Muestras de una religiosidad viva. Foto: j.cerderia |
La carretera que desde Githio lleva al
Norte sube una pequeña cuesta y entra luego en una zona casi llana de escasa
vegetación y tierras sin cultivar. Unos kilómetros a nuestra derecha vamos
dejando el amplio valle del Eurotas mientras, a nuestra Izquierda, la imponente
mole del Taigeto se yergue desafiante hasta el mismo cielo. Es media mañana y
el Sol, el implacable Sol de Agosto, ya alto en el horizonte, parece querer
achicharrar la escasa y pardusca vegetación. También nuestro vehículo es como
un reflejo del calor exterior y el aire acondicionado comienza a ser
insuficiente. La carretera, reverberando bajo ese Sol despiadado, sigue
zigzagueando monótonamente en su discurrir hacia Esparta. De pronto, un casi
invisible cartel anuncia las ruinas de Amiclas, el lugar donde los arqueólogos
encontraron dos piezas de oro que figuran entre las más bellas del mundo: son
los vasos de Vafio. Y también aquí, no lejos del lugar donde se encontraron las
joyas citadas, había un importante templo de Apolo y, ¿cómo no?, la tumba de su
querido Jacinto.
Amiclas.
Lacedemón, hijo de Zeus y Táigete,
la pléyade epónima de los montes que separan Laconia de Mesenia, fue el primer
rey de Esparta, ciudad a la que también se llama Lacedemonia en recuerdo suyo.
A su vez, Esparta, su esposa, era
hija del dios-río Eurotas y, por
razón desconocida, la ciudad adoptó su nombre y no el de su marido. En todo
caso, a los habitantes de Esparta todavía se les sigue llamando lacedemonios
con preferencia a cualquier otro gentilicio. Lacedemón y Esparta tuvieron
numerosos hijos entre los que se recuerda especialmente a Amiclas, padre de Hiacinto
y epónimo de la ciudad que nos ocupa, y a Eurídice
quien, casada con Acrisio, tuvo a Dánae. A su vez, Dánae, poseída por
Zeus en forma de lluvia de oro, fue madre del héroe argivo Perseo.
Jacinto, o Hiacinto, tuvo como
pretendiente a Támiris, el mítico y
rechoncho poeta, que fue el primer hombre que se enamoró de alguien de su mismo
sexo y que, habiendo tenido a Lino
por maestro, tocaba maravillosamente la lira. Pero a Jacinto también lo
cortejaba Apolo, a su vez, el primer
dios que tuvo inclinaciones similares a las de Támiris. Y si la disputa ya era
importante, un tercer pretendiente la enconó aún más: éste fue Bóreas, el Viento del Norte, quien, no
obstante, parece que fue rechazado por Jacinto. Pero Bóreas era un mal perdedor
y cuando, en cierta ocasión, Apolo y Jacinto se divertían lanzando el disco, el
malvado viento desvió su trayectoria y el disco hizo impacto en la cabeza de
Jacinto provocando su muerte instantánea. Mucho lloró Támiris, y no menos Apolo
quien hizo múltiples intentos por resucitarlo, aunque todos fueron
infructuosos. Al final, deseando tener presente su recuerdo, de la tierra
regada con la sangre de Jacinto hizo brotar una bella flor...(1)
Desde la antigua Amiclas al centro de
Esparta hay apenas diez kilómetros, pero los barrios periféricos,con sus casas paralelepipédicas pintadas de blanco y de aspecto mediterráneo pobre, aparecen ya mucho antes. La carretera que seguimos forma la calle principal de Esparta (llamada Paleólogo), una calle ancha con calzadas separadas por una mediana de tierra y aceras espaciosas, onduladas y polvorientas. Numerosos barracones de aperos agrícolas se intercalan entre las tiendas de ropa y comestibles denotando el carácter rural de esta capital provinciana. El tráfico es escaso y lento, y no hay turistas...
Esparta no es una ciudad atractiva. Quizá
por eso, en cuanto llegamos a la cuadrangular plaza principal, giramos a la
izquierda y tomamos la calle Licurgo, el comienzo de la carretera que lleva a
Mistras, el impresionante conjunto de ruinas medievales esparcidas por la
empinada ladera del Taigeto.
Los restos de la Florencia de oriente. Foto: j.cerdeira |
Mistras.
Mistras fue la capital del medieval “despotado” de
Morea, un conjunto de casas, palacios e iglesias bizantinas construidos en
torno a un inexpugnable castillo franco y mirando al fértil valle del Eurotas.
Según parece, todo ocurrió en aquella
edad que, según la enciclopedia, en vez de entera fue media pues murió la otra
mitad... Una edad en que los caballeros cristianos, como Guillermo de
Villehardouin, se iban a las cruzadas y, a la vuelta, como por no regresar con
las manos vacías, aprovechaban para saquear Constantinopla o hacerse fuertes en
el Peloponeso (llamado entonces Morea). Y así fue como el franco citado mandó
construir este imponente castillo. Luego los bizantinos se apoderaron de él, le
añadieron una ciudad en torno suyo y la
convirtieron en una “Florencia de Oriente”, en un foco de irradiación de la
vieja cultura griega (y de la no tan vieja cultura bizantina) hacia todo el
Occidente cristiano. Y así llegó aquí el renacimiento...
Pero Mistras, en su corta vida, tuvo
numerosos avatares pasando de guerra en guerra y de mano en mano (francos,
bizantinos, turcos, venecianos...) hasta quedar convertida en las extensas e
impresionantes ruinas actuales. Los turistas (principalmente franceses, que
para algo el castillo es franco) sudan la gota gorda subiendo y bajando los empinados
senderos que llevan del monasterio al castillo y del palacio a las iglesias. Es una visita dura, para hacer fuera de las horas de máximo calor, pero, para quien visite el Peloponeso, una visita absolutamente imprescindible.
De regreso de la visita, con el cansancio
en las piernas y el sudor aún en la frente, aprovechamos para tomar la
carretera que se dirige a Kalamata y acercarnos a la garganta de Langhada, en
pleno Taigeto, a sólo unos cinco kilómetros de Mistras y a algo más de Esparta.
El río está seco en esta época del año, y nada nos diría este áspero y rocoso
cauce si no fuera por los recuerdos que llegan a nuestra mente, recuerdos que
nos transmiten extraños sentimientos y nos encogen el corazón. Sí, éste es el
sitio. Aquí, en el mismo siglo en que Atenas tocaba, con Pericles, la gloria,
Esparta, los espartanos, abandonaban a sus hijos enfermos o débiles para que
murieran de inanición...
Nacido
un hijo, no tenía el padre derecho a criarlo sino que, tomándolo en brazos,
debía llevarlo junto a los más ancianos para que estos reconocieran al niño. Si
lo encontraban sano y robusto decidían criarlo, mas, en caso contrario,
mandaban que se le llevara a las “apotetas”, un lugar profundo junto al Taigeto...
porque, si el parto no le había proporcionado un cuerpo bien formado, tanto
para sí como para la ciudad, más valía esto que el vivir. (Plutarco: Vida de Licurgo).
La impresión fue intensa, y el regreso
silencioso, muy silencioso. Sólo cuando, unos kilómetros antes de llegar a
Esparta, vimos anunciado el pequeño cámping “Mystras” nos animamos de nuevo.
- ¿Tendrá piscina?
- Hombre, supongo que sí...
- Sí, sí. ¡Mira!
Estacionamos nuestra “casa” y nos
relajamos. Luego, entre mito y chapuzón, entre chapuzón y mito fue pasando la
tarde.
1.- La flor citada es una variedad de lirio, y no el jacinto europeo.
Por otra parte, la fertilización del suelo por la sangre recuerda el rito de la
aspersión consistente en la fertilización del suelo con la sangre de un niño
sacrificado. Véase más adelante.