueron las misiones que los olímpicos encargaron a Hermes, y a todas respondió él con prontitud, eficacia y discreción. Entre los encargos más conocidos está su intervención para proteger los amores adúlteros de Zeus con la joven Ío y en el curso de la cual tuvo que deshacerse de un vigilante tan molestos como Argos, el perro de cien ojos que Hera había puesto para vigilar las andanzas de su marido. Otra misión no menos delicada fue su intervención en el caso de la manzana de oro que la Discordia lanzó en las bodas de Peleo y Tetis y que causó el enfrentamiento entre Hera, Atenea y Afrodita al considerarse cada una la destinataria del presente. Hermes fue encargado por Zeus de solucionar el divinal problema lo que hizo satisfactoriamente transfiriendo la difícil decisión al mortal Paris. Pero, dada la habilidad de Hermes para resolver con delicadeza los temas más complejos, hasta Hades recurre a él para lo que puede considerarse el asunto más difícil: llamar, llegado el momento, a la puerta de los mortales y conducir su alma al reino de las tinieblas. Desde entonces ha estado siempre permanentemente ocupado, pero ni una sola queja se ha podido oír de su boca.

miércoles, 3 de agosto de 2011

La playa de Kalamata: ¡Vaya par de gemelos!

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La playa de Kalamata

Kalamata, a pesar de su falta de interés para el visitante, tiene una bonita playa de fina y blanca arena. La vimos, nos paramos, y allí nos pasamos un par de horas recordando más y más mitos...

Perieres, hijo de Eolo y rey de Mesenia, se casó con Gorgófone, la hija de Perseo, de quien tuvo dos hijos: Afareo y Leucipo. Pero cuando Perieres murió, Gorgófone se negó a subirse a la pira sobre la que iba a ser quemado el cadáver de su marido y a morir como hasta entonces había sido costumbre entre las viudas. Por el contrario, Gorgófone no sólo no se suicidó sino que, en segundas nupcias, volvió a casarse, esta vez con Ebalo, rey de Esparta, del cual tuvo como hijos a Tindáreo, Icario e Hipocoonte. Fue Tindáreo quien sucedió a su padre como rey de Esparta mientras que Icario, que sería el suegro de Odiseo, actuaba como co-rey. Pero Hipocoonte, ayudado por sus doce hijos y, tal vez, por el propio Icario, destronó a Tindáreo quien huyó a Etolia donde le acogió el rey Testio. Allí se casó con Leda, la hija de su benefactor, de quien tuvo a Cástor, Clitemestra, Polideuces y Helena, si bien, al parecer, los dos últimos eran hijos del propio Zeus y no de Tindáreo. Con el tiempo, Tindáreo recuperó su trono en Esparta y, a su muerte, éste pasó a su dos hijos, llamados Dióscuros o hijos de Zeus, quienes gobernaron como co-reyes (según otra versión habrían muerto antes que su padre y el reino habría pasado directamente a Menelao, el marido de Helena).

Mientras tanto, en Mesenia, había muerto Perieres y el trono había pasado a su hijo mayor Afareo, aunque, al parecer, su hermano Leucipo también actuaba como co-rey. Y Afareo, casado con su hermanastra Arene, tuvo por hijos a Idas (de quien algunos dicen que, en realidad, era hijo de Poseidón), Linceo (uno de los argonautas, capaz de ver en la oscuridad o a través de la materia) y Piso (el primer rey de la ciudad de Pisa, en la Elide). Por otro lado, Leucipo fue padre de dos hijas, sacerdotisas una de Atenea y otra de Artemisa, quienes se comprometieron en matrimonio con sus primos Idas y Linceo, y con ellos se hubieran casado si los Dioscuros no las hubieran raptado y hecho sus mujeres. Esto ocasionó la enconada rivalidad entre los dos pares de mellizos, primos entre sí.

Los inseparables Dioscuros se convirtieron en el orgullo de Esparta, habiendo ganado numerosos premios en los Juegos Olímpicos; y no menos orgullosos se sentían en Mesenia de los valientes Idas y Linceo, de los cuales el primero era más fuerte, por ser hijo de Poseidón, mientras que el segundo, con sus ojos que todo lo veían, era su complemento perfecto. De ambos pares de mellizos se cuentan numerosas historias, la primera de las cuales está protagonizada por los mesenios.

Al parecer, Eveno, rey de Etolia, deseaba que su hija Marpesa continuara virgen por lo que desafiaba a todos sus pretendientes a una carrera de carros con la condición de que, de vencerlo, tendrían como premio a su hija, mientras que, en caso contrario, el pretendiente pagaría su osadía con la muerte. Y las paredes de la casa de Eveno estaban repletas de cabezas de pretendientes cuando Idas, enamorado de Marpesa, decidió probar fortuna. Pero Idas, antes de irse a Etolia, pidió a su padre Poseidón un tiro de caballos capaz de salvarle la vida en el trance que estaba dispuesto a correr. Y Poseidón no pudo menos que complacer a su hijo a quien entregó unos caballos alados invencibles.

Tan seguro estuvo Idas de sí mismo que, en vez de participar en la prueba, raptó directamente a Marpesa, huyó con ella a Mesenia y la hizo su mujer. Eveno los persiguió sin éxito, muriendo en un accidente de carro cuando estaba a punto de alcanzarlos. Y el rapto hubiera terminado bien para Idas si no fuera porque a la prueba para conseguir a Marpesa también se había apuntado el dios Apolo. Así que, cuando Idas y Apolo se encontraron, fue inevitable el enfrentamiento. Y la lucha fue tan terrible que el propio Zeus tuvo que intervenir para separarlos. Luego, pidió a Marpesa que eligiera entre los dos candidatos y que ambos aceptaran su decisión. Cierto que Apolo era dios, pero no por eso se dejó engañar Marpesa, pues sabía que ella era mortal y que al envejecer él la abandonaría. Se decidió, pues, por Idas y los mesenios consiguieron una hábil reina.

Ya hemos visto que los mellizos mesenios y los espartanos eran rivales enconados, pero no por ello dejaban de ser primos, así que en alguna ocasión unieron sus fuerzas para realizar empresas conjuntas. En cierta ocasión, deseando apoderarse de ganado, decidieron hacer conjuntamente una incursión en tierras de Arcadia. La incursión les proporcionó un abundante botín y, habiéndose alejado lo suficiente para estar a salvo de los arcadios, mataron un buey y decidieron saciar su apetito. Fue entonces cuando se les ocurrió una nueva competición: dividir el buey en cuatro partes y comer cada uno su parte tan deprisa como pudiera; el que terminara primero se llevaría la mitad del ganado mientras que la otra mitad sería para quien acabara segundo. Los últimos en terminar se quedarían, por tanto, sin nada. Como era de esperar, la competición acabó en una contienda entre unos y otros mellizos, en la cual parece que resultaron muertos todos menos Polideuces, el hijo de Zeus, a quien se le ofreció la inmortalidad sin que él la aceptara pues, inseparable como siempre, quiso correr la misma suerte que su hermano.

domingo, 31 de julio de 2011

La ruta del calamar: Mesenia


Playa de Kalamata
De regreso desde Methoni pasamos nuevamente por Pilos, si bien, para evitar la atracción de sus agradables terrazas, hicimos la travesía por la parte alta de la ciudad. Luego tomamos la carretera que conduce a Kalamata, cruzamos la península de Mesinia y ante nosotros apareció nuevamente el mar. La carretera discurre monótona bordeando el profundo golfo que separa las penínsulas de Mesinia y Mani y el tráfico, aunque en aumento, seguía siendo escaso.

Mesinia debe su nombre a Mesene, hija del rey argivo Triopas, y que, por tanto, es hermana de Agenor, Yaso y Pelasgo. Estos cuatro hermanos se repartieron entre sí la herencia de su padre, es decir, el Peloponeso, y correspondió a Mesene la bella parte que nos ocupa.

Ahora es Mariló quien hace de copiloto mientras Pablo y Fernando juegan a las cartas, y aprovechan para darse patadas por debajo de la mesa. Nos damos cuenta de la situación y, antes de que la cosa vaya a más, les llamamos al orden. Durante un rato hay un cierto silencio, luego pregunto:

- ¿Cómo llamamos a esta etapa? ¿Se os ocurre algún nombre?
- Llámale golfo de Mesinia -dice Mariló.
- No, mejor, el golfo del Calamar -dice Fernando.
- ¿Por qué Calamar? -pregunta Mariló.
- Por lo de Kalamata, kalamai, cala... no sé qué... - explica Pablo-. O mejor, le podemos llamar Calamaracus Kolpos...
- Golfo del Calamar..., suena bien. A mí lo que me gusta es lo de "Kalamata y su famoso baile, el kalamatianó..."
- ¿El calamatia... qué?
- ¡Mira! -dice Pablo-, vides. Seguro que por aquí anduvo Dionisio con sus métodos persuasivos...
- Y Hera corriendo detrás de él para guisarlo... -apostilló Fernando.

La conversación se animó al mencionar a Dioniso y a su sátiros y ménades. Mariló opina que serían simples borracheras y que luego vendrían las exageraciones literarias y moralizantes. Sin embargo, opino yo, Dioniso comenzó por ser sacrificado él mismo, cuando niño; seguramente es un caso parecido al de Zagreo, Pélope, Orfeo y otros...

- Sí, ya. La costumbre prehelénica del sacrificio ritual de niños... -comenta Mariló-. Yo no me creo ese rollo.
- Que sí, mami. ¿Acaso Abraham no estuvo a punto de sacrificar a Isaac? -pregunta Pablo.
- Es distinto. Abraham era padre... Eso de las madres que descuartizaban ritualmente a sus hijos no me lo puedo creer, por muy borrachas que estuvieran... Si fuera el padre...
- Ya estamos -intervengo yo-. El padre sí, ¿verdad? Pues no, porque el padre... ni existía. En aquella época no se conocía la paternidad, los hombres no servíamos para nada...
- Pues, como ahora...
- Tarara ra rá... ¡Contaré hasta diez...!
- No. Ahora las que no servís para nada sois las mujeres..
- ¡Pablo...! Modérate...
- ¡Mira: Kalamata!

Dicen que Kalamata es una ciudad fea. Un terrible terremoto en 1986 la redujo a escombros y nunca fue convenientemente reconstruida. Sus habitantes optaron por emigrar y su población se quedó reducida a la mitad. Hoy sigue siendo el principal nudo de comunicaciones del Sur del Peloponeso y conserva algo de industria, pero el turismo pasa de largo. No sé si es justo pero, en todo caso, las guías turísticas son las culpables.

domingo, 17 de julio de 2011

Methoni, la rica en viñedos

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Dioniso. Caravaggio

Desde Pilos se tarda apenas media hora en llegar a la medieval Methoni, un puerto fortificado que los venecianos utilizaban para reaprovisionar sus barcos en la ruta a Siria. Dos pequeñas islas, Sapientza y Schiza, cierran la amplia bahía en cuyo interior, además del resguardado puerto, se extiende una hermosa y amplia playa de tranquilas aguas y blanca arena. Varias tabernas de pescado y un par de pequeños hoteles acogen a los turistas, casi todos alemanes, que llegan a estas remotas tierras; también se ve algún que otro italiano que se acerca, tal vez, a recordar aquellos tiempos en que Methoni y Koroni, los dos vértices inferiores del rectángulo que forma la península de Mesinia, formaban los llamados ojos de Venecia.

Homero llamaba a Methoni "la rica en viñedos", y la tradición dice que la producción de vino era tal que los asnos se emborrachaban por las calles con el olor del mismo. Quizá por eso se la llamó Methoni (de methun: emborracharse y oni: asnos) o puede que su nombre sea una simple referencia a Methy, la diosa de la embriaguez. En todo caso, esta referencia al vino nos recuerda las andanzas de su principal valedor, el dios Dioniso, y de sus seguidores, sátiros y ménades.

Después de la muerte de Penteo (véase Tebas), Dioniso invitó a participar en sus orgías a las hijas de Minia, quienes rehusaron la invitación a pesar de habérsela hecho el mismo Dioniso disfrazado de muchacha. Molesto por su negativa, las enloqueció a todas hasta tal punto que Leucipe, la mayor de ellas, ofreció a su propio hijo Hípaso como sacrificio, y las tres hermanas, después de despedazar y devorar al niño, recorrieron frenéticamente las montañas hasta que Hermes las transformó en aves. En recuerdo del asesinato de Hípaso se celebra anualmente en Orcómenos una fiesta llamada "provocación al salvajismo" en la que las seguidoras de Dioniso se sienta en círculo y beben y se proponen adivinanzas; luego, un sacerdote de Dioniso sale corriendo y mata a la primera de ellas que alcanza...

Pero tampoco hay que asustarse demasiado pues, como dice Jenófanes de Colofón, sabido es que

A los dioses todo han atribuido Homero y Hesíodo
cuanto entre humanos es causa de escarnio y reproche:
robar, cometer adulterio, y el mutuo engañarse...

sábado, 18 de junio de 2011

Por las tierras de Néstor: Melampo

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Paisano en Pilos (foto: José Cerdeira)

Tiro, después de haber sido madre de Pelias y de Neleo, se casó con su tío Creteo de quien tuvo varios hijos entre los cuales destaca Eson, el padre de Jasón, y Amitaón, quien sería padre de Melampo, el adivino.

Melampo vivía en Pilos con su hermano Biante, quien se había enamorado de su prima Pero, la hermana de Néstor. Sin embargo, como a causa de su extraordinaria belleza Pero tenía numerosos pretendientes, su padre Neleo decidió casarla sólo con aquel que fuera capaz de entregarle el ganado del rey Fílaco. Claro que Fílaco vigilaba continuamente su preciado ganado mediante un enorme perro que, al parecer, no dormía jamás, lo que hacía la misión de apoderarse del ganado poco menos que imposible. Y es aquí donde Melampo decidió ayudar a su querido hermano a robar el vigilado rebaño.

Para ello, Melampo contaba con alguna ventaja. Así, cuando era aún pequeño, al haber salvado la vida a unas serpientes y quedarse dormido luego, ellas, agradecidas, le lamieron los oídos haciendo posible que pudiera entender el lenguaje de las aves. Como consecuencia de esta habilidad pudo saber que la única forma de apoderarse del ganado de Fílaco era dejarse coger prisionero y pasarse como tal al menos un año, después de lo cual podría conseguir el objetivo. Y así lo hizo: se acercó al rebaño y se dejó sorprender sin ofrecer ninguna resistencia. Como había supuesto, Fílaco lo detuvo y lo encerró, y así pasó casi un año. Mas, la víspera de cumplirse el año, estando Melampo escuchando distraído la conversación de dos carcomas que hablaban desde una de las vigas del techo, pudo oír como una de ellas preguntaba con un suspiro de cansancio:

- ¿Cuántos días de roer nos quedan todavía, hermana?
La otra, con la boca llena de polvo de madera, contestó:
- Estamos progresando mucho. La viga caerá mañana al amanecer si no perdemos el tiempo en conversaciones inútiles(1).

Melampo no esperó más y llamó inmediatamente a Fílaco pidiéndole que lo sacara de allí pues el techo iba a derrumbarse de un momento a otro. Se rió Fílaco, más aceptó la petición, y al otro día, cuando el techo se cayó tal como Melampo había prometido, se dio cuenta de que estaba ante un hombre con capacidades especiales.

Tenía Fílaco un hijo llamado Ificlo, famoso por su rapidez, lo que le permitía correr sobre las aguas sin hundirse, y que fue uno de los argonautas. Pero este Ificlo era impotente pues, de pequeño, presenciando como su padre castraba carneros, se encontró de pronto con el cuchillo ensangrentado de su padre y pensó que iba a hacer lo mismo con él. Ante el espanto del pequeño, su padre clavó el cuchillo en un peral y corrió a consolar al niño, mas éste no se recuperó del susto. Así que, en cuanto Fílaco supo de los poderes de Melampo le ofreció todos sus rebaños si era capaz de curar de la impotencia a su hijo.

Comenzó Melampo por propiciar a Apolo ofreciéndole un sacrificio de dos toros, cuyos fémures, bien cubiertos con la grasa, quemó debidamente. Luego esperó hasta que un par de buitres se acercaron al altar charlando animadamente. Melampo escuchó con atención, pues, uno de ellos comentaba al otro el problema de Ificlo, y cual sería la única solución posible a tal situación. Cuando se hubo enterado, corrió a poner en marcha el remedio, consistente en extraer el orín del viejo cuchillo olvidado en el peral y administrárselo a Ificlo mezclado con agua. El brebaje fue eficaz, y pronto pudo Ificlo engendrar un niño a quien, a su debido tiempo, pusieron por nombre Podarces. Y Melampo pudo irse con el ganado que Fílaco le dio y entregárselo a Neleo a cambio de su hija Pero la cual, todavía virgen, cedió a su querido hermano Biante.
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1.- Robert Graves. Los Mitos Griegos. Alianza Editoria.

domingo, 15 de mayo de 2011

Pilos, la vieja Navarino de los italianos

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Pylos, la vieja Navarino de los italianos

La joven ciudad de Pilos (fundada por los franceses después de la batalla de Navarino, en el siglo pasado) está situada en el fondo de la magnífica bahía que dio nombre a la batalla y es una ciudad acorde con la belleza de su emplazamiento. Sus estrechas calles descienden por la ladera de la montaña hasta la gran plaza de Trion Navarón, o de los tres Almirantes, una plaza cubierta de enormes tilos bajo cuya sombra se esparcen numerosas terrazas. Aunque era nuestra intención seguir directos hasta Methoni, la atractiva plaza ejerce sobre nosotros una atracción que no somos capaces de resistir y que nos obliga a cambiar nuestros planes. Nos sentamos pues bajo la agradable sombra y, refresco en mano, recordamos el último suspiro de la resistencia turca en el Peloponeso.

¿Quién dice que inventó el fútbol?
 Era el 20 de Octubre del año de gracia de 1827. Las escuadras aliadas de Francia, Gran Bretaña y Rusia, después de haber sido reconocida la independencia griega por sus respectivos países, patrullaban la zona con la pretensión de intimidar a Ibrahim Pachá cuya flota, compuesta por unos 82 navíos, seguía presionando la región independizada del Peloponeso. El objetivo aliado no era la guerra sino únicamente el conseguir de "la gran Puerta" un armisticio que supusiera el reconocimiento a lo que ya era una independencia "de facto". Las fuerzas aliadas, formadas por veintiséis navíos, eran menores en número a las otomanas, si bien sus barcos eran más modernos y mejor armados. Dado que ambas potencias no se habían declarado formalmente la guerra no había intención de entrar en combate por ninguna de las partes pero, como las armas las carga el diablo, en la oscuridad de la noche una fragata egipcia disparó contra una inglesa. La respuesta aliada fue inmediata y ambas escuadras entraron en combate. ¿El resultado? Increíble: Los turcos perdieron 53 buques por ninguno los aliados (las bajas aliadas fueron de 127 mientras que las turcas se estimaron en unas 6.000). Un año más tarde la independencia griega, tan soñada por hombres como Byron y sus compañeros filohelenos, fue un hecho.

Como hemos visto, Pilos es una ciudad reciente que no debe confundirse con la arenosa Pilos de la que habla Homero y cuya situación ha de buscarse quince kilómetros más al Norte, en las proximidades del palacio de Néstor. Sin embargo, encaramados en la colina que bordea la bahía por el Sur, al lado de la carretera que lleva a Methoni, se conservan dos castillos franco-venecianos desde los que se tiene una extraordinaria vista sobre la bahía.